20 noviembre 2025

50 AÑOS DE LA CASONA DE LAS 13 BARRAS

 

Estimado Pueblo.

Espero que al recibo de la presente te encuentres bien, yo de cumpleaños.

 

Cincuenta años cumple ya está Peña Bética moronera, esta casona grande donde al entrar siempre da la impresión de que uno vuelve, más que a un edificio, a un abrazo. Es una casa que no sabe de puertas cerradas ni de silencios largos; una casa que huele a futbol, a botellín recién abierto y a Betis, que es el olor más noble que puede tener un rincón de Andalucía.

Yo me veo chico todavía, corriendo por aquellos pasillos detrás de mis parientes Luis Vázquez y Juan, que eran mis guías y mis cómplices en todas las aventuras. Y me acuerdo de aquella biblioteca a donde íbamos no por sabiduría, sino a la caza del Interviú, como quien busca un tesoro prohibido, y El amigo Ríos detrás, persiguiéndonos sin descanso como si guardara los secretos del Vaticano.

La Peña era un mundo entero. Allí, en un tablón o en un estante, descansaban aquellas fotos antiguas de partidos de la UEFA, imágenes que parecían hablar, llenas de polvo noble, como si contaran batallas. Y estaban también las entradas enmarcadas del Betis–Dínamo de Moscú, que uno las miraba y casi escuchaba al Villamarín entero rugiendo, como si las voces se hubieran quedado pegadas al cristal. Se organizó aquel campeonato de fútbol sala que revolucionó el pueblo; se preparó un gazpacho que todavía hoy podría proclamarse patrimonio emocional de Morón; cantó Meneses como si su voz hubiera nacido para llenar esos techos; y nombraron rey mago al presidente, que aquel día caminaba con la ilusión de un niño recién estrenado. O esas comidas inolvidables con Cardeñosa y Rogelio, donde la mesa se convertía en altar y uno se quedaba escuchando historias que no vienen en los periódicos, historias que sólo cuentan los que han sudado la camiseta y han amado ese escudo con la misma fe que nosotros.

 Y si hablamos de esperas, qué espera más grande que la del martes… El Betis había jugado lejos, y nosotros aguardábamos la cinta de betamax como quien espera un milagro. Llegaba la cinta, se hacía un silencio de iglesia, y allí estábamos todos, viendo cómo la pelota viajaba desde tierras lejanas para botar por fin en nuestra Peña, delante de nosotros, como si nos reconociera.

Y cómo olvidarme ,Dios no lo quiera de La Perfecta. Aquella peña vecina, con su puesto levantado a la entrada, parecía tener guardia real propia. Allí, en aquella garita improvisada, se plantaban ellos firmes, serios como un centinela inglés mientras el tabaco de contrabando cambiaba de mano, y uno pasaba por delante y esperaba casi que sonara una trompeta real del mismísimo palacio de “Buckingham”. Qué cosas tan nuestras, tan simples y tan hermosas, capaces de levantar un reino entero sólo con ladrillos, pintura verde y blanca, y mucho corazón.

La barra… ¡Ay, la barra de entonces! No cabía ni un suspiro. Las tapas cruzaban de un lado a otro como si tuvieran vida propia; los botellines tintineaban como campanillas de fiesta; y nosotros, los niños, con nuestro zumo de melocotón —que era el tinto de nuestra edad— nos arrimábamos a la chimenea, dejando que aquel calor nos abrigara el alma.

Y ahora que esta Peña cumple cincuenta años, uno siente que no son sólo cincuenta. Son infinitos. Son los años que llevamos dentro, los días en que la vida tuvo el color del Betis, los momentos que aquí se quedaron viviendo, aunque nosotros siguiéramos creciendo.

Porque esta Peña no es un local: es un latido, un refugio, una forma de querer.

Mientras exista un bético en Morón, esta casona seguirá siendo su casa.

Y que vengan cincuenta más… que aquí los estaremos esperando, con el corazón verde y blanco, y la puerta como siempre abierta de par en par como le hubiera gustado a mi padre.


 

Dedicado a aquellos presidentes de los 80 de mi niñez, en agradecimiento de haber tenido una segunda casa en la calle nueva.

Don Juan Vázquez Hermosin

Don Juan Vázquez Martinez

 

Atentamente;

El niño Gilena


18 noviembre 2025

UN OTOÑO INCOMPLETO

 

Estimado Pueblo.

