29 septiembre 2012

PERSONAJES DE MORON: "EL YUMI"


Estimado Pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, gracias a Dios.

Te traigo hoy otro personaje para dejarlo impreso en la piedra de la memoria, ya que por sus cualidades o por la falta de las mismas, quedará marcado en el cuadro de esos paisanos que, sin ser ilustres o mereciéndolo, pasan por la historia de tus calles.

Para sus padres era Juan Serrano, para las vecinas Juanito el de Coral, para otros el niño del Cordobés y para los amigos siempre será el Yumi. Y es que con este tercer apellido fue coronado en aquellos años en los que en las Telefunken compradas con muchas fatiguitas ”ancá” Parroquia, reinaban unos dibujos animados de engendros mecánicos robotizados de nombre Mazinger Z. No se sabe a ciencia cierta quién fue el que lo bautizó con este apelativo, lo que sí se sabe es el motivo, y es que Juanito siempre fue muy despierto a la hora de reparar, reconstruir y tunear todo lo que caía en sus manos, desde carro-cojinetes a radios de baquelita, pasando por bicicletas frankestenianas y motocicletas chatarreras.

Pues eso, ante lo avispado del chaval en estos menesteres, se le echaron las aguas en la calle con el apodo de Yumi, correspondiente al ayudante del doctor Kabuto, constructor del susodicho Mazinger.

A Juan, como a todo niño que naciera hace ocho lustros, le tocó vivir los años en los que la diversión pasaba por ser despierto y atrevido, y en lo de despierto y atrevido siempre le gustó ir un paso por delante.

Recuerdo aquellos años de investigación de sierras y cañadas, cuando nos perdíamos por el peñón de Zaframagón mientras, descalzo y con su varita, saltaba de piedra en piedra, o aquellas visitas de linternas a la cueva de Pozo Amargo y, cómo no, las acampadas primerizas en el charco Pajarito y en Benamahoma. Estos tiempos de diversión, bicicletas y carros–cojinetes dieron paso a los años de nuevas inquietudes, pues ya se sabe que la pubertad estimula los sentidos. De estos tiempos me quedo con las fiestas que organizábamos en su antigua y vetusta casa de la calle Victoria, los primeros cigarritos de la risa que venían acompañados de litronas en el Stop, jarritas en Los Cuatro Caminos y, cómo no, las primeras chicas. Buenos años, a fe mía.

La madurez hizo que nuestros caminos se fueran separando poco a poco, ya se sabe: trabajo, familia y obligaciones varias. Mas siempre que nos veíamos echábamos un ratito de charla por los buenos tiempos, riéndonos de lo divino y lo humano.

En fin, como ya he dicho, siempre le gustó ir un paso por delante en todo y hasta para irse se ha adelantao, ya se sabe:genio y figura hasta en la sepultura”. Lo único que espero es que allá donde esté ahora haya una buena chatarrería de esas con las que él disfrutaba, de las que tienen ruedas de avionetas, carburadores Jamás y mobylettes escacharraos con los que pasar el tiempo.

Hasta la vista Doctor.

Atentamente;

El niño Gilena

16 septiembre 2012

LOS CACHARRITOS

 

Estimado Pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, gracias a Dios.

Esta mañana, en vez de oír la irritante melodía del despertador y antes de que despertaran las campanas de La Victoria, una alegre melodía se colaba por la enrejada ventana de mi patio. Y entre el duermevela del despertar, pronto caí en la cuenta que una vez más la diana feriada se anunciaba a bombo y platillo y, nunca mejor dicho, por calles y plazoletas. Yo, mientras seguía realizando mi liturgia diurna de preparación para marchar al trabajo, empecé a recordar la mescolanza de alegría y nerviosismo que traían en mi mocedad aquellos acordes, antesala de uno de los más grandes y poco reiterados momentos de distracción de mi infancia: LOS CACHARRITOS.
Habialos de todos los gustos y para todos los atrevimientos, desde el sosegado carrusel de caballitos para los más pequeños a la magnificente noria, donde podíase vislumbrar el esplendor del real con toda su parafernalia de luces, farolillos y casetas. Para los mas osados estaba el látigo, sí, aquel que le cortó la pierna al Bolero o, por lo menos, eso cuenta la leyenda. Después estaban los que daban propensión al vómito fácil, como el guaitoma, con sus interminables vueltas sobre vueltas  y las antiguas y folclóricas cunitas. Pero si había uno que por lo menos a mí hacía que se me movieran las ansias esos eran los coches locos, donde armado con cinco o seis fichas amarillas y anteriormente habiendo observado cuál de los autos corría mas, me ponía al volante, unas veces para imitar a Fitipaldi y esquivar todo lo esquivable y otras para dar caza a alguno de mis amigos o enemigos intentando darle un buen empujón. Qué maravilla de ratito entre canciones de Los Chichos y Tijeritas, y eso que yo nunca fui de los de alto nivel de conducción, sí, de esos que eran capaz de ir marcha atrás o en el sentido contrario en el que discurría todo, y qué malaje cuando sonaba el bocinazo y tenías que dejar el eléctrico utilitario...Pues sí señor, echo de menos los coches locos, con sus canciones estridentes, sus empleados sucios como cisqueros colgados de la goma de protección intentando enseñar a algún novato que no se aclaraba con el volante y, sobre todo, esa sensación de hacer algo que estaba vedado a nosotros, los pequeños.
En fin, cacharritos que marcaron mi infancia y que llenaban todo el albero de aquella feria en la que la plaza de toros no estorbaba para poner mil ilusiones de colores y movimientos que hacían las delicias de los mas pequeños y la irritación de los pacientes padres.

