19 junio 2011

DIAS DE BLANQUEO

Estimado pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, gracias a Dios.

Siempre que llega este tiempo entre la ancianidad de la primavera y el nacimiento de la canícula, vienen a mi memoria esos recuerdos de los días de blanqueo, los días en que en casa se retiraba la rutina diaria para dar paso a un protocolo antiguo y repetitivo de estas épocas del año. Me explico:

Todo comenzaba una tarde en la que mi padre, aprovechando el retorno del camión de los Cantimpla a la calle Espíritu Santo, entre un "buenas tardes" y un "cómo se anda", encargaba arroba y media de cal, que era traída con puntualidad al día siguiente. Una vez que el pétreo elemento entraba en mi casa, se sacaba el bidón de entrañas níveas que, reposando en el "soberao", esperaba ansiosamente esta puntual cita. Siempre me sorprendió esa magia arcaica de convertir aquellas pesadas piedras, con el único aliño de agua, en lo que al día siguiente se presentaba ante mis ojos.

Todo estaba a punto. Caña, pinceles, cubos, sacos y estropajo entraban en acción para que entre brochazos, recortes, cambios de escalera y mucho "quítame esas goteras de ahí", mi casa tuviera ese color de espuma marina y ese olor a sabana nueva que la hacía fresca, limpia y confortable.

Ahora se cuentan en los mentideros que quieren llevar este pétreo, y a veces liquido elemento, para que lo categoricen como parte del patrimonio. No se si humano o divino, lo que sí se es que siempre será patrimonio de mi memoria y de aquellos como yo, que disfrutaban de esos días del blanqueo.

Tierra, fuego, viento y agua se juntaron aquel día
para darte la alegría y el lustre de tu mirada.

Tiempo, esfuerzo, horno y hombre cantaron pronto tu nombre,
que el viento pregonaría sin que supieras que un día
fueras lucero en los montes.

Llanto de roca vieja que blanqueas mi morada
robando la luz dorada al cielo de Andalucía

Astilla de estrellas y reflejos de luna, que formaron
la bandera de esas piedras moroneras
que en la sierra tienen cuna.

Baila por bulerías en el filo del pincel
para cubrir con tu manto y darme color de sal
antigua y sabia cal con la alegría de tu canto.

Atentamente;

El niño Gilena

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