Estimado
pueblo.
Espero que al
recibir la presente te encuentres bien. Yo podría estar mejor.
Llegan las
lluvias primeras, suaves, como susurros de un otoño tímido,
y despiertan
la tierra dormida, húmeda, llena de secretos verdes.
Es tiempo de
espárragos, de andar despacio, de charlas consigo mismo
de dejar que
los dedos rocen las espinas tiernas que asoman al sol breve de la tarde.
Para unos,
ocio en las cortas horas que se escapan;
para otros,
alegría que tapa las miserias,
aunque solo
sea un instante, un instante apenas.
Después de
carrilear por la Sierra de San Juan,
de perderse en
Percolla,
o de saltarse
la prohibición de Monte Gil,
la vida se
recompone en un gesto humilde y perfecto:
apañar las
penurias rifando una buena maceta
de esos verdes
manjares en tascas, plazuelas y colmados , que aplacaran la miseria que aun
campa por
estas tierras.
En las cocinas
añejas, el centro de cetros verdes
harán danzar
la memoria en un guiso antiguo,
en una
tortilla de huevos camperos
que huele a
sol, a gallinas libres y a tierra mojada.
Cada espárrago
es un poema:
la paciencia
de la mano que lo encuentra,
la alegría de
quien lo mira,
la historia
que se cocina lentamente
mientras el
humo pregona el humilde manjar
El otoño
llega, y con él, los espárragos,
y uno entiende
que la vida se esconde en lo pequeño,
en lo verde
que nace entre barro, hojas y cal.
en la dulzura
de lo simple, en el trago de vino con el compañero de sendero
en la ternura
de un momento en comunión con el campo
como un verso
que se guarda en la memoria.
Atentamente;
El niño Gilena
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