08 enero 2016



CAVILACIONES EN MI AZOTEA.

Me gusta oír la lluvia. Me embelesa el repiqueteo de la lluvia nocturna clamando en el cristal o en la persiana. Me retrae el pensamiento y hasta relaja mi consciencia. Lluvia que se escapa del canalón y repica en el suelo encharcado o el tejadillo. Agua que tamborilea en los tiestos con helechos, las costillas de Adán y las pilistras.
El canto de la lluvia me arranca evocaciones y ensueños. Imágenes de ventanas enrejadas al interior de un patio encalado, de viejo ladrillo enlosado y de mosaicos de piedras adornado.
Ojos abiertos en la oscuridad de la madrugada, teniendo la ventana entornada dejando entrar en la habitación brisa fría y música de lluvia. Esa lluvia que cae serena, constante y queda. Esa misma que empapa los campos y llena arroyos y torrenteras. Esa que tanto agradece la tierra y que tanto aprovecha. La misma que vuelve la campiña verde y da múltiples colores y olores a la serranía.
A veces pienso que este gusto por la lluvia me viene por ser del sur. Allí donde la lluvia es bendición y allí donde se dejan escapar los sueños por una ventana entornada.

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