31 julio 2016

NOCHES DE AZOTEA




 Estimado Pueblo:

Espero que al recibir la presente te encuentres bien. Yo bien, a Dios gracias.


Hoy, quiero remontarme a aquellos años donde el aire acondicionado brillaba por su ausencia y las únicas armas para derrotar el calor eran los abanicos, el ventilador o el búcaro fresquito porque, claro está, nunca nadie ha tenido un búcaro calentito.


Pues eso, aquellos días donde el lorenzo ponía el mercurio por encima de los 40 y el recalentón recocía tarde, noche y madrugada, la familia decidía, después de su tertulia de silla de enea y sardiné en la boca del zaguán, pasar lo que quedaba de noche utilizando la azotea como dormitorio improvisado donde abuelos, padres y nietos tuvieran por techo el cielo y por lecho un colchoncillo viejo, una manta paduana o una esponja grande con una sabanilla por encima.


En ese momento la noche se volvía mágica, alguien nos contaba dónde estaba la osa mayor, algunos contábamos estrellas, otros queríamos intentar ver la desfigurada cara de la luna, todo ello mientras, de fondo, el maullido de un gato en celo o el cuchicheo de las últimas reuniones de la calle hacían de banda sonora a aquellas maravillosas y calurosas noches de olor a jazmines y damas de noche.


De pronto, alguien siempre decía “he visto una estrella fugaz, he visto una estrella fugaz”, lo que hacía que nosotros, los chiquillos, nos quedásemos ojo avizor por cazar aunque fuera visualmente alguno de aquellos prodigios, sobre todo después de que alguien dijera que inmediatamente de verla pensara un deseo, que este se cumpliría. Todavía, después de tanto tiempo, llevo esperando el jeep de los geyperman, sería que no la ví bien, bueno…seguiremos esperando.


La noche continuaba entre un “callarse niños” y algunos ronquidos que empezaban a competir con cualquier ruido de la calle, las farolas se apagaban, con lo que las cazadoras lagartijas se retiraban también a un merecido descanso. Aun recuerdo cómo con una pila de petaca y una bombillita pegada con cinta aislante hacía de improvisada lámpara para releer mi TBO de Pepe gotera y Otilio, mientras mi abuela me decía que apagase eso ya...”que como se despierte tu padre veras”. Y así, entre vuelta y revuelta, la luz del amanecer descorría la capa de la noche y todos amanecíamos tapados hasta las orejas con alguna sabanilla o algún cobertor viejo que anduviera por el “soberao”.


Haciendo de despertador teníamos a las madrugadoras vecinas que regaban sus puertas esparciendo agua con las manos desde sus cubos de lata y, entre “buenos días” y un olorcillo a pan recién cocido de la cercana tahona de Macias, la calurosa noche ya estaba echada atrás.

Atentamente;


El niño Gilena

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