23 agosto 2012

DE CRISIS Y BUSCAVIDAS


Allá por los albores del mes de agosto, estuve pasando una semanita de holganza en mi querido pueblo y como acostumbro en estas ocasiones, gasto todos los momentos que puedo en pasear por calles y plazas buscando cambios y permanencias en la fisonomía de la ciudad, sobre todo de aquellos lugares que cobijaron mi infancia y juventud.
Así ocurrió que el primer día de estancia, me arreglé y con mi pequeña hija me lancé a la calle con ánimo de enseñarle de dónde surgen parte de sus raíces, que aunque es demasiado pequeña para estos entendimientos, no quiero peder oportunidad de ir impregnándola de las mismas luces y sombras que impregnaron a su padre.
Como decía, me lancé a la calle, pasando por la Carrera y sorteando luego la plazoleta Meneses, arribé como quería al Pozo Nuevo para darme un lento paseo entre el ir venir de los paisanos. Fue hacia la mitad de tan concurrida calle que me encontré, no con uno, sino con dos vendedores de chumbitos, para gran alegría de este que escribe pues me encantan y para extrañeza del mismo ya que hacía años que no veía tal comercio. Así que ni corto ni perezoso compré media docena para mí, para mi cría y por ayudar un poco al que lo necesita, pues no se venden chumbos en la calle por gusto y en seguida le viene a uno la palabra crisis y su brutal concepto.
Pero cual no sería mi sorpresa que nada más andar un poco calle arriba, a la altura de la librería Romero había otro ambulante y al llegar a la esquina de la Bética, con aspecto rural, dos vendedores más metidos en el comercio del mediterráneo fruto y anonadado me quedé al encontrarme en la plaza de abastos con una moza, a la que le compre otra media docena para la merienda.
Tras la siesta, a la sombra fresca del patio y mientras mordisqueaba un chumbo fresquito, pensaba yo en lo mala que se está poniendo la cosa, que hasta las gentes del pueblo se afanan en costumbres perdidas para sacar cuatro cuartos. Ventas callejeras e incluso rifas por bares y comercios, que hubo quien me quiso vender un par de numeritos para la rifa de una caña de lomo, más sobada y sudada la pobre que “la Charito”.
Me vino a la mente entonces otra época, de no hace demasiado tiempo o tal vez sí, de antes de aquella burbuja que lanzó a todo hijo de vecino a tirar de palaustre y plomada, cuando los aparcamientos de las obras parecían el parking de Puerto Banús.
Aquella época digo, anterior a la bonanza económica, en la que mucha gente a falta de otra cosa se lanzaba a los campos a recolectar lo que fuera, con tal de llevar a casa unos duros.
Recordé así aquellas voces que desde el zaguán gritaban, -niña caracooolees-, o la otra más por lo bajo, -“niña, ¿quié coneho der campo?”-. Luego venían también las tagarninas y los espárragos o la “mujé der quezo fresco” que viene a casa cuando menos te lo esperas y cuando quieres no viene. También aquel hombre fuerte que iba por las calles con dos cajas de cartón, vendiendo dulces, pestiños y mostachones utreranos. Hasta garbanzos rebuscados y aceitunas trasnochadas se vendían por las casas y las calles.
Parece que la crisis y su prima la del riesgo han devuelto a nuestras calles, tristemente por lo que significa, a todos esos buscavidas, qué se la buscan como pueden por “vereas” y cerros, entre cardanchos y palos de “alambrao”, como decía la canción.

No hay comentarios:

Publicar un comentario