18 agosto 2016

CAVILACIONES EN MI AZOTEA. Mis veranos de EGB





Mis veranos de E.G.B.

Para mí, que durante gran parte de mi época escolar fui bastante mal estudiante, el verano traía connotaciones de estudio, vuelta a los libros y de levantarse temprano para ir a clases particulares. Aquellas clases que eran impartidas por algún joven conocido del barrio, qué había estudiado magisterio o cualquier otra carrerita, pero que no profesaba en colegio alguno o que no le salía mejor forma de ganarse algún dinero.
Solía comenzar mi odisea de estudiante estival allá por mediados del mes de julio, se extendía por todo agosto y llegaba hasta septiembre, época en que llegaban los temidos exámenes de recuperación de la E.G.B.
Y así era como se me veía en aquellas mañanas de verano, vestido de pantalón corto y zapatillas de lona azul, deambular con mi mochila escolar por la barriada de La Paz o por la Alameda, dirigiéndome a casa del profe de turno. Tempranito, con la fresquita de la mañana veraniega, dando patadas a alguna piedra o espantando saltamontes y bostezando el sueño interrumpido.
Aquellos profesores jóvenes, a los que aún hoy recuerdo hasta con nostalgia, impartían clases para intentar recuperar en mes y medio todo aquello que no habíamos estudiado durante todo el curso y con frecuencia lo conseguían.
Largas mañanas repasando matemáticas y lenguaje en la mesa del salón o intentando entender aquellos extraños problemas de trenes que se encontraban o pollos y manzanas. Sentado junto otros niños del barrio que nos encontrábamos en la casa del profe como si fuera una prolongación del aula del colegio o como si el curso no hubiese terminado nunca.
Que veranos aquellos amigo mío, cuando mi mayor anhelo era acabar aquellas horas de sacrificio interminables para enseguida salir corriendo a dejar la cartera y lanzarme a la calle a jugar o las canteras de fajardo a vivir mil aventuras imaginadas.