Espero que al recibir la presente estes mejor, yo mojado como toca.

 

A pesar de que el otoño ha llegado al fin con sus lluvias finas, que caen como un repiqueteo persistente sobre las tejas, y con esa bajada de temperaturas que invita al calentador de cisco picón, sigo sintiendo que algo falta en el aire. Camino despacio por la plaza de la Carrera, donde las hojas ocres se arremolinan en un baile tímido, y, sin embargo, la otoñada parece incompleta, como si le hubieran arrebatado una nota esencial a su partitura.

Echo de menos la humareda del tío de las castañas, ese penacho gris y tibio que ascendía desde su hornillo de carbón y se mezclaba con el aliento del pueblo. Su lumbre, siempre viva, chisporroteaba con una alegría discreta, como si guardara dentro el secreto del fuego primitivo. El puesto improvisado ,una mesa vieja, un tejadillo de lona, las castañas abiertas como flores tostadas, tenía un alma sencilla que abrazaba a los moreneros sin decir palabra.

Recuerdo la cola de niños y abuelos que se formaba cada tarde, serpenteando entre los adoquines húmedos. Los chiquillos, con las manos frías escondidas en los bolsillos, saltaban impacientes esperando su cucurucho de estraza caliente; los abuelos, con la calma de quien ha visto pasar muchos otoños, miraban el humo con una nostalgia callada, como quien conversa con un recuerdo querido. Y en medio de todos, el tío de las castañas, con su gesto amable y su oficio antiguo, repartía no solo un manjar sencillo, sino un trozo de historia.

Ahora, sin su lumbre ni su presencia, la plaza parece más grande y más sola. La lluvia cae igual, el frío es el mismo, las hojas siguen su baile, pero hay un vacío que no se llena. Falta esa columna de humo que dibujaba un punto de encuentro; falta el olor a castañas recién asadas que templaba la tarde; falta la pequeña ceremonia de esperar, de recibir, de compartir el calor entre dedos “arrecíos”.

Y yo, al pasar por la plaza de la Carrera, siento que este otoño, aunque hermoso, aunque pleno, no termina de arder en el corazón como aquellos de antes. Falta el tío de las castañas para que la estación siga siendo verdad.

 

Atentamente;

El niño Gilena.


12 noviembre 2025

TIEMPO DE ESPARRAGOS

 


Estimado pueblo.

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo podría estar mejor.

 

Llegan las lluvias primeras, suaves, como susurros de un otoño tímido,

y despiertan la tierra dormida, húmeda, llena de secretos verdes.

Es tiempo de espárragos, de andar despacio, de charlas consigo mismo

de dejar que los dedos rocen las espinas tiernas que asoman al sol breve de la tarde.

 

Para unos, ocio en las cortas horas que se escapan;

para otros, alegría que tapa las miserias,

aunque solo sea un instante, un instante apenas.

 

Después de carrilear por la Sierra de San Juan,

de perderse en Percolla,

o de saltarse la prohibición de Monte Gil,

la vida se recompone en un gesto humilde y perfecto:

apañar las penurias rifando una buena maceta

de esos verdes manjares en tascas, plazuelas y colmados , que aplacaran la miseria que aun

campa por estas tierras.

 

En las cocinas añejas, el centro de cetros verdes

harán danzar la memoria en un guiso antiguo,

en una tortilla de huevos camperos

que huele a sol, a gallinas libres y a tierra mojada.

 

Cada espárrago es un poema:

la paciencia de la mano que lo encuentra,

la alegría de quien lo mira,

la historia que se cocina lentamente

mientras el humo pregona el humilde manjar

 

El otoño llega, y con él, los espárragos,

y uno entiende que la vida se esconde en lo pequeño,

en lo verde que nace entre barro, hojas y cal.

en la dulzura de lo simple, en el trago de vino con el compañero de sendero

en la ternura de un momento en comunión con el campo

como un verso que se guarda en la memoria.

 

Atentamente;

El niño Gilena


02 noviembre 2025

AQUELLOS NOVIEMBRES

 


Estimado pueblo.

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo un poquito melancolico.

Cuando noviembre asoma por los cerros de la plata, el aire se transforma. Es el mes en que el sol sucumbe a la pereza, remoloneando entre las nubes como quien ya no tiene prisa por brillar. Las mañanas llegan envueltas en una bruma suave que desdibuja los contornos de las casas blancas, y cuando por fin se decide a aparecer, ese sol templado arranca destellos dorados de las fachadas que durante el verano cegaban con su blancura impoluta.

