25 febrero 2010

De la pena que me da.

Parece tan lejana la vuelta, que es como si no hubiera ido nunca, pero la pena que me atenaza señala que hace sólo una semana que estuve en Morón.
Hay veces, en que las historias de mi pueblo, no son historias pasadas o recuerdos de nuestras cosas de antaño. Muchas veces, las historias de Morón son y tienen que ser las de hoy, las de ahora.
Por eso esta vez vengo, niño Gilena, a contarte la pena que me inunda y que me ahoga.
Pena de ver el camino oscuro y tortuoso por el que camina mi pueblo y su gente.
Pena de ver a políticos ineptos, políticos egoístas y partidistas, políticos caciques y ultraconservadores, propios de tiempos pasados, que llevan a Morón a la cola de todos los pueblos de España. Esos mismos políticos que no hacen lo suficiente para que nuestro pueblo sea un pueblo prospero, rico y de pleno empleo. Los mismos que no se interesan en atraer empresas, de que se cree industria, de que haya innovación y desarrollo, promoción de la formación y la iniciativa emprendedora en la juventud.
Me da pena ver como gastan el dinero en obras inútiles y desmesuradas, mientras que otras zonas del pueblo quedan abandonadas, dando la impresión de ser Morón un pueblo olvidado, sucio y decadente.
Pena me da también de ver como se ha instalado en nuestro pueblo el conservadurismo típico del nacional catolicismo, haciéndolo confundir con tradición propia de un pueblo.
Mucha pena me da ver a la mayoría de moroneros desilusionados, desanimados y contagiados de la misma dejadez y desidia institucional.
Moroneros que se niegan a moverse para avanzar, ni luchar para crear cosas positivas, para innovar su propio futuro, apoltronados en la queja permanente, extendiendo la mano pedigüeña, sin esforzarse por cambiar.
Me da pena de ver mi pueblo ensuciado por sus propios hijos, que no cuidan su entorno ni natural ni urbano, haciendo daño al hermano y a ellos mismos.

Me da pena de mí, que me fui de mi querido Morón por no ser capaz de luchar ni por él, ni por mí.

22 febrero 2010

La cuaresma

Estimado Pueblo:


Espero que al recibir la presente te encuentres bien, yo bien, gracias a Dios.


Por fin llegó la cuaresma, sí señor. Y no te digo esto porque yo venga a ser de rancio capillita, no, que ya sabes que, aunque tuve tío cura y abuelas beatonas, mi padre realizó toda suerte de argucias para que se me pegara más el amor por Lenning, Bakunig y toda su prole, que por corresponder con la Santa Madre Iglesia.
Lo que a mí me gusta de la cuaresma son los 47 días con que las cocinas y tahonas de tus calles nos deleitan con ancestrales guisotes, eso sí, todos faltos de carnes por corresponder con la tradición. Por eso, ¡qué me dices de esas cazuelas de bacalao con papas o arroz, del cazoncito en amarillo y de las espinacas garbanzadas!. Eso sí que son misas para el cuerpo y triduos para el espíritu.
Para mí, el comienzo de la cuaresma en vez de empezarla por misa de miércoles cenicero, la guardo con viernes de torrija merendera, que aquesta como gran protagonista junto a su hermano feo el pestiño, hacen que este tiempo de boato y recojimiento pase a ser una continuación carnabalera para los estómagos de tus parroquianos.


Atentamente;


El niño Gilena

15 febrero 2010

De moroneras maneras

Estimado pueblo:


Espero que al recibir la presente te encuentres bien, yo bien, gracias a Dios.


Hoy quiero hacer memoria de esas costumbres antiguas que, por fuerza de verlas, oirlas, sentirlas o padecerlas se han mantenido. Algunas con rancio abolengo entre tus parroquianos y otras por venir de la mano de aquellos que nos dejaron, se perdieron no hace mucho. Pero bien merece la pena tenerlas presentes pues forman parte de esas moroneras maneras de vivir por las que somos conocidos, extrañados y envidiados, en esto y otro lares. Me explico:

Creo que la primera de todas empieza antes de que uno nazca, es decir, cuando dos vecinas que baldeando "er sardiné" comentan que la mujer de menganito o setanito ha hecho compras. Entonces, empieza a activarse la primera moronera costumbre de fijarse en la barriga pa intenta saber si es niño o niña. Posteriormente y mientras avanza la gestación, las más "apañás" del lugar empiezan a fabricar una suerte de toquillitas, naguaos, peleles y patucos, siempre bien diferenciando azul pa los angelitos y rosa pa las angelitas.

