30 agosto 2011

VA DE PALMERAS

Estimado Pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, gracias a Dios.

Yendo yo esta mañana "acharritadamente" (dícese de la persona con un palillo en la boca, las manos en las espaldas y paseo de poca prisa) por los andurriales de La Cruz Verde, a la espera de hacer ganas de meterme entre pecho y espalda un cortado como Dios manda y medio bollo prieto con aceite coripeño en la bodega Retamares, pude comprobar a primera vista los comentarios que son primera plana en los mentideros de esta villa y corte. Y es que, ante la exageración con la que oí hablar del tema no terminé por creermelo, ya conocemos el consabido dicho de “de lo que te digan, ná y de lo que veas, la mitad”.
Pues, sí señor que lo vi, o mejor dicho, las vi. Vi las palmeritas de la calle Jerez o, lo que ha quedado de ellas, pues de la docena larga que con gran conocimiento de la botánica situó en estos parterres el anterior concejal de parques y jardines, solo dos o tres muestran algún verdor en sus copas.
Sin querer hacer leña del árbol caído, me distraje preguntando a los vecinos por lo acontecido a las arecaceas morillenses, con lo que me encontré con múltiples explicaciones, de todos los colores y gustos. Unos me comentaban (los de la acera de la derecha) que la culpa, casi seguro, es de la meada pertinente de los gatos o de algún vecino rojillo que se dispuso a regarlas con el aguarrás que le sobró de pintar el soberao. Los de la acera de la izquierda comentaban que han tenido el mismo mal que los que decidieron plantarla. Una parienta de las que vigila la calle con trapo de polvo para el cierro y escobón de apoyo, que si traían un bichito por dentro y, hasta un capillita salesiano, me comentó que saber no sabe lo que ha sido pero su Cristo de la Buena Muerte no pasa por ahí este año, ni loco, que con los años que ha costado sacarlo de pie, vaya a ser que una palmera le de por volcarse y se pegue otros cincuenta años acostado.

En fin, que sin las ideas muy claras, las ganas de desayunar en ayuno y la antigua imagen de las adelfas y los parterres desaliñaos de la antigua calle Jerez Baja, tiré Calzadilla arriba pensando con qué van a ser sustituidas las secas palmeritas, aunque sabiendo como están las arcas del consistorio no creo que nos llegue ni para media docena de pitas linderas.

Atentamente;

El Niño Gilena

25 agosto 2011

De "arcatufas y arbellanitas"

Seguro que ya sabes a qué personaje moronero me voy a referir. Pues sí, ese mismo.Del acervo de personajes moronenses que pueblan el desván de mi memoria, es este uno de ellos, pues desde que yo era niño, lo conozco caminando con su canasta de mimbre repleta de bolsitas transparentes con los frutos secos, que a mi tanto me gustaban y me siguen gustando. Ya fuera en días de labor o en fiestas de guardar, se le podía ver por las calles, parando en terrazas o bares, vociferando sus mercancías, “¡arcatufas, arbellanitas!” y de paso charlar con algún parroquiano antes de seguir camino.Recuerdo que mi padre era buen conocido suyo y siempre se entretenían en alguna charla fugaz, mientras yo comía las recién compradas “arcatufas” o “arbellanitas” (señalar debo, que en la jerga moronensis “arbellanita” no es una avellana pequeña, si no los cacahuetes).
La verdad es que no me acuerdo de su nombre, aunque creo que siempre mi padre le llamaba Fajardo, qué sería su apellido.
La última vez que estuve en Morón, pude volver a verlo, entre el gentío que se agolpaba en las riberas de las calles, a la espera de algún paso de Semana Santa y esteba tal y como lo recordaba, caminante siempre con la cesta de mimbre al brazo, mandilillo de tela para los dineros y su voz ronca de años de pregón, “¡arcatufa, arbellanita!”.

23 agosto 2011

EL CLUB DE LOS ESABORIOS

Estimado Pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, gracias a Dios.

Queridísimo amigo, en estos días que corren, donde cada vez son más frecuentes las pérdidas de las buenas maneras y el pueblerino y antiguo arte de regalar con un "con Dios" o un buenos días al paisano con el que te cruzas, ha venido a mi memoria una reata de personajes que mi discurrir ha tenido a bien concederles el poco nobiliario título de "Esaborios per secula seculorum". Me explico:

