Estimado Pueblo:
Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, gracias a Dios.
En resultando que la otra noche dispusimos mi compadre Curro Tagua y las respectivas marcarnos un garbeito de charloteo, parada y tapa por los pagos de La Alameda, traspusimos la bocamanga de la calle Utrera para dirigirnos al susodicho pago, y en estando de distraída conversación sobre si se terminaría o no la obra de La Carrera a tiempo de no devolver los cuartos regalados para la necesaria restauración, no nos dimos cuenta, hasta que la teníamos encima, de una espesa neblina con olor de ciscada que hacía la vista impenetrable y tapaba la mitad de la calle. Las mujeres, seres estos de susto fácil, empezaron a vislumbrar la posibilidad de un fuego o incendio vecinal que formara la inmensa humareda. Nosotros, de mente más recatada, seguimos dándole a la manivela de la sesera para aventar de dónde provenía aquella manta de humos que convertía la entrada de La Alameda en una calle londinense. Los viandantes con los que nos cruzábamos iban comentado, de igual forma, lo extraño del acontecimiento, unos decían que era la quema de rastrojos, otros que olía a barbacoa feriada y los más se miraban con extrañeza ante la sabana blancuzca que lo envolvía todo.
Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, gracias a Dios.
En resultando que la otra noche dispusimos mi compadre Curro Tagua y las respectivas marcarnos un garbeito de charloteo, parada y tapa por los pagos de La Alameda, traspusimos la bocamanga de la calle Utrera para dirigirnos al susodicho pago, y en estando de distraída conversación sobre si se terminaría o no la obra de La Carrera a tiempo de no devolver los cuartos regalados para la necesaria restauración, no nos dimos cuenta, hasta que la teníamos encima, de una espesa neblina con olor de ciscada que hacía la vista impenetrable y tapaba la mitad de la calle. Las mujeres, seres estos de susto fácil, empezaron a vislumbrar la posibilidad de un fuego o incendio vecinal que formara la inmensa humareda. Nosotros, de mente más recatada, seguimos dándole a la manivela de la sesera para aventar de dónde provenía aquella manta de humos que convertía la entrada de La Alameda en una calle londinense. Los viandantes con los que nos cruzábamos iban comentado, de igual forma, lo extraño del acontecimiento, unos decían que era la quema de rastrojos, otros que olía a barbacoa feriada y los más se miraban con extrañeza ante la sabana blancuzca que lo envolvía todo.
Bueno, como te decía, en eso andábamos hasta que en llegando
donde estaba el antiguo kiosquito de polos de La Playa, nos encontramos un
tenderete propio de feria medieval colmado de castañas crudas, paquetitos de
papel de estraza y un manojo de espárragos como la espalda de un tonto de
pueblo. Y de comodoro de este bajel y alimentando las calderas del infierno en
las que se cocían, asaban o quemaban estos redondos manjares hijas de los
castaños de Parauta el buscavidas del castañero azuzaba el fogón con no se qué
utensilio semi eléctrico que hacía que la olla agujereada pareciese la chimenea
del Titanic y La Alameda más blanca que la pista de la Dessire un día de la
fiesta de la espuma.
En fin, que mi compadre y yo nos dirigimos una mirada y
repetimos una sola palabra: ALEMANIA.
Atentamente;
El niño Gilena