Estimado
Pueblo:
Espero
que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, a Dios
gracias.
Siendo
lunes y festivo decidí en mi trote diario de charla y critiqueo,
tornar mis pasos a los pagos de La Compañía, aunque no por realizar
el costumbrista saludo a San Nicolás, ya que el susodicho y yo nunca
hemos trucado saludo ni plática que nos amigue. Pues lo dicho,
estando el menda por aquellos andurriales, una voz ronca, cazallera,
dirían los mas castizos, hizo que me fijara en un hombre en la
puerta grande de la Iglesia que antaño fuese de la Hermandad
Jesuita. Pregonaba a todo el que se molestaba en escucharlo la
necesidad de una monedita, para a saber qué menester. Acercose a mí
y sin transfigurar el acento roncoso me preguntó si me acordaba de
él...Yo soy Javi, sí hombre, Javi “el boquerón”.
Ante
el nombramiento de ese tercer apellido, el cual enfatizó como si un
titulo de los mas grande de España llevara por bandera, vinieron a
mi memoria aquellos días ya lejanos donde un puñado de chavales y
no tan mozos, todos herederos de la mas cochina de las pobrezas y a
medio criar en las calles mas conflictivas de estos lares, traían de
cabeza a aquellos recién rebautizados “monos”, ya que en
cambiando su uniformidad de gris a marrón fueron pasados por la pila
bautismal de la lengua callejera.
Recuerdo
que personajes como “los boquerones”, “los cubiles”, “el
pinchi”, “el kunfú”, “el bolero”, “el Solano”, “el
chochete” o “el margaro” empezaron a llevarse parte de los
palos que a la policía les sobraban desde que a los políticos
pueblerinos del cambio dejaran de dárselos. Nunca conocí el nombre
de ninguno, sólo el tercer apellido de todos, el cual les valía de
salvoconducto para tenerlos en cuenta a la hora de cualquier
altercado o disputa.
No
se si la inexperiencia, la falta de cultura o formación o, como se
dice por aquí, las malas amistades, hicieron que casi todos subieran
al tren de la droga con que en su continuo acelerar y con la banda
sonora de “los Chichos”, “los Chunguitos” o “los Calis”,
como me comentó el pedigüeño Javi, de su rastra solo quedaba él,
todos los demás después de pasar por cárceles, corregionales y
miles de fatigas habían muerto de mala manera sin recuerdo de casi
nadie y con un “el se lo había buscado” o “se lo merecía”
en la conciencia de muchos.
Hoy,
desde la distancia, solo puedo pronunciar un “pobre gente”,
desamparados de la mínima cultura, ensalzando al que hacía la
fechoría mas grande, seguidores de aquellas películas de nuestra
niñez de perros callejeros, teniendo a ídolos como “el torete”
o “el vaquilla”, sintiéndose bandoleros de pueblo y tomándose
la justicia por su mano ya que la vida poca o ninguna justicia les
hacía.
En
fin, decidieron en parte coger el lado cerrero de la vida, vivirla
deprisa deprisa como si la vida misma les quemara, sin sentido del
mañana en un carpe diem dañino, que hizo que el que seguía delante
de mí con una bandejita de mimbre y desdentado como un rano fuera el
último de su estirpe.
Atentamente;
El
niño Gilena