23 julio 2010

MOCEANDO

Estimado Pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, a Dios gracias.

Hoy, mientras le hacía el boca a boca a una tapa de caracoles en la terraza de la taberna de Retamares, saludome con el consabido cumplimiento de un ¡hay¡ un muchachicho de cuerpo fuertote que, por mi distracción mientras lidiaba con los besos del picantillo molusco, no me dio tiempo a reconocer. Gracias que junto a mí estaba mi querida María, que como toda buena Moronera no pierde "puntá", como se suele decir, en fín, que a la pregunta de quien era ella me contestó que el niño de mi amigo Castellano, añadiendo que ya estaba hecho un hombretón y que estaba golondrineando entre una pandilla de chabalillas, de esas modernas que con una servilleta se hacen dos vestidos. Ante tal revelación, puse en marcha el mecanismo de viaje en el tiempo de mi imaginación y me trasporte a aquellos felices años en los que yo y mis amigos disponíamos de la misma edad del mozalbete y rondábamos calles, plazas y tabernas para pavonearnos entre las mozas o reírnos a pierna suelta con una gracieta de algún compadre.

Quién no recuerda por aquellos años mozos las litronas fresquitas de a veinte duros, compartidas comunistamente entre proyectos, risas y charlotadas. Quién no se acuerda de aquellas bullangeras de Agosto en los Cuatro Caminos, viendo desfilar las jarritas de cerveza y los tintitos de verano mientras la tarde se convertía en noche y la noche en madrugada. Quién no se ha meneado, más que bailar, al son de los Model Talkin, en las oscuridades de la Jumbo, o ha saltado alocadamente en las fiesta de la espuma de la discoteca Desire. Qué tiempos aquellos, en los que uno se recorría las ferias de los alrededores como si fuese un turronero, en los que las verbenas del Pantano, Rancho, San Francisco o la Puerta Sevilla eran nuestro peregrinar del mes de Marzo hasta Junio en precalentamiento de una feria que cogida por la punta y soltada en los fuegos, colmaba nuestra ansia de salidas, juergas y cachondeos.

Y qué decir del ligoteo. De ese ligoteo entre la edad del pollo y el pavo, en el que después de mil y una consultas a amigos, amigas y conocidos te decidías a recitar la poco imaginativa frase de: ¿Tú quieres salir conmigo?, en la que las más de la veces, por lo menos a los menos agraciados, de semblanza recibía la diplomática respuesta de: Yo te quiero como amigo, con lo que te quedabas sin reservado, muerdo de rosca y bailoteo agarrado. Más lo bueno de esto es que la pretoriana guardia de amistades seguía ahí para reemprender la caza, animarte con un ¡esa no vale na ¡ o pagar una litrona pa olvidar el desatino.

Estando en estos pensamientos, vino a mí una vocecilla, primero difusa y después tronante, que me despertó de mi ensoñación de ojos abiertos:

-Niño, paga esto que nos vamos, mi arma.

En fin, menos mal que algunas cosas no cambian nunca.

Atentamente;

El niño Gilena

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