Estimado Pueblo:
Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, gracias a Dios.
Aprovechando que el mes de julio nos convidó con un día manso de calores en la mañana, decidimos mi gran amigo Juan Solano, el padre de este y el que te escribe, salir a la cacería de la memoria del mayor de los mentados, con lo que dispusimos tirar de la reata y tantearnos en el señorial cortijo de "Barros", por ser allí donde comienza nuestra historia.
Como el que no quiere la cosa, nos plantamos en la puerta de la gañanía mientras dos podencos flacos como estoques hacían los coros a un mastín de labio caido y sangre tranquilota. Después de llamar con el timbre de la garganta, nos recibió una casera con los mismos años que el cortijo, la que después de darle señas de nuestra estampa y explicarle qué hacíamos por aquellos pagos nos dio licencia de paso, con lo que iniciamos la marcha en pos de lo que veníamos buscando.
Adentrándonos en la finca por un camino de herradura, ayudados por el recuerdo de Antonio, padre de mi amigo, dirigimos los pasos a lo que antiguamente fue llamada "la huerta de Barros". Nada más pasar los umbrales de lo que antes fue un verjel de chucherías de la tierra, el que hoy es mi suegro se dio cuenta que el tiempo no sólo pasa por él. De la casa donde se crió junto a ocho hermanos no quedaba ni un peñasco, de la noria que antaño sirvió de garganta a la secana tierra no restaba ni huella, solo una antigua alberca, ya heredada de muchas generaciones hizo que el viento de los recuerdos azuzara el ascua de la memoria y afloraran aquellos años de juegos, baños de río, higueras y encinillas. En sus ojos podía verse reflejada la nostalgia de la sencillez de los pocos ratos de asueto con los que contó en su mocedad.
Entre el andar y el andar en lo que hoy es un olivar de moronas y gordales injertados, también se aventaron las duras jornadas de labranza, el arado de yunta y surco y el incentivo de vara que recibía si la labor no era bien realizada. Anécdota tras anécdota fue pasando la mañana, mientras la sucesión de las mismas saltaban de un recuerdo grato a otro no tan querido la altura del astro rey marcaba la hora de dejar el pago. Decidimos dar por zanjada la mañana portando esa bolsa de recuerdos, a la par llena de monedas falsas y buenas, con la que Antonio se dio por servido al pagar esa deuda que tenía con su memoria.
Atentamente;
El niño Gilena
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