Estimado
Pueblo:
Espero
que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, a Dios
gracias.
Andaba
yo trasteando por unas carpetas antiguas de esas donde aparecen un
recibo de agua pagado en pesetas y una papeleta de una rifa de una
cesta de Navidad cuando apareció ante mí un billete antiguo de 20
duros, aquellos en los que aparecía Gustavo Adolfo Bécquer con una
pose un poquito mariquita. Vino inmediatamente al trastero de mi
memoria los días en que siendo mi santo (pues en mi casa no hemos
sido mucho de cumpleaños), mi abuela Pepa tenía a bien en regalarme
uno de esa guisa y, mi menda, como siempre ha sido y, sobre todo en
la niñez, de los de carpe diem, lanzábame como loco a esas calles
de Dios a cambiar el susodicho billetito
por alegrías y viandas.
La
primera parada era en la librería del Charrito o de Dolorcita Abril
pues compartían mayorazgo de la misma, donde dándole largas a 4
duros me trajinaba un DDT, un Tío Vivo
y un Mortadelo especial… casi ná. Sin tardar mucho en
desplazamientos, cruzaba la calle por donde me daba la gana, en
ausencia de paso de peatones y la poca velocidad de seiscientos, ocho
y medios y mil quinientos y, en el puesto de “la perfecta” me
cargaba otros 2 duros en arazú del gato, chicles Cosmos,
un paquete de kikos Churrucas
y dos chupa-chups
de Kojak.
Mientras degustaba
la azucarada pitanza, echaba un vistacillo a las carteleras de
cine por decidirme si tocaba el luchador manco o una vaquerada del
séptimo de caballería. Una vez visualizado el futuro espectáculo y
devorado el festín chucheril, pasaba, por eso de seguir con los
azúcares, por la pastelería María Auxiliadora de la calle Nueva y
me liberaba de otros 2 duritos en un merengue de esos quemaditos por
fuera...¡qué alegría, Dios mío de mi vida!.
Como
en esos tiempos no padecía
vergüenza de ir comiendo por la calle, me dirijia entre
bocado y bocado al puesto de Paquita “la encajera”, donde podía
elegir, ya que me lo permitía mi onomástica
fortuna entre todos los paquetes de baqueritos que, colgados de un
tendedero
improvisado, se mostraban
ante mí: aviones,
barcos, primera guerra mundial, vikingos, indios pieles rojas… ¡qué
delicia!, con lo que otros 2 duros
del ala.
La
tarde se me venía encima y, en el cine ya estaba la cola formada,
con que con la película elegida (hoy sería de karate), ya estaba el
tío de puntillas alargándole 3 duros a una taquillera entradita en
años y con gafa “culo botella” (hoy tocaría planta baja, para
eso era mi santo). En la espera callejera, antes de que abrieran las
puertas, no podía faltar hoy, que tenia cuartos, jugarme un durito a
la reolina de un hombre gordo y mas bien gigantón que no destacaba
por su amabilidad con la clientela, pero como siempre que metía, ni
lagarto, ni baquero, ni rana verdosa, me quedé a dos puntillas del
deseado premio. En fin, que una vez abierto el portalón, pa dentro.
Claro es que una película no es una película sin un paquete de
“arvellanitas”, uno de pipas y tres o cuatro esponjitas, con lo
que dos duritos mas a restar de mi fortuna.
Una
vez terminada la película, las pipas, las “arvellanas” y todo lo
que se me pusiera por delante, no había mejor manera de retirame pa
mi casa que con un helado de dos bolas, de esos que tan amablemente
te ponía una heladera que hablaba regular y tenía mas años que la
puerta de San Miguel, con lo que con 3 duritos menos y una bola de
chocolate y otra de vainilla y una sonrisa de oreja a oreja iba para
mi casa echándole una vistacillo a las historias de los tebeos y con
ansia por abrir el paquete de vaqueritos para ver si venían muchos
de aquellos que apuntaban de rodillas.
Entraba
yo en mi casa alegre y contento, habiéndome sentido como un
Rockefeller por un día y con un durito en el bolsillo para rematar
la faena al día siguiente ante el puestecillo móvil que todas las
mañanas a la hora del recreo tenía a bien visitarnos.
Volví
a mirar los 20 duros y a guardarlos con la esperanza de que, cuando
pasase algún tiempo volviera a traerme aquellos regocijantes años
de mi niñez.
Atentamente;
El
niño Gilena
Me ha gustado mucho y me ha hecho recordar mi niñez muy parecida con el tío Bigotes en la calle Nueva y los kioscos de castañas pilongas.
ResponderEliminarQue emoción tan grande al leer todo esto yo recuerdo muchas cosas porque mi niñez esta rodeada en esos recuerdos y más emocionada al leer el momento de PAQUITA LA ENCAJERA ufff que sensación más grande cuanto daría por tenerla en esa tienda en esa esquina y poderla abrazar cuanto te echo de menos abuela del alma eres la mejor se merecía un gran homenaje por lo grande que fuistese y querida por todo moron
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