Estimado pueblo:
Espero que al recibir la presente te encuentres bien, yo bien, a Dios gracias.
Pues sí, ya ha empezado y no como nos quieren hacer creer, con costumbres anglosajonas. Por lo menos para los que somos costumbristas, la navidad no empieza hasta el único día en el año que lo gordo es bello, y sobre todo, si te cae encima y te quita de penas y fatiguitas.
Siempre que empieza esta temporada comienzan las deserciones sobre si gusta o no gusta esta época del año. Pues a mí sí, sí que me gusta y supongo que será de lo arraigado que tengo los recuerdos de aquellas navidades hogareñas de palomitas de aguardiente y tortitas de polvorón, de aquellos recorridos a casa de los parientes en busca del aguinaldo bendito para saciar mi sed de Pulgarcitos, Tbos y Tío vivos, o cómo esperaba que mi padre se personara con la caja de mantecados estepeños de esos que, aparte de buenos, traían un parchís acartonado o unas piececillas de ajedrez chicas como ellas solas.
Qué buenos recuerdos me traen estas fechas de aquellos paseos por delante del escaparate de los plásticos del Pozo Nuevo, mirando aquellos Madelman con traje de buzo, los fuertes de Comansi y los juegos reunidos Geiper, esperando que los reyes magos no tuvieran en consideración mis correrías diarias y se dejasen caer con algo más que carbón. Y qué decir de esa noche buena de pavo en salsa, sopita de picadillo y melocotón en almíbar, rodeado de mi familia, coreando villancicos con pandereta y botella de anís por percusión del concierto.
Para finalizar el año, todos frente al Grundig, con once uvas en el plato y una en la mano discutiendo si lo que escucha mi padre son los cuartos o, como dice mi madre, es la tercera de las campanadas. Al final, algunos sobrándole y otros faltándole, nos repartimos besos y abrazos deseándonos feliz año y abriendo la sidra el Gaitero (la más mala del mundo entero) para regar el año recién nacido.
Pero mi mayor ilusión era el deseado día de reyes, cuando a la taurina hora de las cinco de la tarde tiraba pa las cocheras del matadero con mi bolsa de “ancá” Lorenzo, dispuesto a batir la marca del año anterior en la recogida de caramelos, peregrinando como un penitente desde la carroza de Gaspar, pasando por la de Melchor y quedándome en la de Baltasar, que como es negro echa más.
En fin, ya sé que muchos dirán que estas fechas son tristes por recodar a los que ya no están para sentarse a la mesa, darte el aguinaldo o comerse las uvas pero, aunque ellos nos hayan dejado muy a su pesar, si miramos a nuestro alrededor, alguno o alguna esta ya ocupando ese huequecillo para darle alegría a nuestras vidas y volver a repetir el ciclo.
Atentamente;
El niño gilena
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