Estimado Pueblo:
Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, a Dios
gracias.
Este fin de semana cuando me levanté, a las claritas del día, con la
intención de coger una buena mano de espárragos con la que deleitar a mi
querida señora, tuve a bien pararme a desayunar en el bar el Moral, enclavado
en un antiguo descansadero y abrevadero de bestias, en los pagos de la verea de
La Puebla y que hoy sigue dando cobijo y líquidos elementos a otras bestias de
andares a dos patas.
Pues eso, que mientras daba cuenta de mi medio bollo con aceite y ajo, observaba
cómo lo más granao de la concurrencia exprimía copillas de aguardiente en todas
sus variedades, mezclados de sol y sombra, y algún valiente de los de antes se despeñaba
al coleto copazos de 103.
Andaba en estos mirares cuando empecé a recordar a aquellos amantes del
mollate que, en mi juventud veía pasar por delante de mi casa puerta, con paso
trastabillante, cantando por lo bajini y sonrisa de medio lao, que ya se
encargaría de cambiársela la parienta.
Y es que mi casa estaba a medio camino de dos catedrales de “mollatosos”.
como eran la taberna el “Tropezón”, y el bar “Er borrico”. Y, para los que no
querían pasar sed en tan larga caminata, hacía de punto central el despacho “La
verdad”, con su afamado anís del Coral, provocando el trasiego de paisanos alegres,
cruzando la calle de costero a costero, apoyándose en los cierros, meados hasta
el pernil algunos, y dormidos en el sardiné otros, haciendo las delicias de la
chiquillada de la calle.
Pero no te creas que esto sólo ocurría en esta calle tan singular, no, por
toda la vecindad florecían este tipo de abrevaderos en aquellos tiempos, en los
que las charlas eran cara a cara, entre chatos de manzanilla, cortaos de Vallejo
y tintos de dudosa procedencia. Así, nos encontrábamos, para que los
parroquianos pudiesen andar de un sitio a otro y no pasasen necesidad, Retamares
en La Carrera, la bodega los González en el Pozo Nuevo, “pelo mono” en La Calzadilla,
Casa Pepe en “Sarmigué”, “Currito” en El Barrio, “El Stop” en La Alameda, “La Goleta”
por Correos y montones de lugares más que hacían para el “mollatoso” un pueblo
donde la alegría se bebía al son de un toque por bulerías y un cante al compás
de golpes en un mostrador de madera, mientras el mollate iba tiznando de rojo
las venillas de la nariz.
Atentamente,
El niño gilena.