Parece tan lejana la vuelta, que es como si no hubiera ido nunca, pero la pena que me atenaza señala que hace sólo una semana que estuve en Morón.
Hay veces, en que las historias de mi pueblo, no son historias pasadas o recuerdos de nuestras cosas de antaño. Muchas veces, las historias de Morón son y tienen que ser las de hoy, las de ahora.
Por eso esta vez vengo, niño Gilena, a contarte la pena que me inunda y que me ahoga.
Pena de ver el camino oscuro y tortuoso por el que camina mi pueblo y su gente.
Pena de ver a políticos ineptos, políticos egoístas y partidistas, políticos caciques y ultraconservadores, propios de tiempos pasados, que llevan a Morón a la cola de todos los pueblos de España. Esos mismos políticos que no hacen lo suficiente para que nuestro pueblo sea un pueblo prospero, rico y de pleno empleo. Los mismos que no se interesan en atraer empresas, de que se cree industria, de que haya innovación y desarrollo, promoción de la formación y la iniciativa emprendedora en la juventud.
Me da pena ver como gastan el dinero en obras inútiles y desmesuradas, mientras que otras zonas del pueblo quedan abandonadas, dando la impresión de ser Morón un pueblo olvidado, sucio y decadente.
Pena me da también de ver como se ha instalado en nuestro pueblo el conservadurismo típico del nacional catolicismo, haciéndolo confundir con tradición propia de un pueblo.
Mucha pena me da ver a la mayoría de moroneros desilusionados, desanimados y contagiados de la misma dejadez y desidia institucional.
Moroneros que se niegan a moverse para avanzar, ni luchar para crear cosas positivas, para innovar su propio futuro, apoltronados en la queja permanente, extendiendo la mano pedigüeña, sin esforzarse por cambiar.
Me da pena de ver mi pueblo ensuciado por sus propios hijos, que no cuidan su entorno ni natural ni urbano, haciendo daño al hermano y a ellos mismos.
Me da pena de mí, que me fui de mi querido Morón por no ser capaz de luchar ni por él, ni por mí.
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