La lluvia llega sin avisar, lamiendo las paredes de cal con lenguas suaves y persistentes que dejan regueros oscuros sobre la blancura. Entonces los niños se refugian en los zaguanes, esos espacios frescos que huelen a humedad antigua y a azulejos mojados, y allí esperan impacientes, asomándose cada dos por tres, rogando que escampe para retomar los juegos en la plaza o en las calles solitarias. Mientras tanto, las abuelas descubren los visillos de los cierros, apartando con dedos de encaje esas cortinas que filtran la luz, para otear las calles brillantes de agua y ver quién pasa, quién se moja, qué vecina corre con el paraguas al revés.

Con el frío que se cuela por la gatera, retorna la copa de cisco picón que reina debajo del calentador, ese trono de faldas bajo el que se cobijan los pies helados y donde las brasas dormidas calientan las tardes largas. Y encima de un tapete de croché, un café de pucherete que calienta la garganta, ese café espeso y oscuro que se hace en el fogón, burbujeando en un cacillo bollado, con sabor a costumbre y a mañanas de invierno que empiezan despacio.

Es entonces cuando los aromas cambian, cuando las cocinas humean con promesas distintas. Las abuelas sacan de los hornos las batatas con su piel arrugada y oscura, y al partirlas dejan escapar ese vapor gustoso que llena las manos y el estómago de los niños que salen de la escuela.

En la esquina de Santa Clara, junto a los muros de cal que aún guardan algo del calor del día, aparece el puesto de castañas. El cucurucho de papel de periódico se convierte en un tesoro humeante, y el crepitar de las castañas al abrirse sobre las brasas es música de noviembre. Las manos se calientan sosteniendo esos frutos tostados, de carne tierna y dulce, mientras se pasea por la carrera donde el sol apenas se atreve a entrar.

Y están las tortas, esas glorias doradas que salen del aceite hirviendo para posarse sobre papeles que enseguida se empapan de grasa. Crujientes por fuera, esponjosas por dentro, espolvoreadas con azúcar o miel, son el capricho que convierte cualquier tarde de noviembre en una pequeña fiesta. Maria Real las prepara en mi memoria, y el olor del aceite caliente y la masa frita se mezcla con el del jazmín que aún florece en el “roetillo” de su pelo.

Así es noviembre en mi recuerdo: un mes de fogones bajos, de lluvia mansa y sol perezoso, de brasas bajo las faldas y café humeante, de manos que se calientan con comida humilde y generosa, de tardes que se alargan en las puertas de las casas mientras el cielo se debate entre el agua y la luz. Un mes que sabe a tierra, a tradición, a esos sabores sencillos que llenan más que el estómago, que llenan la memoria.

Atentamente:

El niño gilena


22 octubre 2025

EL REGRESO

 

Estimado pueblo.

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo no me quejo.

 

Vuelven cada año, como los zorzales que buscan los viejos olivares, los hijos ausentes del pueblo. Llegan con las maletas llenas de regalos y de prisas, con el alma un poco cansada del ruido de la ciudad y los calendarios sin pausas.

Y apenas entran en la carrera, el aire cambia. Huele a pan reciente, a albahaca, a ese tiempo detenido que sólo el recuerdo sabe mantener vivo.

Ahí está la Torre de la Victoria, erguida, serena, como un familiar que los ve volver desde lejos. No hay piedra más fiel que la suya: guarda el eco de las campanas, el vuelo de la cigüeña, el reflejo del sol lento de otoño. Frente a ella, los que regresan sienten una mezcla de orgullo y de pena, porque saben que la torre no envejece como ellos, sino que permanece, inmutable, sobre sus vidas que se alejan.

Luego viene el rito pequeño, necesario: la cervecita en Retamares, donde siempre hay alguien que los reconoce. Allí las palabras fluyen despacio, y el sol se queda más tiempo sobre las mesas de hierro. Se habla del pasado como si aún estuviera en la esquina: de los veranos interminables, de la lluvia que no viene, del último que se ha muerto y del próximo que nacerá.

Y al caer la tarde, cuando el aire empieza a oler a adelfa y naranja agria, llega la cena con los de casa. Las tagarninas esparragas, rojas y humeante, los devuelve de golpe a la infancia. En cada cucharada sienten la voz de la abuela, el rumor de la ciscada, las risas mezcladas con el canto de los grillos. Ningún manjar del mundo por caro que sea les sabe igual.

