24 septiembre 2010

LA VERBENA DE LA ALAMEDA

Estimado Pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, gracias a Dios.

Recortes, recortes, recortes, sí Señor. Recortes es lo que el consistorio moronés ha tomado como máxima sin et qua non en este noveno mes del calendario gregoriano. Y cómo no empezar mejor que arañándole algunos durillos al emblema de su tercera semana: “La Feria”, a la que yo, por iniciativa propia y por ayudar a quitarle pomposidad, he bautizado este año como “la verbena de la Alameda", pues se cuenta en los mentideros de esta noble villa que serán recortados los alumbrados de las calles colindantes, los farolillos serán guardados para mejor año, los coches de caballos no pasearan ni de lejos y el delirio cohetero que pone cerrojo a la fiesta se suspende hasta buenas nuevas. Con lo que con esto último los que somos cortitos no sabremos si ha acabado el festejo o se prolonga durante 365 días mas. En fin,no es que yo sea de los que dicen que hay que tirar la casa por la ventana, no, soy el primero que piensa que todos deberíamos abrir algún agujerito a la correa a ver si sirve para salir del bache en que nos hemos metido. Pero claro, tonto de mí e inocente en demasía, pensé por un momento que esta que se avecina sería una gran feria como ninguna se había visto ya que, viendo la demostración de fuerza a la hora de gastar del cabildo en cuestión, me hice grandes ilusiones. O es que cualquier cristiano no se las haría viendo que en nuestro Pozo Nuevo se han puesto farolitas de a seiscientos mil duros la tranca o bancos que cuestan como un sofá, que digo yo que estos últimos deben de estar hechos no menos que de nogal, caoba o palo santo, pues salen por lo mismo que una guitarra de las que toca Paquito el de Lucia. O póngase también por ejemplo las reparaciones tan necesarias que necesitaba nuestra Alameda, retirando arboles con doce lustros y transmutándolos en bananeros escuálidos y en mullidos parterres de césped (bien pensado esto, ya que la dichosa hierbita, hija de la Gran Bretaña, casi no necesita agua). También me sirvió de engaño el que se redecoran despachos de la casa consistorial para asemejarlos un poquito más a un versallesco villorio. Incluso creí que, por estar rebosantes sus arcas, los responsables de esta alcaldía habían hecho el gran favor de subirse el sueldo, más que nada por no partir los cerrojos de los baúles tesoreros. Pero no, ahora resulta que Morón tiene menos fondo que una lata de anchoas. Entonces tendré que empezar a creer en las malas lenguas que dicen que nuestro corregidor tiene como libro de instrucción y cabecera “Las grandes obras y desarrollos del séptimo de los Fernandos” y que quiere cambiar su sentencia de “todo para el pueblo pero sin el pueblo” por la de “sin el pueblo ni pal pueblo”. Lo que no me podré creer nunca es lo que se dice del máximo en la alcaldía de que quiere hacer de este pueblo su cortijo, porque si fuera así seguro que lo tendría bien arregladito, aunque fuera sin papeles, eso sí.

En fin, no se vaya a creer usted, señor alcalde, que aquí le sale un competidor, pues puedo asegurarle una cosa: a lo mejor no lo haría mejor que usted, pero puedo asegurarle que para hacerlo peor no me encuentro cualificado.

Atentamente;
El niño Gilena.

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