25 junio 2016

RECUERDOS DEL CASINO



Estimado Pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, a Dios gracias.

Andaba yo el otro día trasteando entre papelotes antiguos de los que se miran de tarde en tarde cuando dí con un documento acreditativo de titularidad de socio del casino mercantil del año mil novecientos trece. Éste pertenecía a un familiar mío del siglo XIX, que siendo militar y participando en mala fortuna en las guerras de ultramar tuvo su retiro y última morada en estos lares de aruncitanas tierras, pero eso es otra historia que ya aclararemos un día. La cuestión es que empecé a recordar lo que para mí ha sido el casino mercantil, o “el casino”, como vulgarmente se le conoce, pues no le hace falta apellido para saber a qué nos referimos.
Recuerdo en mi niñez ese edificio grande y misterioso para los niños, pues en la niñez todo parece más grande y la prohibición de “no entrar niños” lo hacía misterioso, ese edificio con gradas exteriores de veladores, donde unos señores ya mayores en casi su totalidad se dignaban a mirar a los transeuntes entre lecturas de ABC y la hoja del lunes, con sus pantalones de paño fino y sus botas de media caña, lustradas a mano por un pequeño hombrecillo de mas años que kilos que siempre daba conversación mientras realizaba su encuclillado menester con servilismo propio de otros tiempos.
Recuerdo que de las pocas veces que llegué a entrar, una de las cosas que me fascinaba era su magnífica radio que presidia el salón central, donde se podía visualizar en su dial los nombres de capitales tales como París, Londres, Moscú o Rabat. Ya esto me hacía soñar con una de las aficiones que conservo hasta hoy.
Otro de los grandes placeres era traspasar su puerta giratoria, la cual me hacía soñar con un carrusel imaginario que me transportaba a un mundo inaccesible para los de mi edad y me deleitaba al contemplar los motivos alegóricos de los frescos que decoraban sus techos.
Años mas tarde, cuando los señores abuelos y pelantrines dejaron de otear el decumanum máximo del Pozo Nuevo, una nueva generación de los entonces llamados “fachillas” y con posterioridad “pijos” se apropió de sus dependencias pero estos en vez de dejarse ver por la principal de las fachadas preferían la trasera puerta que estaba mas cerca del ambigú y de los sanwiches de pollo y cochinito del “Tu Rincón”.
Memorables fueron las fiestas de Navidad y su caseta de feria, donde aparte de exigir las mejores etiquetas en el vestir que no en el comportamiento se podía bailar hasta altas horas de la mañana con “Castilla y sus muchachos” y, posteriormente, con los popurris de “los Montanas”.
Hoy en día, aunque la casona sigue teniendo su porte aristocrático, ya no trashuma esa esencia de señorío ni de pijez, digamos que se ha democratizado y la antigua sala capitular donde se hicieron tratos, se vendieron magníficas fincas y se charlaba sobre los beneficios de la 80 Camacho es hoy mas taberna que restaurante, donde puedes degustar unos dudosos manjares por unos mas que dudosos agradables camareros.
En fin, nunca pude ni quise ser socio de lo que representaba pero sí en un tiempo estuve enamorado de esa sala, esa puerta y esa radio que recuerdo desde mi niñez.


Atentamente;


El niño Gilena

08 junio 2016

LA AFOTO

En junio a disfrutarde las vacaciones de verano con los primos utreranos. Foto realizada en el Paseo de la Talega, en el quiosco Albarreal. Debe ser el año 1978.