08 septiembre 2017

CABALLO BLANCO













Estimado Pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, a Dios gracias.

Andaba yo este domingo pasado cavilando cómo matar el aburrimiento que trae la canícula, cuando recordé la misiva que mi amigo Antonio Zamudio me remitió por ese vocero moderno que es el wassap y que venía a decir que otro año mas los amantes de los 64 escaques ponen en marcha el VIII CAMPEONATO DE AJEDREZ CIUDAD DE MORON ( Toma ya).

Como no podía ser de otra manera, encaminé mis pasos al centro Julio Vélez o módulo azul, como es mas comúnmente conocido. Mientras me dirigida hacia allí, empecé a recordar aquellas antiguas lides de torres, alfiles y peones, cuando no era más que un chaval, por no decir “niño”, en las que me enfrascaba con mi amigo Juan o el anteriormente mentado, Antonio Zamudio, en el edificio del antiguo sindicato, donde todavía el reloj no hacía de arbitro silencioso ni de juez en el tiempo, donde no se entrenaba contra una máquina y el único conocimiento al que podías recurrir era que algún mayor te prestara una revista 8X8.

Entretenido en estas cavilaciones sorteé pronto el desierto de La Alameda y me encontré insertado en la justa que allí se estaba celebrando. Agradable fue la sensación de ver caras conocidas, antiguos contrincantes de blancas y negras, jóvenes y niños que, ante su tablero, se devanaban los sesos para no perder el centro, rehusar un gambito o atacar una defensa india mientras desarollaban una variación de la Ruiz López. Desde mi silencio me sentí agradecido a aquel puñado de soñadores que, sin prácticamente ningún tipo de ayudas, siguen manteniendo y promocionando éste, para mi más juego que deporte, en el que se practica una lucha feroz con el solo contacto de darte la mano al comienzo y al final de cada partida.

Fue de igual manera gratificante observar el juego de su campeón, un mozalbete de no más de quince años con los conocimientos de un gran maestro, que barrió literalmente a todo aquel que osara sentarse en su contra, ya fuese con blancas negras o coloradas.

Sí me causó un poco de tristeza que a la hora de entregar los premios a sus campeones nadie del consistorio ni que representara a la alcaldía se prestase a estar presente (yo creo que el señor alcalde no sabía la descomunal paella con la que regalaron a los presentes), nadie de los medios de comunicación se interesó por sacar aunque fuese una sola foto del acto... Pero en fín, lo que sí pude constatar es que gracias a esos enamorados de reyes negros y reinas blancas el ajedrez en Morón seguirá hacia adelante, por ello, mi mas sincero agradecimiento desde este rinconcillo moronero.

Atentamente;


El niño gilena

14 julio 2017

Un moronero en Cuba



Cavilaciones en mi azotea.

Andaba yo escuchando algunas canciones del gran “andalú” que fue Carlos Cano y decía éste que la Habana es como Cádiz y que Cádiz es como la Habana y entonces pensaba yo, que si Cuba y Andalucía se parecen tanto, qué bonita tiene que ser Cuba. Y así, dejando volar mis cavilaciones por el país caribeño, me fui de un sitio a otro y como no podía ser de otra forma, terminé mi viaje imaginario en Morón, en Morón de Cuba claro. 
Y en seguida me vino a la mente mi tío, “Teréñe”, el primer moronero en Cuba. Y digo el primero, porque fue él con su empeño y tesón el que hizo que los de aquí nos acordásemos de los de allí, de los moroneros del otro lado del charco y el que consiguió que nos hiciéramos hermanos, aunque ya lo fuéramos desde antaño. Él fue el primero que hizo su petate y se fue “pá” Cuba, con un mensaje debajo del brazo en el que decía que los moroneros de Andalucía querían abrazar a sus hermanos del Caribe.
Se fue con una idea, con un sueño de hermanamiento y socialización, en una época en la que esas cosas no se estilaban, más o menos como ahora, en la que sólo nos miramos al ombligo y tenemos menos visión que un murciélago sin orejas.
Mi tío, con toda la excentricidad del genio que era, supo ver más allá que el resto de sus conciudadanos y por eso se marchó a la Cuba de Fidel, cuando aquí todavía nos limpiábamos las salpicaduras de la dictadura, para respirar otros aires menos infectados y para aclamar que hay cosas más importantes que la rutina cotidiana,
que hay otros mundos deseosos de estrechar nuestra mano y que nos hacemos mejores en la medida en que somos capaces de hacer la vida mejor para todos y en la medida en la que exprimimos todo el jugo de la vida.
Por eso, en estos días en que somos tan egoístas y no entendemos el mundo más allá de la puerta de nuestra casa, me acuerdo de mi tío, el primer moronero en Cuba, Antonio Teréñez Orellana.