Desde pequeño he sido, al igual que otros chiquillos, de andurreo fácil y juegos de calle y plaza, con lo que la poca permanencia en mi casa hacía que de cuando en vez necesitase la colaboración de algún parroquiano para, pongamos por ejemplo, calmar la sed, y e ahí cuando empecé a darme cuenta lo "esaborio" que podía llegar a ser un parroquiano. Y no solo yo, o es que nadie ha pasado en aquellos tiempos por la heladería de La Playa y ha dicho con voz de angelito:
¿Me pude dar un vaso de agua?
Inmediatamente era contestado desde detrás de una cara rancia como la estopa con un:
¡Agua no hay, a bebé a tu casa!.
Otro ejemplo podríamos darlo de la amabilidad y docencia en la puericultura de los gordos que tenían los puestecillos de chucherías en la puerta de los cines en la sesión dominical, con qué gracia te conminaban a que aligerases la decisión de la compra.
Qué decir de la sonrisa de Arrones el viejo cuando ibas por tres pesetas de puntillas para hacerte una escopeta de gomas para cazar una lagartija o la disposición de Pérez el juguetero a enseñarte las mercancías y a tomarte el tiempo necesario para que recapacitases en la decisión que tomarías.
No podemos olvidar con qué tacto eramos tratados en el taller de reparaciones de los hermanos Menacho, cuando pedíamos que se adelantara en lo posible el estropicio realizado en nuestra BH. Y claro, destacar la alegría que le daba a "La Perfecta" que dudasemos en qué iba a ser gastado el duro de sobra de la paga dominical.

En fin, personajes que ya no están con nosotros pero que han sabido marcar el estereotipo del "esaborio" popular. Inclusive puedo apostar lo que quieras que si algunos han pasado a la gloria, seguro que se habrán quejado a San Pedro por la tardanza en abrir la puerta y si están en lo contrario, hasta el mismo Lucifer debe de estar harto de escuchar que si hace calor por aquí, que si esto está muy oscuro, que vaya cuernos que tienes.....

Atentamente;

El Niño Gilena

06 agosto 2011

LA FLOR DEL POZO LOCO

Estimado Pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, gracias a Dios.

Las historias siempre van unidas a las personas y, hoy, releyendo las crónicas que mi amigo Luis cuelga con voracidad en su rincón, he recordado a una de esas niñas de mucho carmín y poco abrigo que se ganaban los cuartos en "casa La Pepa" por aquellos andurriales del Pozo Loco.

Con el nombre de Rosa le echaron las aguas hace más de setenta años. El nombre era lo que menos importaba, todo dependía de los duros con los que la bautizaran esa tarde. Ya fuera por fuerza de hambres o gusto por plata fácil, gañanes y señoritos le ayudaron a licenciarse en las artes de la vida y a ir amargando lentamente el azúcar de su juventud. Entre copas de anís del Coral y liadillos de picadura, fueron quedándose atrás los felices tiempos de los agromanes que le sirvieron de poco, pues aunque el anzuelo lanzaría a mas de uno, quedose compuesta y sin marido que la quitara de la profesión mas antigua del mundo.

Hoy, la he vuelto a ver en su sesoria baja de la calle Hornos, con la sola compañía de un perrillo mil-razas con el mismo genio que la dueña, mirando desde el dintel de la puerta y quemando con su mirada a todo el que le sostiene la vista más de lo debido, rescoldo este de la herencia que se trajo de la mancebía, que escriben en su rostro cien sarmientos de arrugas y un pelo color ceniza, estampa marchita de la que fue "la flor del Pozo Loco".

Atentamente;

El niño Gilena

04 agosto 2011

De canastos y taleguillas

Una tortilla de espárragos, la lata de anchoas, un tarro con aceitunas “partías” y un poco de gazpacho, un bollo tierno de hoy y un melón de canasto. Media botellita de vino, la navaja del ancla y un termillo con café. Así quedaba completo el canasto o la talega, dependiendo de la carga culinaria, que mi madre preparaba para llevar a mi padre al tajo. Luego, cuando se acercaba la hora de la comida, mi hermana cogía el canasto y a mi de la mano, para encaminarnos hacia la fábrica de cementos, donde mi padre trabajaba. En la época de que te hablo, vivíamos en el Pantano, en la calle Colonia, en la casa que mi padre construyó con ayuda de amigos y compañeros. Eran otros tiempos.
Yo tendría entonces unos tres o cuatro años, no más, pero lo recuerdo como si fuera ayer, yendo junto a mi hermana hacia la puerta de la fábrica, donde casi al llegar, ya oíamos la sirena que indicaba a los trabajadores que eran las dos y era tiempo para el descanso de la comida.
Una vez en la portería, el que estaba de portero, aunque de sobra sabía quienes éramos y quien era mi padre, siempre nos preguntaba por su nombre y fingía no conocerle hasta que le decíamos su mote, “mi padre es el Anchoa” y acto seguido me respondía “ah y tu el anchoita”.
A mi me encantaba ir a llevar el almuerzo a mi padre a la fábrica, llegar hasta el comedor en el que se reunían los trabajadores y esperar a su lado hasta que terminara la comida. Me divertía ver a aquellos hombres con su mono azul, curtidos por el trabajo, entre bromas y risas, dar buena cuenta de lo que de sus canastos salía y llamarse unos a otros por sus motes, mi padre “el Anchoa” y también estaban “el Tomate”, “el niño Juaniquito”, “el Chispas”, “el Guapo”, “el Trompo” y un sin fin de personajes, juntos en la misma mesa.
Quedó para siempre grabado en mi memoria la imagen de mi padre, con su mono sucio de grasa y polvo, de trabajo duro y esfuerzo diario, de ilusiones y sueños sencillos de obrero honrado y quedará para siempre en mí, la mirada tierna y lejana del que sabe que sólo puede dar el dolor de sus manos para cuidar de aquel niño que le miraba.