Atentamente;

El niño Gilena

10 septiembre 2012

TIEMPO DE PILLOS


Estimado Pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, gracias a Dios.
En estos días en los que la radio no para de vocear los sustraimientos realizados por políticos, banqueros y todos aquellos que hayan estado cerca de dineros ajenos, me viene  a la memoria aquellos tiempos de mi mocedad donde el apropio de lo ajeno era deporte nacional y cualquier niño lo practicaba en todas sus especialidades. Me explico:

Quién de los de nosotros, caminantes entre los 40 y los 50 añitos, no ha sustraído nunca la merienda del antiguo supermercado de Lorenzo o se ha rescondido una tabletita de chocolate del economato del Brebo. Sí, acuérdense vuesas mercedes del cosquilleo que entraba al traspasar la caja de cobros mientras te echaban una mirada de desconfianza, con razón desde luego, y más te digo, yo creo que el bueno de Lorenzo más de una vez se haría el loco y haría la vista gorda, pues muchas veces más de cuatro pandillas de chicuelos correteaban por las hileras de estanterías en busca de la suculenta rapiña sin el fin de pagarlas.

Otra estampa que me viene a colación, sobre todo en mi caso, era el intento, algunas veces fallido, de hurtar, sustraer o tomar prestado sin animo de devolverlo algún pulgarcito, tbo o revistilla de cuentos de la imprenta del Charrito o la librería de Romero, falta que se pagaba con un rapapolvo descomunal y la excomunión pública de tan preciados lugares para aquellos que, como yo, gustaban de esas lecturas.

Lo que sí creo que es común a todos los anteriormente mentados, es la sustracción de algún tipo de chuchanga o fruslería en alguno de los puestecillos que jalonaban nuestro mapa moronero, ya fuera por distracción del tendero o por alguna celada interpuesta por los sabios diablillos.

Un clásico, por supuesto, era el intentar apropiarse de los martinitos que traía el panadero en su vespa isocarrada, mientras este llevaba alguna talega de pan a tal o cual vecino.

En fin, que ya fuera por necesidad, por devoción o por ir cogiendo práctica, a la vez que los maestros intentaban meternos los conocimientos que podrían sernos útiles en la vida, nosotros estudiabamos en las calles el cuatriviun gatuno o arte de apropiarse de lo ajeno, y de eso sí que aprendimos bien o si no escucha la radio esta noche, verás como algún bachiller de los de antes se ha licenciado con honores, laureles y popas.

Atentamente;

El niño Gilena

06 septiembre 2012

De mis ferias de Morón.

Desde el año en que nací, aya por 1970, mi padre el Anchoa, montó y trabajó durante la feria en la caseta de la fábrica de cementos. Los moroneros más jóvenes no recordarán esta caseta, pero los de mi quinta seguro que sí, así como los más mayores, pues vio muchas ferias de forma ininterrumpida, exactamente hasta 1991, año en que mi padre, cansado ya de tanto trajín feriante, decidió que era hora de pasar página tras 21 años cortando jamón en platos de plástico.
De mi infancia tengo guardo en la memoria, la emoción que provocaba en mi la cercanía de la Feria. Ya desde semanas antes, el Anchoa junto con otros compañeros de la fábrica, comenzaban el trasiego de montar, buscar proveedores y organizar todo lo necesario para tal evento.
Para el montaje, primero clavar los tubos del armazón que más tarde cubrirían con toldos y así tener un lugar cerrado donde colocar mostradores de Cruzcampo, neveras, cocina, mesas y sillas de madera, todo ello sobre una buena capa de albero de Alcalá, qué luego proporcionaría esa polvareda tan típica de nuestras ferias de antes.
En pleno corazón de la Alameda, junto a la barriada de La Paz y al ladito del Circulo Mercantil, poco apoco iban tomando forma las dos casetas más grandes y concurridas de aquellos días de los 70 y 80, la de CEMENTOS DEL ATLANTICO y la de ANGEL CAMACHO. Por aquellos días no había muchas más casetas, sobre todo que fueran de entrada libre, así que medio Morón se concentraba allí para comer, beber, hablar y reir mucho.
Eran aquellas ferias muy diferentes a las de ahora, no sé si mejores o peores, pero muy diferentes. Eran ferias de mucho día y menos noche, de ración de queso, gambas y bolsita de aceitunas, de botellín y Mirinda, del tío de las alcatufas y los coquitos, de foto de flamenco en el caballo de cartón y mucho paseo Alameda arriba y abajo. Ferias del látigo, la barca y el guaitoma, de circo Ruso y el teatro Chino de Manolita Chen. Las ferias de pistolas de mistos y maquinita de “jierro”, última vuelta en los cochecitos y tarde de domingo en casa, que ya se había “acabao”  la feria.
Con especial cariño recuerdo aquellos momentos en los que mi hermana y yo, cogidos de la mano de mi madre, pasábamos por la caseta para saludar a mi padre y que nos viera vestidos de flamencos, antes de ir a los cacharritos y a dar una vuelta. También me gustaba que mi madre me mandara a la caseta a media tarde, con un termo de “cardo der pushero” para que Anchoa tomara algo calentito y poder aguantar así el tirón. Entonces, yo me sentaba con él y los otros compañeros en una mesa plegable mientras reponían fuerzas, todos con las piernas doloridas y las caras cansadas pero alegres. Hablaban de cómo iba la feria o reían por alguna anécdota ocurrida. Yo los miraba y pensaba que cuando fuera mayor, también quería pasar mis ferias en la caseta y así fue durante unos años, hasta que ya no hubo más caseta de la fábrica. Allí en aquellos ratos de descanso estaban el Anchoa, el Litri, Berenjeno, Franconeti, Ramos, el Plata, mi “cuñao” y tantos otros que pasaron por aquellas barras de chapa y calores bajo los toldos. Eran otras ferias.