Sin embargo, mientras saborean esa quietud, saben también que ya no pertenecen del todo. Han aprendido a vivir lejos: en la ciudad donde el trabajo los llama, donde los hijos estudian, donde hay cines, teatros y luces que nunca se apagan. Allí también hay hogar, hay rutina, hay cariño. Pero falta este aire limpio, esta lentitud que parece rezar.

Cada año el pueblo se les queda un poco más distante, y, paradójicamente, más querido. Porque el tiempo no borra los lugares amados: los vuelve más hondos, más necesarios.

Cuando parten otra vez, tras el último adiós en el zaguán, sienten que no dejan atrás un sitio, sino una parte de su alma que se queda esperando, sentada a la sombra de la torre, junto a una mesa vacía en Retamares, con un plato de tagarninas aún caliente sobre la mesa, y la deuda de una charla con los amigos.

Atentamente;

El niño Gilena

06 octubre 2025

SONETO DE LAS ACEITUNAS PARTIAS

 

Parte la abuela Ana en parda loza dura
la oliva mora, espejo de la aurora;
de blanca sal la viste y la decora,
y el zumo avinagrado la procura.

 
Pimiento rojo tiñe su hermosura,
orégano la besa y la enamora;
del monte el tomillo voz sonora,
y el laurel verdoso otorga su figura.

 
El ajo, perla oculta, luz resguarda,
y en cítrica sentencia se derrama
naranja agria, sol que todo aguarda.

 
 Así del campo el arte se recuerda:
platillo de tiempo en fruto que no tarda,
poesía en sazón hecha en la tierra.

 
 Y Juan Solano se relame, ufano,
como si aquel manjar fuera divino;
del Aruncitano el gusto soberano
bendice en su sabor lo más divino.


ATENTAMENTE.

EL NIÑO GILENA



02 octubre 2025

TARDES DE PESCA

 


Estimado pueblo.

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo a bien gracias.

 

El pueblo se queda quieto en la hora larga de la siesta, y los chiquillos, rebeldes a la calma del calor, se van cementerio abajo , entre olivares donde cantan las chicharras. Llevan las cañas al hombro en fila desigual como quien lleva un sueño, y las talegas medio vacías, pero con el hueco abierto a la esperanza de la tarde. Caminar es ya parte de la aventura: sudar juntos, beber buchitos de agua tibia de la cantimplora, dejar que la tarde los invite a vivir la infancia.

La charca de la Arcilla los espera con su agua parada y sus zapateros haciendo piruetas entre juncos y “ranos” que rompen el espejo del agua, el aire huele a barro a tomillo seco a hinojo y polvo de “verea”.

Clavan las cañas en la tierra blanda, atan los anzuelos con manos torpes y seguras, y empiezan a esperar, pescan barbos y carpas mientras la tarde se estira entre charlas de amigotes, hablan a media voz, tiran piedras pequeñas que saltan sobre el agua, compiten en ver quién lanza más lejos, quién engaña mejor a los peces. A veces no importa la pesca, sino el rumor del agua en la orilla, el chasquido del anzuelo, la paciencia que les crece mientras fuman sus primeros Ducados.

El sol cae, pesado, y sin embargo ligero, porque en esos instantes no pesa el pasar de la vida.

Regresan cuando el reloj de ayuntamiento canta las nueve, cuando ya las vecinas van sacando las sillas de enea a la puerta y baldean la acera con agua fresca de pozo. Con los bolsillos llenos de piedras y risas, con las manos oliendo a agua estancada y a infancia. Y el pueblo, de nuevo, los recibe bajo las farolas tímidas, sabiendo ,como sabe el campo viejo, que esas tardes de pesca son semillas de memoria, porque, cuando la vida los haga viejos, recordarán, la orilla verde, las libélulas, el canto de la chicharra, y aquel primer barbo que hizo saltar su corazón.

Atentamente;

El niño Gilena


17 septiembre 2025

FAKE NEWS DE MORONERAS MANERAS

 

Estimado pueblo.

