Estimado pueblo,
Espero que al recibir la presente te encuentres bien, yo bien, gracias a Dios.
Hoy la primavera nos ha puesto su cara triste, un día de esos de lluvia rancia, cielo gris marengo y poniente silvón, días propicios para que los sustos y martinitos cabalguen por lindes y veredas.
Esto ha traído a mi memoria los fenómenos paranormales que mantenían intranquilo el espíritu del miedo en nuestra niñez. Me explico:
Quién no recuerda la invocación de la tal Verónica con el simple uso de unas tijeras, un cordelito y un libro, inquieto espíritu al cual podía preguntársele con quién me casaría o los cates que me iban a quedar en la tercera evaluación. O quién no ha oído hablar del viejo que, apareciéndose en medio del campo, pedía tu compaña para ir a encontrar una suerte de tesoros que el sabía donde se hallaban escondidos. También eran invocadas las ánimas benditas del Purgatorio con un sortilegio llamado "seazo", pues realizado este y en viendo qué giro tendría la cuchara dentro del mejunje preparado, podría discernirse si la prieta barriga de la vecina preñada sería de macho o de hembra.
Con respecto a los personajes relacionados con estos misterios hay que hacer mención de la afamada bruja de El Pantano, a la que gran cantidad de tus parroquianos acudían de continuo para saber desde que enfermedad tenían hasta el tiempo que le quedaban de estar mocito antes de que una hembra pusiera sus ojos en ellos.
Afamada también por estos lares era la curandera de Olvera, a la que en el mismo momento de salirte una berruguita ya estabas montado en la empresa "Sarmigé" y, después de cinco o seis arcadas por la carretera de Pruna, ya te encontrabas dispuesto a que la susodicha fuera sajada y curandeada con vino goletero y algunas hierbas por ella conocida.
Milagreros y cuentistas también los había machotes como cuando el tal Carlos Jesús baticinó la aparición de no se qué virgen en la dehesa de El Parroso y, después de casi dejar la dehesa como una escombrera, lo único que apareció para regocijo popular fue un familia de bichas terreras que acosadas por la pala del tractor ponían barriga en polvorosa cagándose en los muertos a lo seguro del mentado Carlitos.
En fin, ya parece que sale el sol, y con él la risa del día. Ya se quedan atrás todas esas tonterías, farsas y martinitos, más dignas de un pueblo en el Medievo de Transilvania que una casi blanca villa del sur de la serranía. Pero acordaros del dicho: "los martinitos no existen, pero haberlos hailos".
Atentamente;
El niño gilena
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