Na más la madre ha pario comienza la romería de visitas corraleras en la que es menester de traer un presente y nada de oro, incienso y mirra, qué vá.., latas de melocotones, botes de leche condensada o zumos de naranja y piña.

En la primera salida que tú tienes por la calle siempre alguna parienta de tu madre acercándose con mucho espaviento y a grito pelao, como si le fuera la vida en ello, te masagea la barriga diciendo "oiiiiiiiiii mi chiquiititi que gracioso está, que le voy a comé los cojones...", con lo que de ahí se aclara que tú te vas haciendo a hablar en un tonillo avanzao y a ir metiendo en el vocabulario alguna que otra parte corporea.

Si tiene uno la mala suerte de que le extirpen las amígdalas y, no digo sacar las bolas vaya a ser que haya malos entendidos..., siempre habrá una tía tuya que te traerá media docenita de yogures y algún que otro pinta pinta.

Llega un gran momento: la primera comunión, y a tu madre "la dao" por disfrazarte de marinerito, hombrecito de chaqueta o "peó" todavía: cuello arto y rebequita. Pero no está ahí lo peor, no, sino que en Gomez Teruel te ponen la foto como San Juan de la Cruz, con las manos juntitas y el rosario colgando y encima tu madre va diciendo a todo "er" mundo: "a ve si pasas por er Pozo Nuevo, va a ve qué guapo ha salio mi chiquillo. Como puedes comprobar 30 años más tarde cada vez que entres en el salón de tu casa y tu madre te diga: qué guapo era mi niño.

Te vas fijando en cosas raras que hace tu abuela como poner un palmatoria el día de "to" los santos o encalá el sitio del abuelo el día de los difuntos.

Llega la hora del servicio militar y tu padre como "sa dao" cuenta que ya estas hecho un hombre, por licenciarte de la niñez te regala un cartón de wiston y te deja coger el coche.

La vida sigue corriendo, te casas y tienes chiquillos y empiezas a echar de menos las croquetas de tu madre, las aceitunas que aliña tu padre, lo bien que planchaba la abuela y a darte cuenta que el ditero no era ese señor tan agradable que cantando la cancioncilla de Gordillo venía todos los sábados a casa.

Un día, sin saber a cuento de qué, te está amortajando una vecina vieja que, mientras te pone una camisa blanca, reza un avemaría y en la iglesia de la Victoria, hombres con brazaletes negros, botoncito solapero o, los menos, con un traje, con la gorrilla en la mano esperan tu ultimo adiós entre caladas de cigarros y conversaciones en la que se escucha: qué bueno era...no tenía na suyo.


En fin, así se vive y se muere por aquí, de moroneras maneras, porque como dice el refrán:


Los de Morón como son...........



Atentamente:


El niño Gilena

09 febrero 2010

La romanza del calero

Estimado pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien, yo bien, gracias a Dios.

Cerca está ya el carnaval, ya la cuaresma aprieta y, por rendir noble homenage a un oficio de tu tierra, te regalo esta coplilla de mi mismo puño y letra.


ROMANCE DEL CALERILLO.


Por los llanos de la plata
ya se ve venir al calero.
Cantando viene coplillas
al carnaval de su pueblo.


Alameda, calle Nueva
barrio de Santa María,
qué bonito esta mi pueblo
cuando vengo a la vestia.


Los abuelos en los bancos,
los niños bailan sus trompos,
las comadres de faenas,
las niñas juegan al corro.


Y esa paya de ojos verdes
que desde el cierro me mira
esperando con antojo
arrancarme un buenos días.


Alameda, calle Nueva,
barrio de Santa María.
Ya esta aquí tu calerillo,
ya llego "pa" la vestía.


Qué buena herencia mi padre
me dejó cuando faltó:
Dos barrenos, un horno antiguo,
una pala y un esportón.


Y esa coplilla que "mare"
cantándome me decía:
De los zumos de estas piedras
que la sierra parió un día
se encalaran blanco perla
los pueblos de Andalucía.


Alameda, calle Nueva,
barrio de Santa María.
Ya se marcha "pa" la sierra,
ya se acabó la vestía.


