Siempre fui un gran amante de los animales y también siempre me ha gustado estar acompañado de ellos, de hecho desde hace años he tenido perro y ahora sigo teniendo. Un perro pequeño, gracioso y cariñoso a veces y cascarrabias otras, pero siempre buen compañero.
Esto me da pie para traer a estas páginas, los recuerdos de aquellos perros callejeros que solían ser compañeros de juegos de los niños del Morón de antaño y seguramente de cualquier pueblo.
Puedo verme, como si fuera ayer mismo, corriendo por las canteras de Fajardo en compañía de algún perro, qué sin saber cómo aparecían por la zona, seguramente abandonados por los dueños o fugados de éstos y que sin saber como, luego desaparecían.
Para ganarme la confianza y asegurarme su compañía en mis aventuras y juegos, me acercaba a alguna carnicera y pedía “pitracos de pollo” qué solía obtener sin problemas. Luego, tras el atracón del hambriento can, conseguía que este me siguiera y que durante varios días rondase por el barrio esperando ser servido de alimentos y caricias.
Había veces que encontrábamos alguna perra recién parida que guardaba sus cachorros en algún rincón abandonado y entonces eso causaba un gran revuelo entre los chiquillos del barrio, organizando en seguida búsqueda de comida por las carnicerías e incluso trayendo sobras de casa.
Cuando alguno de estos perros entraba a formar parte del grupo de amigos del barrio, le poníamos nombre, Canelo, Furia, Boby, Laika, Caracartón,…
Este último nombre lo recuerdo con especial cariño, pues era como llamábamos a un perro que apareció por el barrio y que estuvo por allí varios años y que tanto cariño me cogió, que me seguía a todas partes, estando siempre dispuesto a hacerme fiel compañía.
Caracartón se hizo muy popular en el barrio y todo el mundo lo conocía e incluso todo el mundo llegaba a respetar.
Un día desapareció y no volvió a verse más. Muchas veces lo busqué por otros barrios, pero no lo pude encontrar. Siempre me gustaba pensar que seguramente decidió seguir su camino errante. Mucho tiempo después, me enteré de que un vecino imbécil había pagado para que alguien lo matara.
No sé si ahora los niños juegan en la calle con los perros vagabundos. Ni siquiera sé si ya hay perros callejeros, aunque la verdad es que por su propio bien, espero no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario