02 febrero 2010

De los comercios perdidos







Muchas veces me he esforzado en recordar, no siempre con éxito, aquellos comercios del Morón de mi niñez, de los cuales alguno aún queda, aunque con grandes penas. Otros sin embargo desaparecieron, por no tener más remedio algunos y a cambio de nuevos comercios otros.
A veces, cuando vuelvo a mi querido pueblo, me gusta pasear sus calles en pos del Morón de mis recuerdos, del Morón que aún habita en mí. Pero las más de las veces, aquellos rincones, aquellas tiendas y comercios, ya han desaparecido y en su lugar hay un todo a 100, una tienda de chinos o simplemente no queda nada.
Los comercios de ropa y mercerías, que yo al igual que mi querido amigo, el niño Gilena, recorría de la mano de mi madre, buscando la ropa que necesitara.
Muchas eran las tiendas que jalonaban el Pozo Nuevo o la calle Nueva, desde Oportunidades o Almacenes Sevillano, tejidos Montellano o tejidos El Gallo, hasta “an ca Antoñito” donde se podía comprar desde unas bragas a un encajito. Aquí solía mi madre comprarme aquellos primeros pantalones Lois, los de tergal no los de tela vaquera y los calcetines o calzoncillos, los chalecos de manga larga y la rebequita. Luego a la zapatería para comprar zapatos para el invierno ir al colegio o sandalias (que yo odiaba) si era verano y había que llevar el pie fresquito, aunque para diario, para salir a jugar, mi madre compraba las zapatillas de lona azul “Cadenas” o las zapatillas marrones “Tórtola”, todo ello de los restos.
Pero hay dos comercios que recuerdo con especial nostalgia y que ambos desaparecieron por completo. Uno era la tienda de juguetes del Pozo Nuevo y otro era, mi lugar favorito, “an ca Pèrez”.
Estos dos establecimientos fueron los auténticos rincones de mis sueños, donde mis padres me compraban mis madelmans, mis vaqueritos y soldaditos de plástico, coches y maquinitas, los airgamboys o aquellas cajas de plastilina con las que tanto me gustaba jugar e incluso mis queridos TBOs.
Muchos días, al salir del colegio, de los Grupos, en vez de ir directamente a casa, bajaba corriendo por la calle Castro hasta la calle Utrera y allí estaba, el escaparate, pequeño pero cargado de ilusiones de niño.

Ahora cuando regreso y me paro ante el lugar en el que se encontraba “Casa Pérez”, puedo ver, perdido en la bruma del tiempo que se fue, a un niño, con la mochila a la espalda, mirando el escaparate, soñando con las mil aventuras que compartiamos con aquellos juguetes.

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