Atentamente;

El niño Gilena





De ventas y ventorrillos




Recuerdo a mi padre siempre, siendo aficionadillo a emplear los sábados por la mañana a salir al campo a la búsqueda de espárragos, tagarninas o caracoles, según la época. No solía ser un recolector brillante, aunque nunca le faltaba alguna buena manita o buena red de caracoles. De todas formas, esto de la recolección no dejaba de ser un pretexto para hacer algo en lo que pasar la mañana del sábado y así aprovechar también para hacer alguna visita a un par de ventas o ventorrillos, según las que hubiera por la zona.
Muchas veces salía yo con mi padre al campo y al igual que él, me aficioné a los mostradores de campo y carretera, ya que mientras él se tomaba su vinito, yo solía salir a jugar por alrededores de la venta.
Entre venta y ventorrillo había una sutil diferencia, pues mientras en la primera cabía la posibilidad de comer alguna buena tapa y degustar mejores caldos, pues eran éstos como un bar del pueblo o la ciudad, pero llevados al borde de alguna carretera, los ventorrillos eran básicamente casas del campo donde se aprovechaba la circunstancia para ganar algún dinero con un par de vasos de vino, alguna cerveza y algún sano producto de matanza.
Los ventorrillos que mi padre frecuentaba, eran aquellos en los que la especialidad de la casa eran la morcilla de asadura, el chorizo y el lomo en manteca, las aceitunas con ajo, algún tomatillo “picao” y los mejores caldos el vallejo y el botellín.
La decoración era en todas del mismo plante. Barra de formica, antigua cámara frigorífica de madera, las sillas de la Cruzcampo, el fogón, los almanaques y cuadros con bodegones de caza. También colgados de la pared, tras la barra, las morcillas y chorizos, calabazas secas, las “papas” fritas de “la perdiz” o “la bandera” y el expositor de navajas “el ancla”. En la fachada, bajo la parra, el anuncio de Pepsi-cola o la Mirinda con forma de tapón y el cartel luminoso de cerveza “Estrella del Sur”.
Y así entre vallejo y botellín, morcilla y morcón, los parroquianos se iban solazando tras una mañana de caza, de esparragueo o simplemente de ver pasar el tiempo en una mañana de sábado y de esta forma frecuentábamos la venta Espartero, ventorrillo de Pozo Amargo, Guaira, venta El Paloma, Santa Elo, la Liebre, ventorrillo Elvira y otras tantas qué ahora no puedo recordar.
Seguramente ahora quedarán ventas y ventorrillos, aunque muchos habrán evolucionado hacia lugares de mejor comer.
Pero yo sigo añorando aquellos ventorrillos con olor a vino rancio y a leña de olivo, a aguardiente y a aceitunas con ajo, a campo, a tomillo y romero. En definitiva a olores de antaño y de recuerdo.

04 febrero 2010

Yo acuso

Estimado pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien, yo bien, gracias a Dios.

Hoy, querido amigo, no quiero recordar, ni aplaudir, ni rememorar, ni ensalzar, no. Hoy quiero acusar, sí, acusar tantas injusticias que tus paisanas y paisanos están realizando contigo y con tus gentes, por lo cual :

Yo acuso a todo aquel moronero que tiene a tus calles por una gran escupidera para, por suavizar el término, olvidar papeles, chicles, colillas y demás cosas inservibles.

Yo acuso aquel moronero que concibe carriles, veredas, mangadas y cordeles como vertederos de escombreras y buen lugar para tirar aquel somier que, harto de sortar churre de puro moho, mancha las losas del soberao.

Yo acuso aquel moronero que confunde parques de todos con rastrojos de nadie.

Yo acuso aquel moronero que confunde ríos, charcos, arroyos y pozos con letrinas carcelarias y escusados de cuartel.

Yo acuso al moronero que decora su pueblo al antojo de su mal gusto quitando lo que nuestros abuelos dejaron y colocando lo que su mal arreglada imaginación tenga por bien instaurar.

Yo acuso a toda moronera que olvidó preguntar a su madre cómo se hace una sopa de tomates, cuándo se cuelgan las bestiduras en los balcones o si las pilistras quieren sol o sombra.

Yo acuso a todo aquel moronero que no se fijó jamás en cómo su padre aliña aquellas aceitunillas que tanto le gustan, o de dónde trae esa manita de espárragos con la que se deleita con la tortilla.

