27 febrero 2015



Cavilaciones en mi azotea.
Se acabó el carnaval
Se acabó el carnaval y nos metemos en tiempo de cuaresma y aunque yo no sé mucho de estas cosas del folclore religioso, sí sé que se acerca la Semana Santa y como cada año, cargo el coche y con la parienta y los churumbeles me voy “pa´l” Sur. Porque como bien sabes, amigo mío, la Semana Santa es mi semana de viaje y vuelta al terruño. Vuelta a muchas sensaciones y recuerdos, vuelta al pasado y encuentro con el presente.

Aunque no soy religioso y creo en la Iglesia Católica menos que en un político del PP, la verdad es que la parafernalia “semanasantera” me gusta. Más que nada porque Andalucía entera se pone más guapa que nunca, con el fulgor de una primavera que lo inunda todo, con olor de tomillo y romero, fragancia de azahares en todas las ciudades. Con los campos de mil colores y cielos limpios. Los ríos y arroyos pletóricos de vida nueva.

Época esta, en que nuestros pueblos y ciudades se vuelven más hermosos bajo el Sol claro del Sur. Ciudades que se engalanan, brillando como estrellas en el firmamento y entre todas ellas, la que más reluce en primavera, nuestra Sevilla.

Pues eso compadre, que me place la cercanía de este tiempo que espero con la misma ilusión que un niño.


Un moronero en Navarra



26 febrero 2015

Volver.



Cavilaciones en mi azotea.

Volver.

Eha, pues aquí estamos otra vez. No sé si para contar cosas interesantes que importen a alguien o por el contrario,  sólo para nuestro propio gusto y desahogo. Bueno compadre, pues sea y aquí estamos, presto a tu llamada.
Difícil se me presenta contarte algo, pues tengo en estos últimos tiempos la cabeza como un perol de garbanzos “pegao”, en su punto para tirarlo por el váter.
Comenzaré explicando el porqué  del encabezamiento de mis entradas, “Cavilaciones en mi azotea”, qué serán siempre así precediendo el título. Además os lo cuento, porque si no a ver como relleno yo mi primera entrada después de tanto tiempo sin intervenir. ¿Tiempo? Una “hartá”, en febrero del 2013, hace dos años. Esto se pasa muy rápido compadre.
Hace tiempo que tenía ganas de crear un blog donde plasmar mis pensamientos, ideas u opiniones sobre cualquier cosa y que no estuviese atado a temas moroneros, aunque también pudieran aparecer. En definitiva, un blog de opinión y desahogo sobre lo que me ronde por la cabeza en ese momento. Día a día iba postergando la apertura de dicho blog y no había manera de sacarlo adelante. Un día te lo comenté, buen amigo y me animaste a usar nuestro blog común para tal fin, así que bueno, aquí estoy de nuevo con una “sección” que he llamado como quería llamar mi blog y usar nuestra esquina de la tasca para contar cualquier cavilación que ronde mi azotea.
Lo de azotea, además de referirse a la protuberancia que me salen de los hombros y que a mi edad aún sigue poblada de pelo, es porque echo de menos una azotea. Una de las buenas, como las de Morón. Esas azoteas que tantos ratos de contemplación de paisajes nos regalan. Porque Morón tiene sus propios paisajes, siluetas de un pueblo y un entorno que cualquier moronero reconoce y siente suyo.
Yo me crie en los pisos de Fajardo, qué tenían una espléndida azotea desde donde se veía la silueta inconfundible de San Miguel y el Castillo, por un lado, Nuestra Sierra de Esparteros por otro y la extensa campiña. No puedo olvidar tantos ratos que allí gasté en soledad.
Adoraba subir a la azotea acompañado de mí mismo, al atardecer, cuando el Sol caía por allí, por la campiña, hundiéndose en la extensa llanura sevillana. Me llenaba de sentimiento nostálgico, conforme iba creciendo la oscuridad, ver aparecer lucecitas en la línea del horizonte que delataban pueblos y caseríos que se desparramaban a lo lejos, como estrellas en el firmamento de Andalucia
Pero, ¿sabes amigo mío qué era lo que más me extasiaba? Quedarme apoyado en el murete de la azotea, mientras veía acercarse las tormentas. Esas tormentas de final de primavera y principios de otoño, qué iluminan la campiña con destellos azulados y fugaces. Tormentas de nubes negras y espesas, que oscurecen el atardecer y que golpeaban mis sentidos con olor a ozono y tierra mojada. Era en esos momentos más que nunca, en los que mi mente se evadía en los vericuetos de mis cavilaciones, deseos y sueños de juventud.
Cuantos atardeceres de verano esperando abrazar una mínima brisa de fresco. Noches calurosas esperando ver una estrella caer del cielo, al tiempo que dejaba escapar un pensamiento, tan fugaz como la misma estrella. Cuantos momentos acompañado del cielo y el paisaje de mi pueblo.
En fin compadre, no sé si me comprendes, pero sabedor de tus pequeñas debilidades estoy seguro que de sobra sabes de que te hablo.
Y así, con estas cosas rondando mi cabeza, vuelvo a la pasión de nuestras cosas, al querer de nuestro terruño y nuestra vida. Vuelvo, como el que no quiere la cosa a nuestra mesa reservada en la esquina de esta particular tasca. Vuelvo a pasiones y añoranzas, sentimientos de moronero.



De un moronero en Navarra.

11 febrero 2015

EL MONTON DE ARENA

Estimado Pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien, yo bien, gracias a Dios.

Como cada vez la Navidad se acerca antes y dura mas, pues vamos acabar poniendo el árbol de Navidad el ultimo día de feria, ya las tiendas y colmados de las calles más comerciales empiezan a enseñar, para deleite de los más pequeños del lugar, juguetes de las más variopintas formas y colores, aunque como ya es bien sabido los pequeños cada vez juegan menos y la felicidad de poseer un juguete en cuestión les dura lo que una pompa de jabón, ya que cualquiera de los niños que tenemos en nuestras casas podrían poner una tienda con los juguetes olvidados en cajas y sobrados.

Andando yo en estas lucubraciones, vínome a la memoria uno de los mejores juguetes con los que algunas veces nos regalaba el destino, y es que, como recordarás, cuando eras pequeño, un día al salir de tu casa podrías descubrir cómo, gracias a la obra que se iba a disponer al lado de tu casa, se encontraba un montón de arena de metro y medio de alto por tres de ancho. La boca se te hacía agua en espera de salir del colegio y coronar ese Éverest de tierra, donde con la ayuda de la imaginación podrías ser desde un alpinista renombrado a un conquistador de fortalezas o un defensor de fuerte comanche al grito de “fuera de mi monte”.

También, y por qué no, empezabas a realizar tus pinitos en ingeniera de puentes, túneles y caminos, realizando mil y una carreteras imposibles donde ubicar tus cochecitos de chapa o tus vaqueritos de plástico.

Como la diversión en la casa del pobre no dura mucho, todo venía a terminar o bien con una buena riña por parte de tu madre por traer arena hasta en lo más interno del ombligo o por un bocinazo de algún albañil, que recordando de mala manera a tus antepasados te chillaba a voz en grito que no le escarriaras la arena: “me cago en tu puta m…….”

En fin, un juguete gratuito con el que pocas veces he vuelto a ver jugar a los niños y que seguro no irá en ninguna carta a los reyes magos.

He dicho.


El niño gilena