Delicados pero firmes, así envuelven tus dedos la fina arcilla, qué gira en interminable movimiento sin ir a ningún lado.
Al son callado del torno, levemente golpeado por tu pie sereno,
vas dando forma a la tierra y el agua con geometrías de exuberante redondez,
que recuerdan las curvas de una hermosa mujer, pues mujer es la tierra y su sangre el agua.
Luego le darás fuego, entregándole la fuerza y la dureza para completar así, el ciclo infinito que no cesa, siendo creador y hacedor como la naturaleza.
Muchas veces ví, en mi niñez, cómo tus manos nervudas se deslizaban arriba y abajo,
conformando, como un gran milagro, aquellas cerámicas, fruto del saber ancestral y popular de nuestra tierra.
Tus manos dieron de beber al jornalero y sujetaron firmes los tesoros de la tierra, que dieron de comer a sus familias.
Sus cóncavas palmas albergaron nuestro aceite, nuestro vino y el agua fresca en la alacena.
Tus manos se pusieron sobre el fuego de las humildes cocinas,
para dar sabor de gran mesa a los guisos del obrero.
Fueron tus manos, alfarero, las que cobijaron el sencillo vivir de mi pueblo.
Dedicado a mi tío Pichichi, el último alfarero y a todos aquellos que modelaron y cuidaron las costumbres de mi tierra
Al son callado del torno, levemente golpeado por tu pie sereno,
vas dando forma a la tierra y el agua con geometrías de exuberante redondez,
que recuerdan las curvas de una hermosa mujer, pues mujer es la tierra y su sangre el agua.
Luego le darás fuego, entregándole la fuerza y la dureza para completar así, el ciclo infinito que no cesa, siendo creador y hacedor como la naturaleza.
Muchas veces ví, en mi niñez, cómo tus manos nervudas se deslizaban arriba y abajo,
conformando, como un gran milagro, aquellas cerámicas, fruto del saber ancestral y popular de nuestra tierra.
Tus manos dieron de beber al jornalero y sujetaron firmes los tesoros de la tierra, que dieron de comer a sus familias.
Sus cóncavas palmas albergaron nuestro aceite, nuestro vino y el agua fresca en la alacena.
Tus manos se pusieron sobre el fuego de las humildes cocinas,
para dar sabor de gran mesa a los guisos del obrero.
Fueron tus manos, alfarero, las que cobijaron el sencillo vivir de mi pueblo.
Dedicado a mi tío Pichichi, el último alfarero y a todos aquellos que modelaron y cuidaron las costumbres de mi tierra
Me ha gustado el artículo.
ResponderEliminarBlog de Antonio Cuevas. Saludos
hola,
ResponderEliminarcreo que soy tu prima como puedo contactar contigo.
Pepe Martínez "pichichi, también es mi tío.