Yo acuso al moronero que olvidó dejar la derecha al mayor, ceder asiento al anciano, hablar de usted al respetable y honrar a padre y madre, y se emborracha cada festivo sin tener edad.


Acuso a toda aquel moronero que cree que abuelos y padres son guardas de nietos e hijos y manantiales de duros para calmar la sed cuando se ha malgastado el agua propia.

Acuso a todo aquel empresario moronero que por provecho de situaciones tiene a su semejante de injustas maneras jugando con el pan de la familia.

Y por acusar me acuso a mí mismo por no poner nombre y apellidos a los casos anteriormente mentados.


Atentamente;


El niño Gilena.

El museito

Estimado pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien, yo bien, gracias a Dios.

Quisiera comentarte algo que prendió en mi mente en el día de ayer cuando, estando en la cochera de un amigo por hacer un recadillo, me percaté de cuántos de esos objetos, por otros llamados trastos, se encontraban en derredor mio. Trastos estos que de una u otra forma forjan la memoria particular que en toda casa hay. En un simple vistazo pude comprobar que desde la alambrada tapa de una copa de cisco que seguro frió quito, a la esquelética carcasa de una SINGER que también cosería mas de un remiendo y alguna batita para ir a la romería, porqué no, o las gorras militares con más de un cuarto de siglo tatuadas estas como un calendario azteca con toda suerte de runas que no marcan solsticios ni eclipses, no, sino guardias, pernoctas, imaginarias y fechas de licencia. Esto me dio que pensar cuántos y cuántos de esos recuerdos se albergan en cocheras y soberaos dibujados en objetos que forman el museito particular de cada uno. En un simple divagar vienen a mi memoria baúles que por Filipinas estuvieron en años mozos, cómodas de nogal viejo con secreters llenos de encajes, abanicos de manila, relojes de cuco antiguo, romanas de comprar trigo, quinqués que ya no alumbran, escupideras de lata, ajuares de algún difunto, lecheras de litro y medio, hueveras de dos docenas, un radio de vaquelita, tapices con varios ciervos, libros de comunión, mecedoras de rejilla, algún apero del campo, sopletes de fundir plomo, tinajas de guardar queso, lebrilletes de matanza, búcaros lebrijanos y un cuadro que se partió.

Todos ellos excomulgados del fuego o del carro de la basura por la aristotélica frase que mi amigo Paco Tagua me dijo ese tarde.

"Es que da lastima tirarlos".

Atentamente;

El niño Gilena

De mi querido maestro

Escuchando hoy radio Morón, cosa que hago casi a diario gracias a que Internet rompe las fronteras de la distancia, pude deleitarme con la intervención de un acertado carnavalero, que en una hermosa prosa, elogiaba a aquellos que hacían llegar el carnaval a los más pequeños, a través de los colegios.
Una de las personas que nombraba el carnavalero, era Joaquín Albarreal, maestro del colegio Reina Sofía. Entonces me vino a la memoria algo que habiendo marcado mi vida, es también parte de la historia de Morón, sobre todo de su historia más reciente.

Yo pase los primeros siete años de mi vida escolar en el colegio Primo de Rivera y si he de decir la verdad no tengo ningún recuerdo especial de aquel colegio por el que pasé sin pena ni gloria. De todas formas no seré yo el que ponga faltas o critique al Primo de Rivera ni al personal docente de aquella época, pues esto puede ser muy subjetivo y todo depende de cada uno.

Pero lo cierto y verdad es que en cuanto tuve ocasión cambié de colegio, aunque esto fuera justo cuando me quedaba un curso para acabar E.G.B. y así se presentó la ocasión y decidí que aquella era mi oportunidad.
Sería, si no me equivoco, el año 1984, más o menos, cuando en Morón abriría sus puertas un nuevo colegio, qué creó gran expectación, no sólo porque fuera nuevo, si no porque nacía un nuevo concepto de colegio, una escuela nueva e integradora. Iba a ser un colegio donde por primera vez, se llevaría a cabo una nueva práctica escolar. Juntos estudiarían niños con necesidades de una educación y atención especial, con niños del modelo educativo común de E.G.B.
Cuando aquello se supo, muchos padres a los que sus hijos les tocaba ir a ese colegio, se negaban a este tipo de escolarización y eran totalmente contrarios a ningún plan de integración. Así que por falta de alumnado, se optó por dejar que aquellos que quisieran podían matricularse en este colegio. Esta fue la oportunidad que tanto estaba esperando y con el permiso de mis padres me cambié.

