25 enero 2016

Cavilaciones en mi azotea



Camino del sur.
La radio suena de fondo, unos acordes a bajo volumen. Los niños duermen detrás. La carretera ya pesa, también han madrugado y por fin han sucumbido a los kilómetros. Mi mujer también dormita. Tras sus gafas de sol, los ojos se entrecierran y da leves cabezadas, no pilla postura para dormir. Hace rato que paramos a comer algo y tomar un café. El viaje sigue.
Yo tranquilamente conduzco. El control de velocidad hace su trabajo y sólo tengo que estar atento a los que vienen por detrás y a los camiones que tengo por delante. Madrid y su caos hace rato que quedó atrás. También pasamos evocadores pueblos como Aranjuez, Ocaña o Almagro y ya La Mancha se me hace familiar de tantas veces que la he atravesado.
La autovía discurre recta, serena y con pocos cambios. El sol brilla en un día claro y fresco. Disfruto viendo los viñedos al borde de la carretera, también caseríos que a lo lejos se ven languidecer por el abandono. Atrás van quedando ventas de camino, pueblos y hasta molinos quijotescos que a lo lejos baten sus brazos.
Aquí, en el coche, todos duermen ya. Yo conduzco, miro a los pequeños por el retrovisor y de reojo le echo un vistazo a ella y me sonrío. Por fin encontró la postura para dormir.
Puerto Lápice está cerca y como siempre que paso por aquí, me vienen a la mente imágenes y ensoñaciones del aquel insigne hidalgo, noble de alma y corazón, cuerdo de atar en su locura.
Veo los campos extendidos perderse en el horizonte, con sus caminos y sendas. Hasta me parece ver a tan singular pareja pisando trochas y sufriendo calores en pos de entuertos que deshacer, malandrines a los que abatir e injusticias que solventar, mientras los pensamientos del caballero se escapan montando palabras de amor por su Dulcinea.
Y así en mis cavilaciones, dejé atrás Valdepeñas con sus bodegas y otras ilustres naciones manchegas. Almuradiel y luego Venta de Cárdenas, donde un conocido cartel ya me dice, “BIENVENIDO A ANDALUCIA”
Ahora todos han despertado con mi grito, “¡que ya estamos en Andalucía!”

24 enero 2016

LA MOVIDA





Estimado Pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, a Dios gracias.

Aquellos como yo, que peinan canas o hace tiempo que se olvidaron de la dentada herramienta, seguro que recuerdan los os en los que fuimos lo que por aquí viene a llamarse “chavalones”, y en los que en las tardes de sábados y domingos o algún día de diario, paseábamos el palmito por aquellos bares, pubs y discotecas que formaron nuestra movida particular.

Hoy quiero hacer un ejercicio de recuerdo para lo cual ya me he puesto mis tejanos un poquito pesqueros, mi camiseta Chevignon y mis castellanos marroncitos.
Pues sí, de esta guisa y acompañado por un amigo (póngale usted el nombre) con unos Malboro elastic, unos Yumas blancos con tiritas azules y una camiseta Levis un poquito roía estábamos dispuestos a pasar un finde de movida.

Todo comenzaba, como no podía ser de otra forma, en el bar Stop ante el “Don Perignon” de nuestra mocedad: la litrona fresquita, acompañada con un puñao de “arbellanitas”, un paquete de Fortuna y una amigable charla preparativa de lo que iba a ser la noche. Ante la discrepancia de los allí reunidos y para seguir la disertación, solía trasladarse la comitiva a “los Cuatro Caminos” y ante una jarrita de lo mismo y una partida de maquinitas, a los sones de Dire Straits, seguíamos en el “¿pa onde tiramos?”. Los más deportistas optaban por la Piscina o por “el mantichi”, no por lo magnifico de su cocina o bodega sino por practicar el noble y antiguo arte del futbolín, para el que, y puedo jurarlo, disponíamos de auténticos Maradonas. Los que estaban más dispuestos a salir a pescar alguna chavalita tirábamos para los confines del Pantano, hacia el Bugui donde, entre magos de imitación y aspirantes a peluqueros, echábamos una visual para, como decía mi colega José Mari, ver cómo estaba el “pescao”.