De “an ca' Menacho”

He leído en un par de periódicos de Morón, la apertura de una tienda especializada en bicicletas. He visto alguna foto y tiene buena pinta, además debe estar al frente de la misma un campeón del mundo de la bici, por lo que supongo que el buen asesoramiento está garantizado.
Esta noticia ha traído a mi mente mis días de chiquillo, aquellos en los que la especialidad en bicicletas estaba a cargo de los Menacho y su taller de ciclos.
Recuerdo aquel establecimiento, situado allí donde la calle Capitán Cala se ensancha levemente para buscar la calle Nueva y donde hoy dormita el sueño de los justos la inolvidable Goleta. En aquella esquina, entre dos casas antiguas de estilo moronero, se abría la puerta de una vieja fachada dejando paso a la tienda y taller de Menacho.
Quizás el tiempo confunda mis recuerdos, pero no creo que lo que me llega a la memoria difiera demasiado de la realidad, mas si así fuera, seguro que mi buen amigo el niño Gilena pueda completar esto que escribo con la aportación de sus recuerdos o tal vez el amigo Luís pueda aportar algún documento gráfico sobre el tema.
Solía yo ir ancá Menacho con frecuencia pues aquella bici mía, una BH de paseo plegable, solía estar pinchada la más de las veces, por mi afición a rodar por campos y rastrojeras o por veredas entre olivos.
Al traspasar la puerta de la vieja casona, te recibía un alto mostrador de madera situado a la izquierda, tan desgastado y descolorido como el resto del mobiliario. Tras él alguna mesa con cajones, abarrotada de herramientas, tornillos y tuercas sueltas, parches y cables de freno. Desde el fondo te miraba un desvencijado mueble con puertas acristaladas y cajones descolgados, tan viejo como los muros de aquella casa y donde se almacenaban silgas, radios y banderines del Betis y el Sevilla. Como no podía ser de otra manera, de las paredes pendían almanaques con foto de alguna linda señorita y publicidad de Michelín, Firestone y Derbi, campeona del mundo. Pero lo que más me llamaba la atención era el sin número de recambios y otras mercaderías del gremio que colgaban del techo, anudadas con cordeles de esparto. Bocinas, manillares, manetas y hasta algún depósito de moto, pendían inmóviles esperando ser reclamados.
Con cantes Molina, Valderrama o el de Mairena como “hilo musical” esperaba yo a ser atendido, mientras admiraba alguna bici nueva o las motos que en la calle esperaban a ser reparadas. Una Derbi, la Mobilette campera con cerones para el campo o la Puch minicross. Maquinas todas ellas con mil remiendos, cordones de soldadura y tubos de escape picados.
De los Menacho, regidores de aquel negocio, poco podría decir  a parte de que eran pausados en su labor y hasta careros me parecían en sus ventas, pero nunca tuve yo gran conocimiento de ellos si no por la relación mercantil de parches y pegamentos.
Sin embargo, no sé por qué, muchas veces me viene a la memoria este singular establecimiento. Tanto es así, que cierto día dirigí mis pasos hacia la calle Capitán Cala por ver como se arremolinaban mis recuerdos en esta esquina y cual no sería mi sorpresa que allí sólo había ya un paredón de ladrillo y un solar vacío donde no quedaba ni el hueco de una escalera.