Estimado pueblo:
Espero que al recibir la presente te encuentres bien, yo bien, gracias a Dios.
En el día de hoy, natural domingo, me he dado cuenta de cuánto hemos cambiado. Pues si actualmente se utiliza como mecedora de resacas, preludio de arduas labores o final de festividad sin sal, en mi mocedad era el que daba nombre a una especie especial que hacían de ese día su bandera e insignia de la jovialidad, expresada con el gentilicio de "Dominguero".
El dominguero solía ser un exprimidor experto del día, pues en solo media mañana y una tarde o viceversa, realizaba gran cantidad de eventos dentro de la escueta industria del divertimento.
Los había aficionados a comidas campestres en lindes semiboscosas y de sombra encinera, de sardinas "asás", arroz en paella o caldoso y choricillos al infierno, espetados en una retama de olivo. En torno a él giraba toda una retahíla de niños, titos y titas, los primeros atusándolos para que colgaran una cuerda del chaparro más próximo con el que realizar un improvisado columpio, los segundos, esperándolos para que se sentaran un ratito a echar una manita de parchís en la mesa plegable, cosa que declinaban en pos de coger a modo de competición una manita de espárragos o un guiso de caracoles.
Los había playeros y de natural madrugador, pues a las 6 de la madrugada (para algunos de la mañana) ya estaba cargando en la vaca del 850 las 4 sillitas, la mesa, la sombrilla, la cámara de tractor a modo de balsa y las dos neveras de propaganda, una con refrescos y tinto, y la otra llena de tarteras con filetes empanados y tortilla a falta del último ingrediente: la arena.
También los había de natural viajero, de los que aprovechaban cualquier convocatoria de hermandad, peña o asociación, para conocer las lindes de Andalucía e, inclusive, aventurarse en tierras extremeñas con las que conocer las 7 maravillas domingueras: La Mezquita de Córdoba, la Alhambra de Granada (con la tumba de Fray Leopoldo, claro está), los Reales Alcázares de Sevilla, la ciudad romana de Merida, el monasterio de la Rábida, el casco antiguo de Cáceres y la sempiterna playa de Chipiona.
En fin, tiempos en los que los domingos daban para mucho gastando poco, aprendiendo a consumir tiempo con alegría, compartir momentos en familia o descubrir rinconcillos con curiosidad y entusiasmo.
Atentamente;
El niño Gilena
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