Salí yo de mi tierra, amigo mío, como lo hiciera un día el buen Campeador castellano, con el corazón triste y los dientes apretados.
La alegría que hacía unos días me inundaba, ahora me abandonaba, al ver quedar a mis espaldas aquella tierra de la que arranqué de cuajo mis raíces.
Alegría tuve, por haber disfrutado de mi pueblo y alegría por ver que mi familia sigue bien, como por fortuna era de esperar.
También gran alegría de reencontrarme con mis amigos, que siempre me agasajan con su infinita hospitalidad y me regalan con su presencia, qué me regocija y reconforta, cargándome optimismo y bienestar interior, calmando mi quebranto y añoranza.
Sirvan estas líneas para expresar mi agradecimiento a mis más que amigos, hermanos, parte todos ellos de mi tesoro personal.
Pero por desgracia, a veces también el semblante se me tornaba serio, abordado por la pena. Pena de comprobar como lugares de mi pueblo, cargados por los retazos de mi pasado, son dejados en manos de una decadencia decrépita, abandonados y sin cuidar unos, sucios y desvencijados otros o recargados de mal gusto paleto y bajuno, propio del que lápida la hacienda que no es propia.
Como bien decía el Niño Gilena, nuestra amiga la carrera, llora la soledad del abandono sobre sus parterres sucios y arriates endurecidos por la sed.
La Alameda se estremece entre rincones malolientes, al tiempo que hace estremecer al viento, que ya no juguetea entre los árboles y las mediterráneas palmeras, sino que se desboca furioso entre la hortera disposición de extrañas plantas torremolineras y césped siempre ávido de nuestra escasa agua.
Pena también, por ver en lo que han convertido la feria de mi pueblo, mi feria, la que yo añoraba y deseaba ver de nuevo, pero que esa sí que nunca volverá.
Y todo esto gracias a esa banda de politiquillos cortijeros que desgobiernan el pueblo de Morón. Esos mismos que lo llevan a la bancarrota y a la más absoluta de las decadencias, sepultando a sus gentes en la apatía, desilusión y hastío.
Pero quiero irme ahora, con buen sabor de boca, por lo que me quedo cantando, quedamente hacia mi interior, las coplillas y letras, siempre afortunadas y hermosas, de mi amigo, el Niño Gilena.
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