Estimado pueblo espero que al recibir la presente te encuentres bien, yo bien, gracias a dios.
Te escribo hoy pues traen los diarios de estos días variopintas crónicas referidas a la ecología, y las productos que de ellas se etiquetan, pues parece ser que uno durará más y en mejor forma si toma este o aquel manjar que en su etiqueta marque la palabra BIO.
Como te decía y, sin irme por las ramas, comencé a recordar que ya de niños y, sin saberlo, muchos de nosotros empezamos con esta moda actual del producto ecológico y, cómo no, empezamos pues por las golosinas, sí, por las golosinas que la madre naturaleza nos ponía cerca y que por la carencia de dineros o el regusto por lo gratuito agradábamos de degustar. Recuerdote aquí algunas que a la memoria me vienen:
Batatitas de gamón o bolitas de espino majoleto del campo de Juanito, moras blancas y negras del Fontanal, algarrobas de la sierra, zinojos (de rata no), panecitos de malva, palmitos de las lindes de la base, vinagritos, palodú, bellotas dulces de las dehesas del parroso, piñones de los pinares del cipres, junquillos de Puerto Serrano, pipas de corona de las blancas (que con las negras se te pone los labios gordos), etc.
Todas estas golosinas ecológicas no solo daban gusto al paladar, pues para mí que muchas no las querían ni los zorzales. Pero gracias a su búsqueda y a los lugares en los que se encontraban, hacían se vivieran mil y una aventuras a la caza de ese tesorillo que la dehesa, las lindes o los ríos ponían en nuestras bocas.
Atentamente;
El niño Gilena
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