22 junio 2010

DE MALES Y MERINGOTES

Estimado pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, gracias a Dios.

Hoy ni paseo, ni vueltecita, ni asomarme a la calle si quiera, pues algo dentro de mi cuerpo no marcha bien o, pueblerinamente hablando, ando "malusquillo". Y, cómo no, antes de dirigir mis pasos al ambulatorio de turno, consulté con el primer médico que todos hemos tenido: LA MADRE QUE ME PARIO, la cual después de escuchar los síntomas iniciales correspondientes a mi enfermedad, es decir, un vacie continuo de sólidos y líquidos por altura y por bajura, exclamó sin tiempo de meditación: “huy po eso anda”, con lo que dándose por satisfecha por tan gran auscultación dispúsose a recetarme con su sapiencia particular: un caldito del puchero, un pescadito en blanco y si me dan calenturas, un vasito de leche antes de acostarme bautizado de jerezanas maneras.

Acabada la consulta me puse a cavilar cuántos remedios caseros hemos ido aprendiendo del boca a boca y del mano a mano:

Recuerdo que siempre que llegando la primavera, no había año que no me picase un tabarro y se me ponía la parte picada hinchada como un globo y picante como un chile, pero alguien del que no recuerdo, díjome la magistral receta de untar barro en la picadura, con lo que el frescor y no sé que más cosas hacían que se reconfortara la parte picada del áspid alado.

De la misma forma siempre que la barriga se descuadraba por dentro por lo comido o la falta de lo mismo, no faltaba en mi casa una botellilla de aguardiente de pepino que realizaba el milagro de detener rugidos y retortijones.

Para los dolorcillos de lomos, rodillas y demás articulaciones, disponíase otra botella rellena de romero borracho de alcoholes, que el tiempo había macerado adecuadamente y hacía las delicias del deslomado, despachando con olor, frescor y arrogancia el dolor de carnes y huesos.

Si el mal era por fuegos, nada mejor para el turrado que un chorreón de agua del grifo y un frotis de aceite olivarero.

Si el dolor era nervioso, mano de santo con tila y poleo.

Si la necesidad era de vaciarse, ciruelas, higos y zumos, destapaban cualquier tapón por lacrado que estuviese.

Cuando las quijadas daban de las suyas, lo único que les cantaba una nana era un enjuague con machaco del seco.

Y si el mal era muy gordo, corbata de esparto y chaparro cincuentón.

En fin, en mi casa o en la que lo era, los males se curaban más acordándose de los curanderos que de los médicos, pues ya lo dice el refrán :

“ABOGADO, SUEGRA Y DOCTOR MIENTRAS MAS LEJOS MEJOR”.

Atentamente;

El niño Gilena

15 junio 2010

EUTANASIA PUEBLERINA

Estimado Pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, gracias a Dios.

En mi paseo madrugador de este sábado, cumplimentado como marca el protocolo de parada cafelera en la taberna Retamares, mi sentido auditivo captó la conversación mantenida entre dos de sus parroquianos de cómo un compadre de la villa había determinado sin más ni más terminar con la estancia en este barrio acuciado con mil y un problemas de salud.

Uno de ellos, ante la morbosa explicación de cómo sacaba el billete para la barca de Caronte, exponía con la conocida frase de “hay que tener cojones”, mientras el otro argumentaba la falta de los mismos por no morirse como Dios manda.

Una vez puesto en la calle e iniciado de nuevo mi discurrir pueblerino, lo más gris de la memoria quiso recordarme cuántas personas conocidas y mentadas habían optado por no querer dejar el mundo cuando le tocara en suerte, sino cuando los dados de la salud, amores o dineros ayudaran a marcar esa hora tan funesta, y sobre todo vinieron a mi memoria con la pueblerina y rústica forma de pasar al otro barrio.

Cuentan mis mayores que pusose de moda por estos lares tirarse, sin saber artes natatorias, al pozo de Canillas o por ahorrar tiempo al de la cantera de Fajardo, arte éste practicado por más mujeres que hombres, derivado de no necesitar material alguno para consumar el fin.

Desde luego la práctica más habitual siempre ha sido colgarse o ahorcarse, en la que podríamos suscribir varias divisiones, una según el material utilizado (cuerda, soga, correa, cordones, cables….) y otra según el lugar (viga, escalera, chaparro, olivo…).

Otra no menos corriente ha sido la de los dos tiros (misterio el cual nunca he llegado a resolver sobre todo lo del segundo tiro).

Dentro de las menos agradables está la ingestión de líquidos y sólidos, pero no utilizando pastillas tranquilizantes o cantidades gigantescas de ansiolíticos, no, sino con la desagradable lista que aquí les presento: líquido de baterías, lejía, agua fuerte, líquidos de los olivos o veneno pa las ratas.

