Estimado Pueblo:
Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, gracias a Dios.
Te traigo hoy otro personaje para dejarlo impreso en la piedra de la memoria, ya que por sus cualidades o por la falta de las mismas, quedará marcado en el cuadro de esos paisanos que, sin ser ilustres o mereciéndolo, pasan por la historia de tus calles.
Para sus padres era Juan Serrano, para las vecinas ”Juanito el de Coral”, para otros ”el niño del Cordobés” y para los amigos siempre será ”el Yumi”. Y es que con este tercer apellido fue coronado en aquellos años en los que en las Telefunken compradas con muchas fatiguitas ”ancá” Parroquia, reinaban unos dibujos animados de engendros mecánicos robotizados de nombre Mazinger Z. No se sabe a ciencia cierta quién fue el que lo bautizó con este apelativo, lo que sí se sabe es el motivo, y es que Juanito siempre fue muy despierto a la hora de reparar, reconstruir y tunear todo lo que caía en sus manos, desde carro-cojinetes a radios de baquelita, pasando por bicicletas frankestenianas y motocicletas chatarreras.
Pues eso, ante lo avispado del chaval en estos menesteres, se le echaron las aguas en la calle con el apodo de ”Yumi”, correspondiente al ayudante del doctor Kabuto, constructor del susodicho Mazinger.
A Juan, como a todo niño que naciera hace ocho lustros, le tocó vivir los años en los que la diversión pasaba por ser despierto y atrevido, y en lo de despierto y atrevido siempre le gustó ir un paso por delante.
Recuerdo aquellos años de investigación de sierras y cañadas, cuando nos perdíamos por el peñón de Zaframagón mientras, descalzo y con su varita, saltaba de piedra en piedra, o aquellas visitas de linternas a la cueva de Pozo Amargo y, cómo no, las acampadas primerizas en el charco Pajarito y en Benamahoma. Estos tiempos de diversión, bicicletas y carros–cojinetes dieron paso a los años de nuevas inquietudes, pues ya se sabe que la pubertad estimula los sentidos. De estos tiempos me quedo con las fiestas que organizábamos en su antigua y vetusta casa de la calle Victoria, los primeros cigarritos de la risa que venían acompañados de litronas en el Stop, jarritas en Los Cuatro Caminos y, cómo no, las primeras chicas. Buenos años, a fe mía.
La madurez hizo que nuestros caminos se fueran separando poco a poco, ya se sabe: trabajo, familia y obligaciones varias. Mas siempre que nos veíamos echábamos un ratito de charla por los buenos tiempos, riéndonos de lo divino y lo humano.
En fin, como ya he dicho, siempre le gustó ir un paso por delante en todo y hasta para irse se ha adelantao, ya se sabe: ”genio y figura hasta en la sepultura”. Lo único que espero es que allá donde esté ahora haya una buena chatarrería de esas con las que él disfrutaba, de las que tienen ruedas de avionetas, carburadores Jamás y mobylettes escacharraos con los que pasar el tiempo.
Hasta la vista Doctor.
Atentamente;
El niño Gilena