Yo puedo decir que pertenecí al primer grupo de alumnos del Reina Sofía y de ser junto con otros once compañeros de la primera promoción que salio de este colegio.
El curso que allí pasé, jamás lo olvidaré, por muchas cosas, por muchas vivencias y experiencias que allí tuve.
Allí aprendí mucho más que en todos los años que estuve en el otro colegio.
Aprendí como se puede respetar a un maestro sin tener que llamarle Don o Doña y que pueden ser mucho más cercanos y próximos, capaces de marcar nuestra forma de ser y de enfrentarnos a la vida en los años siguientes.
Con Joaquín y los otros maestros del Reina Sofía, aprendí a aprender, a querer saber y conocer, aprendí a pensar, a cuestionar, aprendí a respetar y compartir, a ser compañero y amigo.
También conocí el camino de la razón y el diálogo, que la violencia no es la forma de arreglar nada.
Con él supe que puede haber distintas formas de ver las cosas y que puede haber una forma alternativa de ver la vida. También me enseñó que ser andaluz es algo grande y que el esfuerzo puede hacer grande nuestra tierra.

La vida luego, hace que cada uno de los que allí estuvimos, hayan seguido por una pista diferente y que incluso alguno hayamos ido de un lado a otro del camino hasta encontrar nuestro centro. Pero lo que ellos me enseñaron me acompañó y sirvió siempre. Por todo ello, gracias querido maestro.

02 febrero 2010

De los comercios perdidos







Muchas veces me he esforzado en recordar, no siempre con éxito, aquellos comercios del Morón de mi niñez, de los cuales alguno aún queda, aunque con grandes penas. Otros sin embargo desaparecieron, por no tener más remedio algunos y a cambio de nuevos comercios otros.
A veces, cuando vuelvo a mi querido pueblo, me gusta pasear sus calles en pos del Morón de mis recuerdos, del Morón que aún habita en mí. Pero las más de las veces, aquellos rincones, aquellas tiendas y comercios, ya han desaparecido y en su lugar hay un todo a 100, una tienda de chinos o simplemente no queda nada.
Los comercios de ropa y mercerías, que yo al igual que mi querido amigo, el niño Gilena, recorría de la mano de mi madre, buscando la ropa que necesitara.
Muchas eran las tiendas que jalonaban el Pozo Nuevo o la calle Nueva, desde Oportunidades o Almacenes Sevillano, tejidos Montellano o tejidos El Gallo, hasta “an ca Antoñito” donde se podía comprar desde unas bragas a un encajito. Aquí solía mi madre comprarme aquellos primeros pantalones Lois, los de tergal no los de tela vaquera y los calcetines o calzoncillos, los chalecos de manga larga y la rebequita. Luego a la zapatería para comprar zapatos para el invierno ir al colegio o sandalias (que yo odiaba) si era verano y había que llevar el pie fresquito, aunque para diario, para salir a jugar, mi madre compraba las zapatillas de lona azul “Cadenas” o las zapatillas marrones “Tórtola”, todo ello de los restos.
Pero hay dos comercios que recuerdo con especial nostalgia y que ambos desaparecieron por completo. Uno era la tienda de juguetes del Pozo Nuevo y otro era, mi lugar favorito, “an ca Pèrez”.
Estos dos establecimientos fueron los auténticos rincones de mis sueños, donde mis padres me compraban mis madelmans, mis vaqueritos y soldaditos de plástico, coches y maquinitas, los airgamboys o aquellas cajas de plastilina con las que tanto me gustaba jugar e incluso mis queridos TBOs.
Muchos días, al salir del colegio, de los Grupos, en vez de ir directamente a casa, bajaba corriendo por la calle Castro hasta la calle Utrera y allí estaba, el escaparate, pequeño pero cargado de ilusiones de niño.

Ahora cuando regreso y me paro ante el lugar en el que se encontraba “Casa Pérez”, puedo ver, perdido en la bruma del tiempo que se fue, a un niño, con la mochila a la espalda, mirando el escaparate, soñando con las mil aventuras que compartiamos con aquellos juguetes.