21 diciembre 2009

Evocaciones


Acabo de leer varias de las cartas que mi buen amigo, el "niño Gilena" te ha dedicado. En esto de traer recuerdos, anda él siempre despierto y locuaz, como no podía ser de otra manera.
Sabido es, que la edad y la distancia hacen aflorar recuerdos y fantasmas de antaño, que se sitúan agazapados, esperando un mínimo estímulo para correr desbocados por los campos de la mente.
Aunque no haya día que no tenga a Morón en la frontera de mis pensamientos, ahora con estas cartas, se me ha armado un batiburrillo de imagenes y situaciones, de historias que me gustaría contar. Pero aunque lo intento, no soy capaz de aclarar los recuerdos y me siento inútil para colocar una palabra tras otra, plasmando negro sobre blanco las historias de Morón, mis historias de Morón.
Así, aplacando mi euforia, he abierto un pequeño álbum de fotos y he sacado mis libros de Morón,buscando alguna imagen que hable por sí sola.
Dicen que el pasado está hecho del mismo material que los sueños y que por eso es imposible discernir entre la realidad y la ficción. Por eso cuando miro estas fotos, no soy capaz de saber si fueron verdad o sólo son sueños.
Entre risas y añoranzas, me detengo en las fotos de mi infancia que muestran cosas de antaño, como nuestra feria de antes, o las fotos de la piscina allá por los 70 y el paseo del Gallo y el de la Talega y,... pero bueno son tantas cosas que habrá que ir poco a poco. Lento y pausado, como quién degusta un buen vino.
Quiero mostrar ahora, una foto en la que me he detenido y que creo que dice mucho del Morón de antaño, no por su paisaje, si no por lo peculiar de sus protagonistas.
La foto está hecha en un lugar que seguro que muchos de Morón recordarán, la cantarería de "Pichichi" en el Llanete. El niño que está en el centro soy yo, subido en la parte trasera del "izocarro de los Pichichi", flanqueado por trabajadores de la cantarería, en una peculiar pose. Esta imagen debe ser del año 1975, más o menos.
De mi infancia tengo muchos recuerdos de este sitio, qué sirvió de campo de juegos, con sus hornos para cocerlos ladrillos, sus montones de ramón para hacer cisco y como no el Calvario, que a mí se me antojaba la montaña más inhospita donde correr aventuras.

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