16 septiembre 2012

LOS CACHARRITOS

 

Estimado Pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, gracias a Dios.

Esta mañana, en vez de oír la irritante melodía del despertador y antes de que despertaran las campanas de La Victoria, una alegre melodía se colaba por la enrejada ventana de mi patio. Y entre el duermevela del despertar, pronto caí en la cuenta que una vez más la diana feriada se anunciaba a bombo y platillo y, nunca mejor dicho, por calles y plazoletas. Yo, mientras seguía realizando mi liturgia diurna de preparación para marchar al trabajo, empecé a recordar la mescolanza de alegría y nerviosismo que traían en mi mocedad aquellos acordes, antesala de uno de los más grandes y poco reiterados momentos de distracción de mi infancia: LOS CACHARRITOS.
Habialos de todos los gustos y para todos los atrevimientos, desde el sosegado carrusel de caballitos para los más pequeños a la magnificente noria, donde podíase vislumbrar el esplendor del real con toda su parafernalia de luces, farolillos y casetas. Para los mas osados estaba el látigo, sí, aquel que le cortó la pierna al Bolero o, por lo menos, eso cuenta la leyenda. Después estaban los que daban propensión al vómito fácil, como el guaitoma, con sus interminables vueltas sobre vueltas  y las antiguas y folclóricas cunitas. Pero si había uno que por lo menos a mí hacía que se me movieran las ansias esos eran los coches locos, donde armado con cinco o seis fichas amarillas y anteriormente habiendo observado cuál de los autos corría mas, me ponía al volante, unas veces para imitar a Fitipaldi y esquivar todo lo esquivable y otras para dar caza a alguno de mis amigos o enemigos intentando darle un buen empujón. Qué maravilla de ratito entre canciones de Los Chichos y Tijeritas, y eso que yo nunca fui de los de alto nivel de conducción, sí, de esos que eran capaz de ir marcha atrás o en el sentido contrario en el que discurría todo, y qué malaje cuando sonaba el bocinazo y tenías que dejar el eléctrico utilitario...Pues sí señor, echo de menos los coches locos, con sus canciones estridentes, sus empleados sucios como cisqueros colgados de la goma de protección intentando enseñar a algún novato que no se aclaraba con el volante y, sobre todo, esa sensación de hacer algo que estaba vedado a nosotros, los pequeños.
En fin, cacharritos que marcaron mi infancia y que llenaban todo el albero de aquella feria en la que la plaza de toros no estorbaba para poner mil ilusiones de colores y movimientos que hacían las delicias de los mas pequeños y la irritación de los pacientes padres.

Atentamente;

El niño Gilena

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