Estimado Pueblo:
Espero que al recibir la presente, estés fresquito, pues yo voy a reventar.
Hoy, día en el que el Lorenzo me hace estar en clausura más tiempo del que yo quisiera, por temor a salir ardiendo o reventar como un ziquitraque, se me ha venido a la memoria cómo y en qué formas matábamos el tiempo esos días en los que las vacaciones todavía se llamaban veraneo y no había miedo a calores, por muy infernal que estuviera el día.
Lo primero que se me viene a la memoria de esos tiempos en los que las piscinas todavía se llamaban albercas, son los variopintos lugares donde por regocijarnos en el divertimento y matar el calor, echábamos cuerpo al agua sin preocuparnos de dónde ésta venía y a dónde iba, con lo que desde el charco de El Charcal al pozo de El Salao o desde las rivereñas orillas del charco Pajarito a las coripeñas aguas de la junta de los ríos, nos refrescábamos y matábamos el tiempo tirándonos desde rocas cercanas o montándonos en los labios de esas cámaras de camión que servían de zodiacs improvisadas.
Si la tarde no venía muy mala y el calor era soportable también dedicábamos algún ratillo, no antes de haber pedaleado algunos kilómetros, al noble arte de coger higos chumbos y llenarnos de espinas hasta enterarnos de dónde soplaba el viento.
Una de mis aficiones favoritas era la de coger prestados melones y uvas de la viña del Ciprés. Y digo prestada porque robar era una cosa muy fea.
Muy de cuando en cuando y, después de mucho rogar, llegaba el tiempo de pisar la playa, con lo que levantado desde las cinco de la mañana y pertrechado cual si fuéramos a hacer el desembarco de Normandía, tirábamos para las gaditanas playas de Conil o Chipiona, en la que después de tres horas de camino, diez de sol, revolcones de olas y otras tantas horas de vuelta, venías achicharraito y de color atomatado, cosa esta que te duraba hasta que los pellejos se te caían como a un higo fafarío.
También y no se podía olvidar, aquellos espectaculares días en la piscina municipal o, más bien, sus noches. Sí, aquellas noches que saltando las tapias nos pegábamos un chapuzón a la luz de la luna, con el corazón encogió nos fueran a pillar.
En fin, veraneos simples pero llenos de alegría, amistad, juventud y pocos dineros.
Atentamente;
El niño Gilena
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