Ando yo estos días ensimismado en la lectura de mi última adquisición libreril, “Sombras de Cal y Hambre” de Juan José García López, “Charrito”. Autor éste, paisano de Morón, del que soy gran seguidor por gustarme su prosa y sus lides plasmadas en papel. También porque mi primer libro se lo compré a él y junto a ese, otros que vinieron a mi vida al tiempo que granos y hormonas desbocadas.
Estoy disfrutando de lo lindo y mantengo mi mente mudada, en estas tardes tranquilas de verano boreal, corriendo tras los monagos por cada esquina de Torres de la Plata, ese pueblo que tanto se parece al mío.
Yo no conocí (más por gracia que por desgracia) aquellos años extremos de posguerra de los que habla el señor Sanchís, pero me parece que hubiera vivido aquella época de tanto que oí hablar de ella a mis mayores, qué la evocaban para bien o para mal, la mayor de las veces cubierta de ese halo místico que da el tiempo y que envuelve como un sudario los malos ratos del pasado.
Pero cierto es que me dio tiempo y me da, de seguir oliendo el tufo de hambres pasadas, de odios, rencillas y hasta rabia callada, atrapada en los pechos de paisanos y es que hay cosas que perduran más que un martillo "enterrao" en manteca, como diría mi amigo, “el Niño Gilena”.
Yo y otros como yo, nos criamos con la eterna cantinela del tiempo la “jambre”, qué no conocimos más que de oídas y de miradas, pues no pocas veces aparecía aquella frase de “si viniera el tiempo la jambre”, mientras la vista se perdía por la claridad de la ventana o en los garbanzos del puchero.
Junto a otros de mi quinta, viví el rescoldo apagado de una España maltrecha de una guerra cainita y de años de incultura, patronos y señoritos de alta cuna y baja persona, de pueblos apestando a sacristía y sotana, a sobaco de pelandrín con cuatro fanegas, lengua larga y mucha mala leche.
Será por eso que estoy disfrutando tanto de este libro y no veo el próximo momento de retomar la lectura. Que deseando estoy a ver que me cuenta Don Gumersindo, qué lo veo como a Don Quijote en su biblioteca, entre carpetas y legajos, pasando las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio, ensoñando lances y personajes que se mueven en la frontera de lo real y lo imaginario.
Y así sigo en mis tardes suaves del norte, intentando impregnarme de esa prosa que el señor Sanchís me enseña y del que me siento desaventajado pero perseverante discípulo.
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