29 junio 2017

UN NOMBRE EN UN LIBRO



Cavilaciones en mi azotea.

 Guardo con gran cariño un viejo libro de piratas, qué una vecina me regaló por mi primera comunión. Es un precioso ejemplar de “La isla del tesoro” de Robert Louis Stevenson, de la editorial AFHA. Es una edición en versión comic con maravillosos dibujos en acuarela y plumilla. Está algo ajado, sin lomo y con la tapa pegada con cello que le puse allá por los 80, pero tiene un gran encanto y es para mí un tesoro inigualable pues es como conservar un retazo de aquel niño que fui.
Ahora se lo suelo enseñar a mi hijo, qué como no sabe leer, le gusta ver los dibujos con tanto colorido y cien veces lo he repaso con él. Muchas veces le he contado quien era joven Jim Hawkings, qué se hizo amigo de un pirata cojo y con loro, John Silver el largo en un increíble viaje en busca del tesoro del capitán Flint. Sin olvidar a tantos personajes que viven esta gran aventura.
No hace mucho, una noche antes de dormir, cuando revivíamos el viaje a la isla del tesoro, mi pequeño se fijó que en la primera  página del libro, aquella en la que se presenta el título en letras góticas, había algo escrito con caligrafía escolar y bolígrafo de color verde, casi desaparecido por el paso de los años.
-¿Qué pone aquí “aita”?, me preguntó curioso.
-Ahí está escrito el nombre del niño al que perteneció este libro.
-¿Y cómo se llamaba?, volvió a preguntar.
Yo leí despacio y separando las silabas, Francisco Javier Reina Salas. En seguida se puso a reír mientras decía, -anda se llamaba como tú.
-Sí, se llamaba igual.
-¿Y dónde está?
Mientras reía, le dije que no lo sabía, aunque lo que quise decirle es que aquel niño se fue para no volver jamás. Se perdió en algún recodo del camino, en alguna isla de piratas y tesoros soñados.

17 febrero 2017

Carnavalero a distancia


Como el otro día me puse un poco “jartible” con el tema del carnaval de Morón, mi parienta, a la que se le inflaron ya las narices, me dijo, con un tonillo un tanto rancio, que a cuento de qué tanto carnaval de Morón “pa cá” o tanto carnaval “pa yá”, si desde que ella me conoce yo no había sido ni chirigotero ni “ná”. Y como me lo dijo de esas maneras, me quedé más “cortao” que la carretera de Arahal (qué ya era hora)
Y en pensándolo fríamente, la verdad es que tiene razón. Yo no he sido nunca ni chirigotero, ni comparsista y mucho menos de un coro.  Seguramente porque cuando el carnaval empezó a resurgir, yo ya me fui de Morón.
Aunque desde hace años, sigo en la distancia el carnaval y la afición ha terminado por germinar y crecer en mí, regada por la distancia y la añoranza de mi pueblo y como no, abonado con el tiempo que llevo lejos de sus calles y sus gentes. Tanto es así, que desde hace unos cuanto carnavales, mi padre “el Anchoa”, se preocupa de guardarme cualquier libreto de letrillas que por estos días circulan por Morón. Y no te digo “ná” lo que me recoge mi sobrina, la del barrio. Libretos y discos para que lea y oiga tanto arte y entusiasmo de la gente del pueblo, que por estas fechas febreriles son lanzadas al viento de las calles, que como bandadas de pájaros buscan el cielo clamando alegrías y penas, criticas o alabanzas, añoranzas y esperanzas.
Es que si no te aficionas a esto es porque por las venas no te corre sangre moronera y no sientes la pasión de esa gente que como son, son.
Pues sí, así es y no lo puedo evitar, me he aficionado al carnaval de Morón sin tan ni siquiera vivirlo, ni verlo y ni tocarlo. Soy carnavalero a distancia. Pero que le voy a hacer, “asín” son las cosas.
Y también digo, que si en mi pueblo estuviera, seguramente sí que sería chirigotero. Aunque con lo mal que canto y el oído tan malo que tengo, a ver quién me iba a coger.