Estimado pueblo:
Espero que al recibir la presente te encuentres bien, yo bien, gracias a Dios.
Quisiera comentarte algo que prendió en mi mente en el día de ayer cuando, estando en la cochera de un amigo por hacer un recadillo, me percaté de cuántos de esos objetos, por otros llamados trastos, se encontraban en derredor mio. Trastos estos que de una u otra forma forjan la memoria particular que en toda casa hay. En un simple vistazo pude comprobar que desde la alambrada tapa de una copa de cisco que seguro frió quito, a la esquelética carcasa de una SINGER que también cosería mas de un remiendo y alguna batita para ir a la romería, porqué no, o las gorras militares con más de un cuarto de siglo tatuadas estas como un calendario azteca con toda suerte de runas que no marcan solsticios ni eclipses, no, sino guardias, pernoctas, imaginarias y fechas de licencia. Esto me dio que pensar cuántos y cuántos de esos recuerdos se albergan en cocheras y soberaos dibujados en objetos que forman el museito particular de cada uno. En un simple divagar vienen a mi memoria baúles que por Filipinas estuvieron en años mozos, cómodas de nogal viejo con secreters llenos de encajes, abanicos de manila, relojes de cuco antiguo, romanas de comprar trigo, quinqués que ya no alumbran, escupideras de lata, ajuares de algún difunto, lecheras de litro y medio, hueveras de dos docenas, un radio de vaquelita, tapices con varios ciervos, libros de comunión, mecedoras de rejilla, algún apero del campo, sopletes de fundir plomo, tinajas de guardar queso, lebrilletes de matanza, búcaros lebrijanos y un cuadro que se partió.
Todos ellos excomulgados del fuego o del carro de la basura por la aristotélica frase que mi amigo Paco Tagua me dijo ese tarde.
"Es que da lastima tirarlos".
Atentamente;
El niño Gilena
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