Estimado pueblo:
Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, gracias a Dios.
Si hay algo que echo de menos al no tener pelo no es poder lucir patillas cortijeras o ricitos flamencos, no, son las charlas de barbería o, por lo menos, aquellas charlas de barbería antigua de mi niñez. Me explico:
Por aquellos entonces si existía un lugar donde el niño, el mayor y el viejo coexistieran y compartieran lugar, fondo y forma, esa era la barbería, pues pocos osaban llamarla peluquería, ya que sonaba más femenino o amariconao, como se decía antes. Bien, pues allí, como te digo, aparte de que te esquilaran a la forma que el barbero decidía o sabía, se reunía sin requerimiento ni necesidad de corte lo más granao en sapiencia y desocupación de la barriada y entre un fondillo musical de copla o el interminable discurso de radio reloj, se discernían los temas más sutiles y enrevesados o se ponían pleitos y querellas a este o aquel, sin más llevar ni traer que el pasar del tiempo. Qué echo de menos aquellas disertaciones entre la calidad del cante de Mairena, la pronosticación del tiempo dependiendo de que pierna le doliera a tal o cual paisano, o la descripción con más detalles que peros de las curvas de alguna moza o casada que en cruzándose por la puerta realizaba un punto y aparte en cualquier conversación que se tuviera a bien.
Lo que no se es cómo se han ido perdiendo estas charlas de compaña esquiladora, con lo que se aprendía en aquellos mentideros o, si no, dónde piensan las madres dónde vimos nuestra primera teta, pues en las páginas del Interviu, que estaba entre el ABC y la hoja del lunes.
En fin, lo dicho, si yo tuviera pelo y quedasen barberías, qué bonito sería el mundo...
Atentamente;
El Niño Gilena
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