Cuando cae la noche y el reino de las sombras impera por campos y poblados, es el momento para los seres oscuros.
Así podría comenzar cualquier historia de terror o cuento de aparecidos, tan del gusto de las gentes del sur, por ser de natural apasionado, aunque hoy día lo tengamos tan olvidado y desacreditado. Pero desde siempre nuestra tierra ha sido rica en leyendas, lo llevamos en la sangre, fruto de la mixtura de mil culturas.
Y a mi, como no podía ser de otra forma, siempre me han gustado e incluso apasionado, desde que era crío.
Entre mis mejores recuerdos de la niñez, están aquellas noches de verano, tumbado en la cama, al fresco de la ventana abierta, oyendo en mi radiocasette, los programas de misterio de Antonio José Alés, contando aquellas historias de ovnis, aparecidos o endemoniados, qué me hacían dormir con un ojo abierto y otro cerrado. Luego al día siguiente, salía por ahí, por los campos de Morón, con la bicicleta, a buscar huellas de platillos volantes o viejos cortijos abandonados, cargados de fantasías y aventuras. En definitiva, buscando sueños de niño.
Más tarde y gracias a la diosa del destino, mi camino se cruzó con el camino de los que hoy son mis amigos y en especial con el Niño Gilena, con los que compartía la misma pasión por lo desconocido y así recorrimos veredas y caminos, a la caza de rincones misteriosos y legendarios de nuestro pueblo.
Pasábamos tardes hablando de historias y de los cuentos que iban de boca en boca, como los “zustos” que se veían en tal o cual cortijo, la cueva donde se decía que un bandolero escondió un tesoro, los aparecidos de la carretera de la base o los ovnis que aterrizaban hoy en “La Rana” y mañana en “Arenales” y tantas otras cosas que nos hacían soñar.
De aquella época, se quedó en mí el gusto por estos temas y eso me alegra, pues significa que en mi interior aún queda algo de aquel niño que fui y que espero no perder jamás.
Así podría comenzar cualquier historia de terror o cuento de aparecidos, tan del gusto de las gentes del sur, por ser de natural apasionado, aunque hoy día lo tengamos tan olvidado y desacreditado. Pero desde siempre nuestra tierra ha sido rica en leyendas, lo llevamos en la sangre, fruto de la mixtura de mil culturas.
Y a mi, como no podía ser de otra forma, siempre me han gustado e incluso apasionado, desde que era crío.
Entre mis mejores recuerdos de la niñez, están aquellas noches de verano, tumbado en la cama, al fresco de la ventana abierta, oyendo en mi radiocasette, los programas de misterio de Antonio José Alés, contando aquellas historias de ovnis, aparecidos o endemoniados, qué me hacían dormir con un ojo abierto y otro cerrado. Luego al día siguiente, salía por ahí, por los campos de Morón, con la bicicleta, a buscar huellas de platillos volantes o viejos cortijos abandonados, cargados de fantasías y aventuras. En definitiva, buscando sueños de niño.
Más tarde y gracias a la diosa del destino, mi camino se cruzó con el camino de los que hoy son mis amigos y en especial con el Niño Gilena, con los que compartía la misma pasión por lo desconocido y así recorrimos veredas y caminos, a la caza de rincones misteriosos y legendarios de nuestro pueblo.
Pasábamos tardes hablando de historias y de los cuentos que iban de boca en boca, como los “zustos” que se veían en tal o cual cortijo, la cueva donde se decía que un bandolero escondió un tesoro, los aparecidos de la carretera de la base o los ovnis que aterrizaban hoy en “La Rana” y mañana en “Arenales” y tantas otras cosas que nos hacían soñar.
De aquella época, se quedó en mí el gusto por estos temas y eso me alegra, pues significa que en mi interior aún queda algo de aquel niño que fui y que espero no perder jamás.
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