Estimado Pueblo:
Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, gracias a Dios.
Te traigo hoy otro personaje para dejarlo impreso en la piedra de la memoria ya que, por sus cualidades o por la falta de las mismas, quedará marcado en el cuadro de esos paisanos que, sin ser ilustres o mereciéndolo, pasean por la historia de tus calles.
Con el nombre de Juan José le fueron echadas las aguas por el convulso año 36 del siglo que ya murió, con lo que se topó de cara con aquellos años de guisos de cardanchos, pan negro y cafela de estraperlo. Empezó a picar en letras en el colegio de El Castillo, más la mengua de perras chicas lo obligó a matricularse en el arte de "el de Tormes". Desde ayundante de presbítero a "mandaero" ocasional, no sin olvidar su corta carrera en la carpintería fina de los hermanos Martínez, fueron pasando sus años de zagalillo.
Pariendo la mocedad, el maestro Quesada le espabiló el ascua del conocimiento azuzándolo a los ballicheres superiores, se diploma en la lengua de los hijos de la Gran Bretaña, con la que pasados los felices años de los Agromanes, decidió emigrar más allá de los mares de pipitas del Torrejón y las dehesas de Arenales, a la ínsula americana de la base moronera y ganarse la soldada con la plática de lo aprendido. Dean durante seis lustros de una librería y cuarenta y una vueltas al sol narrando las crónicas de esta noble villa, han pasado setenta y cinco calendarios hasta que alguna mente cabal, para quedar pagada la deuda de la novena de libros publicados, haya decidido vestir con la gracia de este notable una biblioteca en los confines de canillas.
Hoy podemos verle en su paseo diario, toldo de cabelleras, con el paso del que no tiene prisa y mirar curioso y excrutante, mientras que en su mente se escribe con tinta de Larra, compás de Lope y cachondeo de Garmendia, las mil y una historias que por Arunci hacen parto.
De tertulia de rebotica o charla de barbería, conocedor de la historia como no podía ser de otra forma al formar parte de ella, alopécico de lengua y con espolones de gallo moronero a la hora de criticar, nos riega tres días por semana mordacidad si lo estima, elogios si son los justos o exaltaciones si se merecen con un sonsonete de palabras y compás de bulerías negras.
Solo me queda una duda a la que por vergüenza o falta de conocimientos no he llegado a enterarme y es si su consabido apodo, sí, el de “CHARRITO”, le viene por ser hijo de salmantino, por haber sido ginete en la tierras de Quetzalcoatl o, y lo más comun, por portar como todo moronero ese tercer apellido que no sale en los papeles, pero es la mejor manera de identificar qué rastra traes o de qué hierro vienes.
PD: Quisiera permitirme la licencia de mentar la deuda que con él contraigo desde hace un cuarto de siglo y que ascencía a 495 pesetas de las de Franco por la compra de un libro, que tuvo la voluntad de fiarme y yo la poca vergüenza de no pagarle, ya que mis ansias de lecturas eran más grandes que los cuartos que mi padre me estimaba de salario. Más, como queda dicho y, cruzarmelo, me lo cruzaré, ya ajustaremos cuentas, eso sí, con réditos y alcabalas.
Atentamente;
El niño Gilena
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