Como el otro día me puse un poco “jartible” con el tema del carnaval de Morón, mi parienta, a la que se le inflaron ya las narices, me dijo, con un tonillo un tanto rancio, que a cuento de qué tanto carnaval de Morón “pa cá” o tanto carnaval “pa yá”, si desde que ella me conoce yo no había sido ni chirigotero ni “ná”. Y como me lo dijo de esas maneras, me quedé más “cortao” que la carretera de Arahal (qué ya era hora)
Y en pensándolo fríamente, la verdad es que
tiene razón. Yo no he sido nunca ni chirigotero, ni comparsista y mucho menos
de un coro. Seguramente porque cuando el
carnaval empezó a resurgir, yo ya me fui de Morón.
Aunque desde hace años, sigo en la
distancia el carnaval y la afición ha terminado por germinar y crecer en mí,
regada por la distancia y la añoranza de mi pueblo y como no, abonado con el
tiempo que llevo lejos de sus calles y sus gentes. Tanto es así, que desde hace
unos cuanto carnavales, mi padre “el Anchoa”, se preocupa de guardarme
cualquier libreto de letrillas que por estos días circulan por Morón. Y no te
digo “ná” lo que me recoge mi sobrina, la del barrio. Libretos y discos para
que lea y oiga tanto arte y entusiasmo de la gente del pueblo, que por estas
fechas febreriles son lanzadas al viento de las calles, que como bandadas de pájaros
buscan el cielo clamando alegrías y penas, criticas o alabanzas, añoranzas y
esperanzas.
Es que si no te aficionas a esto es porque
por las venas no te corre sangre moronera y no sientes la pasión de esa gente
que como son, son.
Pues sí, así es y no lo puedo evitar, me he
aficionado al carnaval de Morón sin tan ni siquiera vivirlo, ni verlo y ni
tocarlo. Soy carnavalero a distancia. Pero que le voy a hacer, “asín” son las
cosas.
Y también digo, que si en mi pueblo
estuviera, seguramente sí que sería chirigotero. Aunque con lo mal que canto y
el oído tan malo que tengo, a ver quién me iba a coger.
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