Jamás olvidaré aquellos canastos y talegas, llenas de las comidas humildes de los obreros, de los mejores manjares, que son aquellos que han sido ganados con sudor y esfuerzo.

02 agosto 2011

LOS AÑOS DE LA VARA

Estimado Pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, gracias a Dios.

Aprovechando que el mes de julio nos convidó con un día manso de calores en la mañana, decidimos mi gran amigo Juan Solano, el padre de este y el que te escribe, salir a la cacería de la memoria del mayor de los mentados, con lo que dispusimos tirar de la reata y tantearnos en el señorial cortijo de "Barros", por ser allí donde comienza nuestra historia.

Como el que no quiere la cosa, nos plantamos en la puerta de la gañanía mientras dos podencos flacos como estoques hacían los coros a un mastín de labio caido y sangre tranquilota. Después de llamar con el timbre de la garganta, nos recibió una casera con los mismos años que el cortijo, la que después de darle señas de nuestra estampa y explicarle qué hacíamos por aquellos pagos nos dio licencia de paso, con lo que iniciamos la marcha en pos de lo que veníamos buscando.
Adentrándonos en la finca por un camino de herradura, ayudados por el recuerdo de Antonio, padre de mi amigo, dirigimos los pasos a lo que antiguamente fue llamada "la huerta de Barros". Nada más pasar los umbrales de lo que antes fue un verjel de chucherías de la tierra, el que hoy es mi suegro se dio cuenta que el tiempo no sólo pasa por él. De la casa donde se crió junto a ocho hermanos no quedaba ni un peñasco, de la noria que antaño sirvió de garganta a la secana tierra no restaba ni huella, solo una antigua alberca, ya heredada de muchas generaciones hizo que el viento de los recuerdos azuzara el ascua de la memoria y afloraran aquellos años de juegos, baños de río, higueras y encinillas. En sus ojos podía verse reflejada la nostalgia de la sencillez de los pocos ratos de asueto con los que contó en su mocedad.

Entre el andar y el andar en lo que hoy es un olivar de moronas y gordales injertados, también se aventaron las duras jornadas de labranza, el arado de yunta y surco y el incentivo de vara que recibía si la labor no era bien realizada. Anécdota tras anécdota fue pasando la mañana, mientras la sucesión de las mismas saltaban de un recuerdo grato a otro no tan querido la altura del astro rey marcaba la hora de dejar el pago. Decidimos dar por zanjada la mañana portando esa bolsa de recuerdos, a la par llena de monedas falsas y buenas, con la que Antonio se dio por servido al pagar esa deuda que tenía con su memoria.

Atentamente;

El niño Gilena

01 agosto 2011

De los veranitos moroneros

Que recuerdos tan agradables me han traído las playitas moroneras. Esta grata nostalgia me ha movido por fin para volver de nuevo a nuestro rincón de encuentro, a nuestra esquina de barra de bar, donde compartimos temas y palabras de nuestro querido pueblo y de nosotros mismos. Aunque ya sabes que mi lejanía no me deja vivir ser observador directo de las cositas de Morón, pero bueno, me apetece seguir dándole a la tecla y contar lo que pueda, seguramente más recuerdos que actualidades.
Pues, como te decía, buenos recuerdos me ha traído tu carta. Recuerdos de veranos, cuando el calor no nos importaba tanto y era el tiempo perfecto para andar de un lado para otro, con “la motillo” por aquí y por allá. Hoy las playitas moroneras, mañana a colarnos en algún cortijo abandonado y en cualquier momento meternos en una cueva o simplemente ir al campo y visitar un ventorrillo.
Pero sin duda alguna, en la época canicular, el mayor disfrute eran charcas, ríos e incluso un pozo, cualquier cosa para refrescar. Tampoco en aquellos días nos importaba tanto, ni el lugar, ni los pertrechos, que ya dices bien, cuando nos tomábamos un par de litronas calientes, bocadillo de Viena tiesa a compartir y hasta por falta de bañador nos metíamos al agua en pelotas o en calzoncillos blancos. Aquellos días en los que todo compartíamos de buen grado, comida, bebida y hasta sueños e ilusiones, pues nunca faltaba echar un rato sentados en la orilla, conversando de nuestras cosas y divagando de este o aquel tema, que siempre encontrábamos historias que contar, esas mismas historias que aún hoy nos siguen gustando.