Estimado Pueblo:
Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, gracias a Dios.
Me contaba mi padre en tertulia de taberna de los tiempos en que por aldeillas y cortijales se esperaba con ansia la llegada del buhonero para la compra, si los cuartos lo permitían, de telas, ollas, candilejas o algún artilugio que el susodicho estuviera en ganas de venderte y tu en la poca sesera de comprarlo, con lo que quedaban los dos contentos en la ganancia.
Esto me trae a la cabeza de cómo estos buhoneros de antaño han evolucionado en el arte de atraer y vender sus mercancías por muy innecesaria que sean, pues en poniendo un cartelito en el Pozo Nuevo en el que diga: “A todo paisano que se pase por aquí con la parienta el día tal a la hora cual le será regalado una maquinita de coser enana o un paraguas de indescriptibles dimensiones y colores”, con lo que dicho y echo, que ese día y a esa hora local lleno y después de una retahila de las majestuosas virtudes de un colchón milagroso que cura desde la artritis mas reumática a los costipados de laringe y el reparto de los ansiados regalitos, tres o cuatro parroquianos salen con un colchón milagroso de a cuarenta mil duros la unidad o, si no, los de viaje: comida, paseo y charla, para después de eso sí, un viaje de dos horas de ida y otras tantas de vuelta, un paseo de media hora ligerita por los andurriales donde te lleven una comida de sopa, filetito y pero y una perorata de tres horas te endiñan una cubertería de seis mil seiscientas piezas para que puedas darle de comer a un tabor de regulares.
En fin, viejos oficios reciclados donde, vistos desde la distancia, traen nostalgia al recuerdo y desde la cercanía te llenan la casa de tonterías a precio de oro.
Atentamente;
El Niño Gilena
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