Camino del sur.
La radio suena de fondo, unos
acordes a bajo volumen. Los niños duermen detrás. La carretera ya pesa, también
han madrugado y por fin han sucumbido a los kilómetros. Mi mujer también
dormita. Tras sus gafas de sol, los ojos se entrecierran y da leves cabezadas,
no pilla postura para dormir. Hace rato que paramos a comer algo y tomar un
café. El viaje sigue.
Yo
tranquilamente conduzco. El control de velocidad hace su trabajo y sólo tengo
que estar atento a los que vienen por detrás y a los camiones que tengo por
delante. Madrid y su caos hace rato que quedó atrás. También pasamos evocadores
pueblos como Aranjuez, Ocaña o Almagro y ya La Mancha se me hace familiar de
tantas veces que la he atravesado.
La autovía
discurre recta, serena y con pocos cambios. El sol brilla en un día claro y
fresco. Disfruto viendo los viñedos al borde de la carretera, también caseríos
que a lo lejos se ven languidecer por el abandono. Atrás van quedando ventas de
camino, pueblos y hasta molinos quijotescos que a lo lejos baten sus brazos.
Aquí, en el
coche, todos duermen ya. Yo conduzco, miro a los pequeños por el retrovisor y
de reojo le echo un vistazo a ella y me sonrío. Por fin encontró la postura
para dormir.
Puerto
Lápice está cerca y como siempre que paso por aquí, me vienen a la mente
imágenes y ensoñaciones del aquel insigne hidalgo, noble de alma y corazón,
cuerdo de atar en su locura.
Veo los
campos extendidos perderse en el horizonte, con sus caminos y sendas. Hasta me
parece ver a tan singular pareja pisando trochas y sufriendo calores en pos de
entuertos que deshacer, malandrines a los que abatir e injusticias que
solventar, mientras los pensamientos del caballero se escapan montando palabras
de amor por su Dulcinea.
Y así en mis
cavilaciones, dejé atrás Valdepeñas con sus bodegas y otras ilustres naciones
manchegas. Almuradiel y luego Venta de Cárdenas, donde un conocido cartel ya me
dice, “BIENVENIDO A ANDALUCIA”
Ahora todos han
despertado con mi grito, “¡que ya estamos en Andalucía!”
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