Estimado pueblo.
Espero que al recibir la presente te encuentres mejor. Yo voy tirando.
El pueblo “SE VENDE” se está quedando sin
gente como un cántaro agrietado que pierde agua poco a poco, sin que nadie lo
remedie. Cada año cierra una tienda, un cierro se apaga, una calle se queda sin
niños. Lo que fue jaleo es ahora eco, y el eco, a veces, ni responde.
Las aceras se llenan de polvo, bolsas
volanderas, cáscaras que nadie barre. El ayuntamiento pinta una fachada, cambia
un banco, planta alguna flor, pero el abandono no se disimula con maquillaje.
La vida, cuando se marcha, deja siempre carriles de tristeza.
Las tiendas, antes pulso y tensión del
pueblo, bajan las persianas para no volver a subirlas. La panadería donde olía
a madrugada, la ferretería donde se pedía un tornillo suelto, la tienda de la
esquina que fiaba sin preguntar mucho. Todo eso ya es recuerdo, y los recuerdos
no dan de comer.
La plaza del ayuntamiento, centro en un
tiempo de todo, tiene ahora más palomos que vecinos. El bar aguanta, a medio
gas, sirviendo cafés malos y conversaciones cortas. el cartero ya no conoce a los vecinos, los
zapateros no remiendan botines, ni el losada da la hora correcta.
Y, sin embargo, bajo este silencio, aún
late una dignidad antigua: el azulejo de las 7 revueltas, la fuente de la
carrera que gotea, las buganvillas del polvorón que se empeñan en florecer.
Como si el pueblo quisiera decirnos que no está muerto del todo, que solo
duerme, esperando manos que lo cuiden, voces que lo llenen, escobas que lo barran,
y risas que lo arrullen.
Pero la pregunta flota como un aire
pesado: ¿quién volverá a un lugar donde ya no quedan tiendas, ni calles
limpias, ni promesa de futuro?
Quien volverá a un pueblo que “SE VENDE”.
Atentamente:
El niño Gilena
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