Espero que al recibir la presente te encuentres mejor. Yo no me quejo

En el pueblo las fake news no llegaron con los móviles ni con el internet. No, hombre. Aquí ya había bulos cuando la gente iba por agua a la fuente y se entretenía más con lo que se contaba que con lo que se bebía. Antes de que a las noticias falsas les pusieran nombre en inglés, ya corría por las calles el rumor con más velocidad que una mala noticia

Se decía que la hija del herrero se iba a casar con un rico de Sevilla, y al final resultó que el rico era un primo suyo que venía solo a la feria. Se aseguraba que al sacristán le habían tocado dos millones de pesetas en la lotería, y lo único que había ganado era una cena de hermandad. Y no faltaba la vecina que, desde detrás de los visillos, sabía de sobra cuándo fulanita se peleaba con el marido, aunque el matrimonio viviera en paz.

Las fake news eran —y son— el aire secreto del pueblo, el periódico sin imprenta, la radio sin transistor. Hoy viajan por WhatsApp; antes, volaban en la plaza, a la puerta de la iglesia o en el corro de mujeres que tomaban al fresco de la tarde.

La mentira, disfrazada de noticia, siempre tuvo aquí más alas que la verdad. Pero también, con la misma gracia, siempre se desinflaba sola. Porque el pueblo, que es sabio y desconfiado, aprendió pronto que no hay bulo que aguante más de tres misas ni más de dos cazallas en la tasca.

Así que no nos asustemos: lo moderno es el nombre; lo antiguo, la costumbre. Y si en vez de fake news lo llamamos “habladuría”, reconoceremos que el pueblo de Morón, sin saberlo, fue pionero en esas cosas mucho antes de que el olivo diera aceitunas.

Paso a darte ejemplos de las ultimas que me ido encontrando por mostradores y tabernas:

 

Se ha visto a Juanma entrenado diariamente para correr el año que viene la cal y el olivo.

Alfonso Luna se ha puesto pelo y ahora parece que tiene menos cabeza.

Paco el “Leri” deja el menudo con garbanzos y se lleva el premio Bordón minero en La Unión.

Retamares entra en la guía michelín por su diversidad en montaditos y por la atención del servicio y la profesionalidad del Maitre.

Se le ha desencajado la mandíbula al “Baule” por un ataque de risa en un espectáculo del comandante Lara.

Morón alcanza el 4,4% de Paro.

Elon Musk contrata como jefe de proyecto de Space X al Momo por su experiencia contrastada en propulsión cohetera.

Aceitunas Guadalquivir, Angel Camacho y etiquetas Macho reparten 2 pagas de veneficios a todos los trabajadores en 2025.

El CB Morón tendrá nuevo pabellón acorde a su Excelencia en 2026

Apertura la 9º biblioteca publica en la plaza de la victoria.

Se termina la restauración del castillo y la iglesia de San Miguel con la presencia de la ministra de cultura y patrimonio.

Se anuncia para la próxima feria de Morón un mano a mano entre Jose Tomas y Morante de la puebla con toros de Jandilla.

 

Otro día seguiré contándote lo que como te digo se escucha por bares y tabernas, o mas bien lo que nos gustaría escuchar.

PD. Que te juegas que alguno se lo cree.

 

Atentamente

El niño Gilena

11 septiembre 2025

LA RANA Y EL ESCORPION

 

Estimado pueblo.

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo no me quejo.

 

El pueblo despierta temprano, como siempre. El gallo que nunca supo de ideologías canta lo mismo a ricos que a pobres, a rojos que a azules. El sol se abre paso por La Atalaya como cantaba gente del pueblo, y en el moral se reúnen los de siempre, los que tienen la piel tostada no por gusto, sino por jornal.

Durante generaciones, aquellas tascas de aguardiente y tabaco fueron tertulia de izquierdas. Allí se hablaba de reformas agrarias, de sindicatos, de la injusticia eterna que heredaba el hijo como se hereda la tierra sin escrituras. Pero ahora las voces han cambiado de tono. Donde antes sonaban las palabras de la igualdad, hoy se escucha un “ESO LO ARREGLA VOX”.

El jornalero, que antes confiaba en la pintada y el mitin, mira ahora a otro lado, buscando lámparas de Aladino, culpables concretos y promesas con acento distinto. Se radicaliza no por ideología, sino por cansancio. Porque la política que le prometía pan le dio discursos, y la que prometía justicia le entregó papeleo.

Así, en Retamares, entre el vino y los “chochos”, los viejos rojos empiezan a soltar frases que hieden a derechas. Y no es traición, ni siquiera conversión: es “jartura”, es la desesperación vestida de voto.

