05 julio 2012

PERSONAJES DE MORON (EL NIÑO MATAERO)



Estimado Pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, gracias a Dios.

Te traigo hoy otro personaje para dejarlo impreso en la piedra de la memoria ya que, por sus cualidades o por la falta de las mismas, quedará marcado en el cuadro de esos paisanos que, siendo ilustres o sin merecerlo, pasan por la historia de tus calles.

Don MANUEL HEREDIA MOLINA, nacido cuando aun se despertaba el siglo que ya nos dejó, de padre no reconocido que sí conocido, llevó por lustre los dos apellidos maternos que, aunque en grafía y soniquete parezcan de lo mas flamenco, no corría por sus venas la sangre del pueblo cale.
Quiso la historia moronense que fuese conocido mas que por su nombre o apellidos por el apodo heredado de la labor que desempeñaba su madre, la cual trabajaba en el matadero municipal, apodado desde entonces con el tercer apellido de "el niño mataero".

La historia que te traigo fue de cómo al entrar al servicio del bar que regentaba Ana la Aranda, allá en la entrada de La Alameda, entre el servicio del trigo y la herrería de Juan Fernández, quiso la altivez del mozo que doña Ana, viuda que fue de un tal Juan Vázquez, de mucho genio y pocos mimos, a pesar de la diferencia de edad existente entre ambos, se fijara en él con ojitos amorosos  y pusiese a Manuel de corregente de susodicha taberna. Con el paso del tiempo y las habladurías crecientes de los paisanos, Ana y Manuel decidieron pasar por el altar para regocijo de los mas chistosos del lugar, pues cuentan las malas lenguas que Pachanga (Pachanga valiente que nadie te gane) le sacó la coplilla siguiente:

¿Quien se casa?
La Aranda
Y ¿con quién?
Con el niño Mataero
Oju, ese va por el dinero!.

Mientras corrían los años y Manuel comandaba la susodicha taberna, grandes fiestas y saraos fueron discurriendo por el lugar, pues una de las aficiones mas destacadas del "niño" era la del flamenco y no solo la de escuchar a los insignes cantaores que por allí pasaron como Juan Talega, los Mairena, Marchena, el Funi, etc., sino la de arrancarse por fandangos del Sevillano o el cante del "niño las huertas".

Cuentan los que lo conocieron que en las tardes de verano era típico vislumbrar la figura de Manuel regando la terraza de albero, escuchando el soniquete de aquellos antiguos discos de pizarra de Miguel de los Reyes y Miguel de Molina, mas como toda cara tiene su cruz, la de esta moneda se tornó el día que se cruzó en el camino sentimental de Manuel una señorita o señora o algunos le pondrían otro apelativo, cosa ésta que dejo a tu parecer. La susodicha mentada, labriega del Pozo Loco, trastornó los amores de Manuel, con lo que una mañana, sin comerlo ni beberlo, Manuel cojió el pernil, la media manta y a la fulana mentada y se perdió por Dios sabe donde. Unos cuentas que por los madriles, otros que en la isla, segando arroz, y otros que gastando los dineros que le sacudió a la Aranda. Lo cierto es que un año mas tarde, sin comerlo ni esperarlo, apareció de nuevo por los pagos de La Alameda, con mas callos que la mano de un labriego y descompuesto de cuerpo.
Ana, derivado de su querencia al Heredia, perdonó y calló, con lo que Manuel, con el paso del tiempo, volvió a ser quien era: un mozo bien plantao que pasaba sus tardes entre sus discos de pizarra y tarareando las coplas del "niño las huertas".

Pasados estos acaeceres, el tiempo se fue cobrando en su lógica las vidas de Ana, por ser mayor que Manuel, y a éste mismo cuando se acercaba a los dieciséis lustros.

Todavía, cuando paso con mi madre por La Alameda me recuerda cómo de chiquilla se sentaba en el pollete de la ventana, mientras que "el niño mataero" le cantaba la romería Loreña.

Atentamente;

El niño Gilena

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