Estimado
Pueblo:
Espero
que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, a Dios
gracias.
Aquellos
como yo, que peinan canas o hace tiempo que se olvidaron de la
dentada herramienta, seguro que recuerdan
los
años
en los que fuimos lo que por aquí viene a llamarse “chavalones”,
y en los que en las tardes
de sábados
y domingos o algún día de diario, paseábamos
el palmito por aquellos bares, pubs
y discotecas que formaron nuestra movida particular.
Hoy
quiero hacer un ejercicio de recuerdo para lo cual ya me he puesto
mis tejanos un poquito pesqueros, mi camiseta Chevignon y mis
castellanos marroncitos.
Pues
sí, de esta guisa y acompañado por un amigo (póngale usted el
nombre) con unos Malboro elastic, unos Yumas blancos con tiritas
azules y una camiseta Levis un poquito roía estábamos dispuestos a
pasar un finde de movida.
Todo
comenzaba, como no podía ser de otra forma, en el bar Stop ante el
“Don Perignon” de nuestra mocedad: la litrona fresquita,
acompañada con un puñao de “arbellanitas”, un paquete de
Fortuna y una amigable charla preparativa de lo que iba a ser la
noche. Ante la discrepancia de los allí reunidos y para seguir la
disertación, solía trasladarse la comitiva a “los Cuatro Caminos”
y ante una jarrita de lo mismo y una partida de maquinitas, a los
sones de Dire Straits, seguíamos en
el “¿pa
onde tiramos?”. Los
más
deportistas optaban por la
Piscina o
por “el mantichi”,
no por lo magnifico de su cocina o bodega sino por practicar el noble
y antiguo arte del futbolín,
para el
que, y puedo jurarlo, disponíamos de auténticos Maradonas.
Los que
estaban más
dispuestos a salir a pescar alguna chavalita tirábamos para
los confines del Pantano, hacia el Bugui donde, entre magos de
imitación y aspirantes a peluqueros, echábamos una visual para,
como decía mi colega José Mari, ver cómo estaba el “pescao”.
Una
vez hartos de Pantano, y en ausencia de cualquier aparato de
comunicación, empezaba la romería de búsqueda de colegas para
echarle mas ascuas a la noche, con lo que poniendo en marcha los
medios de trasporte disponibles (Vespinos, Mobiletes, alguna Dervi
tocada o el viejo molano prestao del padre) nos arrimábamos a los
pagos de Los Caños, por ver si algún colega se había dejado caer
por La Cuadra. Si la cosa estaba tranquila unos nos dirigíamos a
Puerto Pescao echando una visual por la Goleta, mientras los mas
osados se pegaban una pataita al bar de La Matea o al bar Moreno para
obtener algunas plantas de poder que rematara unas risitas esa noche,
eso sí, quedando todos en El Camaleón para empezar con los
cubatitas y comenzar a mover el esqueleto.
Pues
eso, una vez con el primer cubata bebio, venía la gran disertación:
Jumbo, Desire o Venus, porque eso sí que era una decisión
importante, ya que ello marcaría el trayecto de la noche.
Se
escuchaban todo tipo de disertaciones en contra y a favor: que si la
pista se sube, que las tías mas buenas están en La Jumbo, que si yo
voy a la Venus que no pago entrada...en fin, que al final en una o en
otra todos acabábamos bailando el “life is life” o “el niño
pijo”, con lo que así
con alguna copita de más, dos paquetes de Fortuna de menos y
algún cigarrito de la risa echábamos para tras el sabadito. Claro
que ahora quedaba el domingo, en el que en cuanto llegaba el mediodía
ya estaba de nuevo la tropa preparada en Retamares, reunidos en
círculo ante cinco dados que quisieran coronarnos con un doble en
tomates. En cuanto el hambre hacía de las suyas no había muchas
elecciones: o al Turri en la calle Cantarranas a por el sándwich de
pollo o cochinillo con tu tapita de ensaladilla, al Mantichi por una
pechuga de pollo empanada mas estira que la cara de Julio Iglesias o
al Jumbito por una hamburguesa. Lo que sí esta claro es que era la
tarde de los pubs y mientras mas oscuros mejor. Entre todos la parte
alta del Chevalier era la que mas molaba pues el Filou estaba mas
clarito y en el Taly
siempre te tocaba el sillón de debajo de la pecera y te veía
todo el mundo.
Para
terminar la tarde de domingo, un mítico: el bar Alemán, donde padre
e hijo, sin olvidar una cara o un nombre, sabían qué bebías, cómo
te llamabas y, si te ibas sin pagar, quién era tu padre.
A
los que mas le gustaba exprimir los días de ocio no podían dar por
finalizado el espectáculo sin tomarse la penúltima en el Zulú y
despedir la noche como Dios manda.
En
fin, un finde bien aprovechao de moroneras maneras. “ QUIEN LOS
PILLARA...”
PD :
En el siguiente fin de semana contaremos nuestras peripecias en
Marchena, La Puebla, Utrera, El Coronil y Coripe.
Atentamente;
El
niño Gilena