Cavilaciones en mi azotea.
Andaba yo escuchando algunas canciones del
gran “andalú” que fue Carlos Cano y decía éste que la Habana es como Cádiz y
que Cádiz es como la Habana y entonces pensaba yo, que si Cuba y Andalucía se
parecen tanto, qué bonita tiene que ser Cuba. Y así, dejando volar mis
cavilaciones por el país caribeño, me fui de un sitio a otro y como no podía
ser de otra forma, terminé mi viaje imaginario en Morón, en Morón de Cuba claro.
Y en seguida me vino a la mente mi tío, “Teréñe”, el primer moronero en Cuba. Y
digo el primero, porque fue él con su empeño y tesón el que hizo que los de
aquí nos acordásemos de los de allí, de los moroneros del otro lado del charco
y el que consiguió que nos hiciéramos hermanos, aunque ya lo fuéramos desde
antaño. Él fue el primero que hizo su petate y se fue “pá” Cuba, con un mensaje
debajo del brazo en el que decía que los moroneros de Andalucía querían abrazar
a sus hermanos del Caribe.
Se fue con una idea, con un sueño de
hermanamiento y socialización, en una época en la que esas cosas no se
estilaban, más o menos como ahora, en la que sólo nos miramos al ombligo y
tenemos menos visión que un murciélago sin orejas.
Mi tío, con toda la excentricidad del genio
que era, supo ver más allá que el resto de sus conciudadanos y por eso se
marchó a la Cuba de Fidel, cuando aquí todavía nos limpiábamos las salpicaduras
de la dictadura, para respirar otros aires menos infectados y para aclamar que
hay cosas más importantes que la rutina cotidiana,
que hay otros mundos deseosos de estrechar
nuestra mano y que nos hacemos mejores en la medida en que somos capaces de
hacer la vida mejor para todos y en la medida en la que exprimimos todo el jugo
de la vida.
Por eso, en estos días en que somos tan egoístas
y no entendemos el mundo más allá de la puerta de nuestra casa, me acuerdo de mi
tío, el primer moronero en Cuba, Antonio Teréñez Orellana.