Estimado
Pueblo:
Espero
que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, a Dios
gracias.
Los
que andan como yo, que les quema la cama y no son de esperar el sol
en decúvito supino, nos encanta el domingo de buena mañana darnos
un paseito por las tranquilas ruás, en busca de uno de los manjares
de pobre que, con el pasar de los años, sigue haciendo las delicias
de jóvenes, viejos y niños: “Los
tejeringos”, aunque ya en desuso esta arcaica palabra, ya
sustituida por la más actual: Calentito.
Pues
eso, medio vestido, con ropa informal, chándal, pantalón flojito o
calzonas, si el tiempo lo permite, empieza el primer dilema: pa dónde
tiro, ¿pa la alameda? No, que allí hay mucha gente, ¿pa la plaza?
No, que allí no hay de papas...Total, que por cercanía y variedad
me dirijo enfrente de la antigua barbería de Tirillas, dispuesto a
realizar la susodicha compra. Al llegar empieza el antiguo ritual con
un sonoro “buenos días” y un antiguo “quién da la vez”. Una
vez contestada la pregunta, te distraes durante la espera en
calcular cuánto te llevas, y este sí que es un problema pues siguen
siendo unos de los productos que se expenden a ojo de buen
jeringuero, o ¿alguien sabe si un euro de calentitos es mucho o
poco?... En fin, que
haciendo un recuento fácil con los dedos y diciendo
mentalmente: ...mi mujer, mi suegra, mi niña y yo y algunos que
sobren para la merienda aunque me los coma fríos... decido arrearme
dos euritos de calentitos, uno de papas y otro de rueda, pero claro
está, ahora empieza el segundo dilema: a mi mujer le gustan
pasaditos, a mí me gustan crudos, a mi suegra le gustan de los
dos... da igual, Dios proveerá y en espera que me toque la porrita,
que no se sabe porqué pero es un manjar de dioses, espero
pacientemente entre banales charlas del tiempo que la vez sea para
mí.
Siempre
me ha gustado observar con qué maestría manejan los palos los
jeringueros pues parece que están comiendo shusi pero a lo bestia.
Recuerdo también cuando el jeringuero, con su instrumento mitad
embudo mitad lavativa y con una presión sobaquera, pintaba en el
renegrido aceite ese laberíntico anagrama de harina, agua y levadura
con el que todos nos chupábamos los dedos, pero eso ya es tiempo
pasado. Total, que entre estos pensamientos oigo la mágica vez que
dirigiéndose a mí me dice: ¿Cuánto le pongo
Maestro?. A la respuesta de “dos
euritos bien despachaos que son par
campo”, la hábil mano de la
jeringuera me llena dos papeles de estraza en lo que su pericia de
pesaje admite que son las cantidades correctas, con lo que con los
dos papelones en la mano y una sonrisa de oreja a oreja atravieso La
Carrera en dirección a mi casa, claro está, no sin antes hacer una
cata a cada papelón por rememorar aquellos catadores romanos que
comprobaran la salubridad del producto. Ya vendrá después el
bicarbonato con las rebajas.
En fin, hay que ver la alegría que
mete en tu casa dos euros de calentitos en un desayuno dominguero.
Atentamente;
El
niño Gilena
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