El pueblo de Morón, que lleva siglos doblando el espinazo sobre la tierra ajena y patios de bocoyes, se dobla ahora sobre sí mismo. Se pregunta para sus tripas qué fue de la izquierda que hablaba su mismo idioma, y por qué los nietos de los del jornal miran con simpatía a quienes sus abuelos maldecían.

Y al final, entre olivares y pipitas, lo que queda es la paradoja de un jornalero de manos encallecidas levantando la “vox” por banderas que nunca lo defendieron. Como si en este sur, donde la memoria debería ser un arado, el tiempo hubiera conseguido lo imposible: que la semilla brotara en otro surco, lejos de aquel que la sembró.

A razón de esto me viene a la memoria el cuentecillo de un Jornalero sin salario de hace 26 siglos llamado ESOPO que narraba lo siguiente.

 Un escorpión, que no sabe nadar, pide a una rana que lo lleve en su lomo para cruzar un río. A pesar de la negativa inicial de la rana por temor a ser picada, el escorpión la convence argumentando que ambos se ahogarían si él la picara. Sin embargo, a mitad del río, el escorpión la pica, y ante la pregunta de la rana, responde que es su naturaleza y no pudo evitarlo, muriendo ambos ahogados.

No te digo “na”.

Atentamente;

El niño Gilena

09 septiembre 2025

" SE VENDE "

 


           

Estimado pueblo.

Espero que al recibir la presente te encuentres mejor. Yo voy tirando.


El pueblo “SE VENDE” se está quedando sin gente como un cántaro agrietado que pierde agua poco a poco, sin que nadie lo remedie. Cada año cierra una tienda, un cierro se apaga, una calle se queda sin niños. Lo que fue jaleo es ahora eco, y el eco, a veces, ni responde.

Las aceras se llenan de polvo, bolsas volanderas, cáscaras que nadie barre. El ayuntamiento pinta una fachada, cambia un banco, planta alguna flor, pero el abandono no se disimula con maquillaje. La vida, cuando se marcha, deja siempre carriles de tristeza.

Las tiendas, antes pulso y tensión del pueblo, bajan las persianas para no volver a subirlas. La panadería donde olía a madrugada, la ferretería donde se pedía un tornillo suelto, la tienda de la esquina que fiaba sin preguntar mucho. Todo eso ya es recuerdo, y los recuerdos no dan de comer.

La plaza del ayuntamiento, centro en un tiempo de todo, tiene ahora más palomos que vecinos. El bar aguanta, a medio gas, sirviendo cafés malos y conversaciones cortas.  el cartero ya no conoce a los vecinos, los zapateros no remiendan botines, ni el losada da la hora correcta.

Y, sin embargo, bajo este silencio, aún late una dignidad antigua: el azulejo de las 7 revueltas, la fuente de la carrera que gotea, las buganvillas del polvorón que se empeñan en florecer. Como si el pueblo quisiera decirnos que no está muerto del todo, que solo duerme, esperando manos que lo cuiden, voces que lo llenen, escobas que lo barran, y risas que lo arrullen.

Pero la pregunta flota como un aire pesado: ¿quién volverá a un lugar donde ya no quedan tiendas, ni calles limpias, ni promesa de futuro?

Quien volverá a un pueblo que “SE VENDE”.

Atentamente:

El niño Gilena

05 septiembre 2025

SE NOS FUE DIEGUITO

 Estimado Pueblo:

 

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo de luto.


En un pueblo de cal blanca

calló la voz de la sierra,

se apagó la vieja lumbre

que en tus manos siempre ardiera.

 

La guitarra está en silencio,

duerme rota en la alacena,

como si esperara aún

que tus dedos la despiertan.

 

Las campanas en San Miguel

repican hondas y lentas,

y el eco sube al castillo

con tristeza verdadera.

 

Los gastoreños en los patios

lloran tras celos y rejas,

y el jazmín tiembla de pena

al morirse en la maceta.

 

Tu compás, Diegito mío,

quedó grabado en la tierra,

y tu rasgueo en el aire

se hizo copla y se hizo estrella.

 

Ya no habrá quien ponga fuego

al cante cuando se quiebra,

ni quien arranque del aire

soleares y falsetas.

 

Mas tu nombre va en el viento,

cruza olivares y vereas,

y en cada niño que sueña

tu guitarra se recuerda.

 

Descansa, Diegito amado,

bajo la tierra callada;

que tu duende sigue vivo

donde suena la guitarra.


Atentamente;

El niño Gilena.