Queridísimo pueblo:
Espero que al recibir la presente te encuentres bien, yo bien, gracias a Dios.
Con este encabezamiento tan singular seguro que no esperas que mis recuerdos hayan tornado en el día de hoy sobre los medios comunicantes de tus parroquianos entre barrios, pueblos y mercaderías. Pues sí, eso es, ya que en estos tiempos que corren en el que más y el que menos dispone de ocho, diez y hasta doce ruedas, no piensa ni por asomo recurrir a otros medios de transporte que aquel que está a su nombre o al del banco. Menos recordarán esos tiempos, no tan lejanos, en el que te apuntabas en el taxi "pirata", coche de siete plazas apretaditas, normalmente Seat 1500 familiar, en el que desde el Bar Deportivo, como última recogida, partía hacia las lejanas tierras de la capital para depositarte en el Bar Turrones donde, aparte de servir de abrevadero de unas magnificas cervezas, también hacía de estación improvisada de los que tenían media mañana para arreglar un papelito, ir al médico o visitar a una prima lejana trabajadora en el oficio más antiguo del mundo.
Para los que disponían de menos hallares, más tiempo y estaban acostumbrados a largos recorridos, nada mejor como la empresa “SARMIGE” (antiguo coche de línea de nuestros mayores). Ese autobús de cortinitas de tela, asientos de madera y ceniceros llenos de colillas y chicles más que masticados durante las casi dos horas de recorrido entre la salida de El Langostillo, las paradas campestres y cortijeras, el paso por el cruce de Monte Palacios, la entrada en Arahal y Alcalá y las paraditas sevillanas de Los Pajaritos, la Calle Oriente, Ramón y Cajal y la llegada tarde y cansada al Prado de San Sebastián.
Qué decir de “er pollito”, animalito de lata, motor y ruedas que tomó el nombre del color con que lo estrenaron y que tantos pasitos, que no tiempo, ahorró a quien necesitaba arrimarse a La Alameda por una recetilla de pastillas "pa" los nervios o a comprar alhucema, ajos o algún trapo al "cortinglé" de albero ensolado.
Pero el que más recuerdo me trae a la memoria. no por su quehacer sino por su nombre, es el del Corsario Domínguez, que con su patente, no se por quién promulgada, hacía las funciones de barco indiano o colonial trayendo y llevando piezas de motores, recambios de bicicletas o los amorosos paquetes preparados por madres y familiares que, con destino a Barcelona o sus alrededores y compuestos por chacinas del lugar, aceite de primera prensa y alguna libra de tocino bellotero, hacían las delicias de aquellos moroneros colonizantes de tierras catalanas.
En fin, a todos ellos debo el recuerdo de hoy, donde Sevilla esta más cerca en tiempo y espacio, al Pantano se baja en coche, los taxis están de adorno, y la novelesca palabra de corsario ha sido sustituida por la no menos pinturera de mensajero.
Atentamente;
El niño Gilena
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