En fin, cosas que pasan en los pueblos donde si somos tachados de brutos en nuestra forma de vida, no podríamos ser tachados de menos en la forma de elegir la muerte.

Atentamente;

El niño Gilena

08 junio 2010

"LA CALO"

Estimado pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, gracias a Dios.

Ya llegó, sí señor. Ya está aquí. Como cada año por estas fechas, y aunque, como siempre, nos empeñemos en decir la repetitiva frase de “esta caló no es normal pa la fecha questamos”, todos los años es lo mismo. Más, cuando yo no soy amistoso con estas térmicas infernales, también traen a mi recuerdo estampas, sabores, olores y ruidos que, por compadreo con la misma, hacen de abanderados de este veranillo de cinco meses impropio de otros lares. Me explico:

Los primeros síntomas de advenimiento de la calurosa criatura podemos percibirla en el ejército de blanqueadores y pintores de brocha gorda que lustran las fachadas de churretes invernales y humedales de lo mismo. Paralelamente, y derivado de la subida del plateado mercurio, manjares como el tomate, el pepino, el pimiento, la “asandia” o el melón empiezan a aparecer por huertos y casas de campo, con lo que con la mezcla de ellos y algo de añaduría, picadillos, aliños y gazpachos, pasan a ser dieta habitual de cada casa de vecino.

Si prestamos atención, o sin prestarla, a los más ruidos que sonidos con que la amistosa estación nos regala, nos daremos cuenta que la chicharra señorea en horas de lo más lustroso del calor añadiendo con su serreño algún gradito al subconsciente del que mira ese campo de pipitas. Si la noche viene al pairo Don José Grillo, que no pepito, juega con nosotros al escondite, dándonos pistas con su CRI-CRI por ver si lo encontramos y podemos quitarnos de la cabeza esa sinfonía interminable escrita con una nota.

Al acabarse el almuerzo tiramos de herencia mora y nos recreamos en el noble arte de la siesta, pero no siesta moderna de dos cuartos de hora escaso no, siesta de toda la vida, de dos vueltas de reloj, de despertarnos por sed o hambre o por no dormir ahora lo que en la noche echemos de menos.

Pero una de las estampas que más me gusta de “la caló” y que cada vez es más rara e imperceptible, es ver a esos vecinos de barrio añejo sacar las sillas de enea cuando el sol ya está encamado y en un gotear de juntas y reuniones, compartir anécdotas y cotilleos entre “con dioses” y buenas noches.

En fin, para nosotros “la caló” es como el color de los ojos, te gusten o no te gusten, es lo que “ta tocao” y con ellos tendrás que vivir por muchas lentillas que te pongas.

Atentamente;

El Niño Gilena

01 junio 2010

75 VUELTAS AL SOL

Estimado pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien,yo bien a Dios gracias.


Estando todavía la 2ª República en su cuarto año, y con la cercanía presente de los rigores del verano, cuando diose la alternativa en el coso de La Alameda, al fundador de la saga de esta terna de toreros de la barra, que con maestría, temple y duende, han sabido pasear con elegancia la filosofía del trabajo bien hecho.

Quince lustros repartidos en esfuerzos y dedicación al noble arte de servir a todo aquel que su umbral ha cruzado, quince lustros de hacer más amigos que clientes, quince lustros atesorados en mil imágenes que bordan esas paredes rebosantes de cante, baile, arte y devoción mariana.
Cuántas tertulias se forjaron entre esas paredes, cuántos noviazgos adeudados de esas tardes de domingo y esas noches de sábado ante una caña bien tirada y un plato de “cañaillas".
Quién no se ha bautizado en este pueblo, en estas setentaicinco vueltas al sol, en ese templo hostelero del corazón de La Alameda.

Hoy, echando la vista atrás y con la ayuda de mis mayores, vuelvo a ver a Don Pedro tirando la bandeja al suelo para alegrar a la parroquia con el susto improvisado de algún embelesado televidente. También veo a Don Indalecio hacer el milagro de los panes y los peces en días de feria, arrancando sonrisas y gracias a quienes, por muchos olvidados, cumplían la pena de la vejez en hospicios hospitalarios. Y, cómo no, veo a Don Manuel cargar el incensario con aromas de candelaria siempre que el reloj del tiempo marca la cuarentena para el Domingo de Ramos.

Por todo esto, y más que me callo y dejaré para cuando la redonda cifra de los 100 sea puesta, cual medalla en el pecho de esa terraza y portada de buen sitio moronés, me quito el sombrero una y mil veces antes la deuda que todo moronero tiene con tan loable saga, por haber hecho de este rincón afable de segunda sala de estar de las gentes de la villa.

Don Pedro lo parió
Don Indalecio lo crió
Don Manuel lo educó


Atentamente;
El Niño Gilena.