CAVILACIONES
EN MI AZOTEA.
Me gusta oír la lluvia. Me
embelesa el repiqueteo de la lluvia nocturna clamando en el cristal o en la
persiana. Me retrae el pensamiento y hasta relaja mi consciencia. Lluvia que se
escapa del canalón y repica en el suelo encharcado o el tejadillo. Agua que
tamborilea en los tiestos con helechos, las costillas de Adán y las pilistras.
El canto de la lluvia me arranca
evocaciones y ensueños. Imágenes de ventanas enrejadas al interior de un patio
encalado, de viejo ladrillo enlosado y de mosaicos de piedras adornado.
Ojos
abiertos en la oscuridad de la madrugada, teniendo la ventana entornada dejando
entrar en la habitación brisa fría y música de lluvia. Esa lluvia que cae
serena, constante y queda. Esa misma que empapa los campos y llena arroyos y
torrenteras. Esa que tanto agradece la tierra y que tanto aprovecha. La misma
que vuelve la campiña verde y da múltiples colores y olores a la serranía.
A
veces pienso que este gusto por la lluvia me viene por ser del sur. Allí donde
la lluvia es bendición y allí donde se dejan escapar los sueños por una ventana
entornada.
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