Estimado pueblo:
Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, gracias a Dios.
Hoy ni paseo, ni vueltecita, ni asomarme a la calle si quiera, pues algo dentro de mi cuerpo no marcha bien o, pueblerinamente hablando, ando "malusquillo". Y, cómo no, antes de dirigir mis pasos al ambulatorio de turno, consulté con el primer médico que todos hemos tenido: LA MADRE QUE ME PARIO, la cual después de escuchar los síntomas iniciales correspondientes a mi enfermedad, es decir, un vacie continuo de sólidos y líquidos por altura y por bajura, exclamó sin tiempo de meditación: “huy po eso anda”, con lo que dándose por satisfecha por tan gran auscultación dispúsose a recetarme con su sapiencia particular: un caldito del puchero, un pescadito en blanco y si me dan calenturas, un vasito de leche antes de acostarme bautizado de jerezanas maneras.
Acabada la consulta me puse a cavilar cuántos remedios caseros hemos ido aprendiendo del boca a boca y del mano a mano:
Recuerdo que siempre que llegando la primavera, no había año que no me picase un tabarro y se me ponía la parte picada hinchada como un globo y picante como un chile, pero alguien del que no recuerdo, díjome la magistral receta de untar barro en la picadura, con lo que el frescor y no sé que más cosas hacían que se reconfortara la parte picada del áspid alado.
De la misma forma siempre que la barriga se descuadraba por dentro por lo comido o la falta de lo mismo, no faltaba en mi casa una botellilla de aguardiente de pepino que realizaba el milagro de detener rugidos y retortijones.
Para los dolorcillos de lomos, rodillas y demás articulaciones, disponíase otra botella rellena de romero borracho de alcoholes, que el tiempo había macerado adecuadamente y hacía las delicias del deslomado, despachando con olor, frescor y arrogancia el dolor de carnes y huesos.
Si el mal era por fuegos, nada mejor para el turrado que un chorreón de agua del grifo y un frotis de aceite olivarero.
Si el dolor era nervioso, mano de santo con tila y poleo.
Si la necesidad era de vaciarse, ciruelas, higos y zumos, destapaban cualquier tapón por lacrado que estuviese.
Cuando las quijadas daban de las suyas, lo único que les cantaba una nana era un enjuague con machaco del seco.
Y si el mal era muy gordo, corbata de esparto y chaparro cincuentón.
En fin, en mi casa o en la que lo era, los males se curaban más acordándose de los curanderos que de los médicos, pues ya lo dice el refrán :
“ABOGADO, SUEGRA Y DOCTOR MIENTRAS MAS LEJOS MEJOR”.
Atentamente;
El niño Gilena
No hay comentarios:
Publicar un comentario