Estimado Pueblo:
Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, gracias a Dios.
Hoy, sentado en el cierro, con la sola contemplación del caer monótono de la lluvia, y con la mirada perdida en la desierta calle, mi memoria se ha fugado, sin mandárselo, a aquellos lejanos días de agua otoñal de mi niñez. Ante el efecto ignótico del tamborileo acuoso en los cristales, he vuelto a escuchar aquella vieja radio de seriales y concursos mientras un olorcillo de cisco y alhucema invadía mis sentidos. Vuelvo a ver a mi madre traerme una batata cocida con azúcar por tapadera mientras yo me afano, sin conseguirlo, en rubricar aquellas pomposas letras de las libretas de caligrafía. A mi vera, mi abuela rezaba la letanía incansable de dos al derecho y uno al revés mientras cruzaba las agujas de croché al ritmo de un reloj de cuco. La gata romana roncaba plácidamente en su cojín de punto. Desde la cocina, un olorcillo a leche frita y rosquitos de nata hacían presagiar la más dulce de las meriendas. He vuelto a ver aquel calentador con su hule repleto de baqueritos, tío vivos y pulgarcitos mientras, ataviado del gamberro heredado y las irrompibles botas de agua que hacían las delicias de los pisadores de charco, esperaba con ansia un descanso del cielo para hacer surcar barquitos de papel por los riachuelos callejeros.
Ante mis recuerdos, se ha plantado aquella calle Nueva emborronada por las humaredas del castañero de Correos, mientras chicos y mayores esperaban con paciencia que remitiera el aguacero, refugiados ante cualquier dintel.
El sonido de un trueno hace que salga de mi ensoñación y vuelvo a la realidad, la lluvia sigue cayendo pero ya no huele a alhucema, ya no escucho la radio, ya no está mi abuela, el día me parece más oscuro y la calle más solitaria.
Atentamente
El niño Gilena
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