Una vez hartos de Pantano, y en ausencia de cualquier aparato de comunicación, empezaba la romería de búsqueda de colegas para echarle mas ascuas a la noche, con lo que poniendo en marcha los medios de trasporte disponibles (Vespinos, Mobiletes, alguna Dervi tocada o el viejo molano prestao del padre) nos arrimábamos a los pagos de Los Caños, por ver si algún colega se había dejado caer por La Cuadra. Si la cosa estaba tranquila unos nos dirigíamos a Puerto Pescao echando una visual por la Goleta, mientras los mas osados se pegaban una pataita al bar de La Matea o al bar Moreno para obtener algunas plantas de poder que rematara unas risitas esa noche, eso sí, quedando todos en El Camaleón para empezar con los cubatitas y comenzar a mover el esqueleto.

Pues eso, una vez con el primer cubata bebio, venía la gran disertación: Jumbo, Desire o Venus, porque eso sí que era una decisión importante, ya que ello marcaría el trayecto de la noche.
Se escuchaban todo tipo de disertaciones en contra y a favor: que si la pista se sube, que las tías mas buenas están en La Jumbo, que si yo voy a la Venus que no pago entrada...en fin, que al final en una o en otra todos acabábamos bailando el “life is life” o “el niño pijo”, con lo que a con alguna copita de más, dos paquetes de Fortuna de menos y algún cigarrito de la risa echábamos para tras el sabadito. Claro que ahora quedaba el domingo, en el que en cuanto llegaba el mediodía ya estaba de nuevo la tropa preparada en Retamares, reunidos en círculo ante cinco dados que quisieran coronarnos con un doble en tomates. En cuanto el hambre hacía de las suyas no había muchas elecciones: o al Turri en la calle Cantarranas a por el sándwich de pollo o cochinillo con tu tapita de ensaladilla, al Mantichi por una pechuga de pollo empanada mas estira que la cara de Julio Iglesias o al Jumbito por una hamburguesa. Lo que sí esta claro es que era la tarde de los pubs y mientras mas oscuros mejor. Entre todos la parte alta del Chevalier era la que mas molaba pues el Filou estaba mas clarito y en el Taly siempre te tocaba el sillón de debajo de la pecera y te veía todo el mundo.

Para terminar la tarde de domingo, un mítico: el bar Alemán, donde padre e hijo, sin olvidar una cara o un nombre, sabían qué bebías, cómo te llamabas y, si te ibas sin pagar, quién era tu padre.
A los que mas le gustaba exprimir los días de ocio no podían dar por finalizado el espectáculo sin tomarse la penúltima en el Zulú y despedir la noche como Dios manda.

En fin, un finde bien aprovechao de moroneras maneras. “ QUIEN LOS PILLARA...”

PD : En el siguiente fin de semana contaremos nuestras peripecias en Marchena, La Puebla, Utrera, El Coronil y Coripe.

Atentamente;


El niño Gilena

08 enero 2016



CAVILACIONES EN MI AZOTEA.

Me gusta oír la lluvia. Me embelesa el repiqueteo de la lluvia nocturna clamando en el cristal o en la persiana. Me retrae el pensamiento y hasta relaja mi consciencia. Lluvia que se escapa del canalón y repica en el suelo encharcado o el tejadillo. Agua que tamborilea en los tiestos con helechos, las costillas de Adán y las pilistras.
El canto de la lluvia me arranca evocaciones y ensueños. Imágenes de ventanas enrejadas al interior de un patio encalado, de viejo ladrillo enlosado y de mosaicos de piedras adornado.
Ojos abiertos en la oscuridad de la madrugada, teniendo la ventana entornada dejando entrar en la habitación brisa fría y música de lluvia. Esa lluvia que cae serena, constante y queda. Esa misma que empapa los campos y llena arroyos y torrenteras. Esa que tanto agradece la tierra y que tanto aprovecha. La misma que vuelve la campiña verde y da múltiples colores y olores a la serranía.
A veces pienso que este gusto por la lluvia me viene por ser del sur. Allí donde la lluvia es bendición y allí donde se dejan escapar los sueños por una ventana entornada.